Rogelio Alaniz
Al momento de ponerse a escribir el libro que luego habría de conocerse como “Facundo”, nada hacía suponer que Sarmiento iniciaba la redacción de uno de los textos más importantes de la literatura nacional, un libro inclasificable al que por simple afición a las convenciones se lo consideró un ensayo, advirtiendo, claro está, que siempre fue mucho más que un ensayo.
Al iniciarse el año 1845 la situación de Sarmiento en Santiago distaba de ser cómoda. Sus editoriales le habían ganado enemigos a diestra y siniestra y ese año todos parecían haberse conjurado para transformarlo en la víctima preferida. Los liberales chilenos no le perdonaban haberse alineado del lado de los conservadores y ser la pluma oficial del régimen de Manuel Bulnes y su ministro Manuel Montt.
A las imputaciones ideológicas se sumaban las críticas por su condición de extranjero. El periodismo chileno de aquellos años estaba muy lejos de ser discreto, sugerente y elegante. Sus periodistas atacaban con una amplia y colorida batería de insultos, muchos más duros y agraviantes que los que empleaba Sarmiento que -en honor a la verdad- tampoco era un dechado de prudencia y discreción a la hora de escribir.
A los problemas políticos, Sarmiento le sumaba las ácidas polémicas con sus compañeros de exilio y, por si ello fuera poco, no dudaba en meterse en temas históricos, literarios y lingüísticos en los que inevitablemente ganaba más enemigos que amigos. Fiel a un estilo en el que la afición al escándalo estaba a la orden del día -y lo estaría a lo largo de toda su vida- Sarmiento no se privaba de resolver a puños y escupitajos las diferencias con sus rivales, lo cual daba lugar a que sus enemigos se divirtieran a su costa con caricaturas, leyendas y consignas burlonas y ofensivas.
Como para cerrar un panorama abiertamente desfavorable, ese año se hizo presente en Chile una delegación diplomática enviada por don Juan Manuel de Rosas para protestar por los ataques de los exiliados contra su gobierno. El nombre de Sarmiento es el que encabezaba la lista de Baldomero García y Bernardo de Yrigoyen, los dos principales emisarios del rosismo.
A los escándalos públicos se sumaban los pequeños escándalos privados. Para mediados de 1845 Benita Martínez Pastoriza -mujer joven y elegante- está embarazada y todo su círculo de amistades sospecha con muy buenos fundamentos que el responsable de ese embarazo es Sarmiento. El chisme corre el riesgo de adquirir ribetes de escándalo porque doña Benita es casada y su marido - don Domingo Castro y Calvo, treinta años mayor que ella- es amigo de Sarmiento y el hombre que le abrió las puertas de la sociedad santiaguina.
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