Por Estanislao Giménez Corte
Débora Mundani nació en Buenos Aires en 1972; es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UBA, donde actualmente dirige un grupo de investigación sobre Políticas e Industrias Culturales y enseña Teorías y Prácticas de la Comunicación. Integra el área de escritura en dicha Facultad. Formada en el taller de Guillermo Sacomano, obtuvo varias distinciones en concursos internacionales. Recientemente, publicó “El río” (Corregidor). El Litoral la interrogó sobre procedimientos, influencias y gustos literarios. —¿Cuál es tu primer recuerdo de la belleza del arte?, ¿cuándo viste o sentiste la aparición de esa belleza en un texto literario? —Es muy difícil ser pequeño y decir “qué belleza” pero sí tengo la imagen de un libro que llegó misteriosamente a mi casa, en una bolsa con ropa y juguetes que mis primas mayores nos pasaban. Un libro que un día desapareció, no sé cómo, y al que vuelvo cada vez que evoco mi infancia. No hay belleza en el arte si no conmueve. Algo irreversible tiene que producirse en ese encuentro entre obra y uno. Mi encuentro con aquel libro, “Valek”, cortó algo de la rutina e inauguró otro tiempo. Mirá si me habrá parecido bello que inspiró mi primer cuento. —¿Hay un momento, un episodio (a modo de una revelación) por medio de la cual decidiste escribir este libro? ¿Cuál fue, cómo, dónde? —“El río” es el resultado de un trabajo exploratorio. Surge de un esbozo de cuento cuyo protagonista era un tal Horacio. Ese Horacio original nada tiene que ver con el protagonista de “El río” pero intentando armar al personaje, me di cuenta sobre quién quería escribir. Así surge ese hombre de 50 años que vive en el delta del Paraná y que ante la muerte de su madre, decide cumplir su último deseo: ser enterrada en su pueblo natal. La imagen que imprime este comienzo es la de un hombre remontando el Paraná con el cadáver de su madre. —¿Cuáles fueron (o son) tus principales influencias (se menciona a Haroldo Conti, por ejemplo)? —Sí, Conti en especial. Sin la lectura de “Sudeste” y algunos de sus cuentos no hubiera surgido esta novela. Escribirla fue el modo que encontré de dialogar con un autor que tanto admiraba. También Rulfo y Wernicke. Después están las dos Margaritas que siempre me acompañan: Duras y Yourcenar, quizás no se encuentren explícitamente sus huellas pero ahí están, siempre presentes. —¿Cómo y por qué aparece el río?, ¿hay algo allí de Saer, de Faulkner, de Onetti? -o de otros-, me refiero a la cuestión del paisaje... —Cuando empecé a escribir “El río”, de Faulkner sólo había leído “Absalón Absalón”. Una tarde, en el taller de Saccomanno, al leer la escena de la madre y el cajón, la pregunta de un compañero fue: ¿Leíste “Mientras agonizo”? No lo había leído, tampoco “Las palmeras salvajes”, donde ahí sí, la presencia del Mississipi es clave. Por supuesto, me sumergí en Faulkner y así surgió el nombre de la última parte de la novela: “Un río son orillas”, que corresponde a un fragmento de “El viejo”. Onetti es uno de los autores que más me gustan. Seguramente su “Santa María” haya resultado inspiradora. Saer también. ¿Cómo surge el río como paisaje? Soy de familia entrerriana, tengo una infancia de río. En todo lo escribo, el río está presente. De chica, podía quedarme horas mirando el agua, las costas, los colores, los árboles que se inclinaban sobre la superficie. Algo de la contemplación de Helena, protagonista de la novela, me recuerda a esos años de infancia. El río siempre está en lo que escribo. A veces ruge con más fuerza y su presencia es total. Y otras, telón de fondo. —¿De qué manera tu formación universitaria se plasma o se trasluce en el trabajo, si es que lo hace? —Mi formación universitaria y mi trabajo de investigación académica conviven con la escritura. Es imposible mantenerlos por separado porque la que investiga es la misma que la que escribe, por lo tanto, es inevitable que haya influencias entre un ámbito y otro. ¿Cómo se plasman las preocupaciones teóricas en la ficción? En el modo de mirar el mundo. Los temas pueden ser muchos pero siempre el autor toma una posición frente a los hechos y desde ahí, uno escribe. —¿Cuáles son tus métodos de trabajo, manías, obsesiones, vicios? —Métodos: dos. Cuando la novela se encuentra aún en etapa de proyecto, escribo en mi cabeza. Puedo estar meses habitando esa historia hasta que me pongo a escribir. Una vez que arranco con la escritura, el método es bien disciplinado. Lo ideal: tres, cuatro horas sin interrupciones. Obsesiones: desconectarme. Vicios: mate de día, alguna bebida rica de noche; y un corte musical que me saque de un mundo ficcional y me lleve a otro por un rato para volver con más impulso a la escritura.