Foto: Pablo Aguirre


Foto: Pablo Aguirre
Luciano Andreychuk
¡Vade retro Ricardo Arjona con tu indigerible canción “Historia de taxi”! ¡Atrás, con ese personaje adúltero tuyo (y finalmente traicionado), con tus oxímoron y tus hipérboles (“... con resumir que le besé hasta la sombra / y un poco más”) ¡imperdonables! ¡Retrocede, Rolando Rivas Taxista, con ese porte al volante de seductor enamorado y de Mono Alfa Macho Dominante! Vamos a la realidad. Los taxistas de Santa Fe trabajan entre 12 y 14 horas por día, llevan ojeras crónicas, barba cana de una semana o más, tapan con una gamucita roja la ticketera para protegerla del sol y si no pagás con cambio, algunos te ladran.
Entonces, a la calle. Gruñones. Pacientes o ansiosos. Muy habladores o muy silenciosos. Prolijos o desorganizados. Fachos. Humanistas. De derecha (los más) y de izquierda (los menos). Solidarios o individualistas. El redondeo de la monedita a favor, el redondeo de la monedita en contra.
Quizás la única ventaja de no tener auto propio (aunque cuento con los medios para manejarme en taxi, al menos por ahora...), sea ocupar el asiento trasero de un tacho (el asiento del chofer está siempre retirado hacia atrás, así que hay que amoldarse al espacio disponible).
Ese asiento trasero se convierte en un panóptico del cronista observador con alguna ínfula de antropólogo cultural no diplomado. El asiento de atrás otorga un lugar de privilegio para la disección sociológica de un actor urbano multifacético, aunque con patrones de personalidad y comportamiento generales.
Pero Carlos (pongamos que se llama Carlos) es una rara avis en la maraña de autos que transitan por las calles a diario. Carlos es un taxista culto, y melómano. No digo que sea el único, habrá otros con ésas u otras particulares características. Pero es el único que conocí.
Una mañana, Carlos (imaginemos que se llama Carlos) me llevó a hacer una cobertura periodística, y me esperó. La charla de ida y de retorno fue demasiado entretenida. Dicen que cuando nos entretenemos en el culto de la conversación, el tiempo corre a otro tiempo. Todo pasa más rápido. Y así fue.
Carlos habla de política sin definirse del todo. Pero habla con el diario y la radio en la mano: es un lector informado, diría el teórico literario Stanley Fish. Comenta los problemas de la ciudad (como la inseguridad, por caso), pero atendiendo a la policausalidad de cada fenómeno, sin caer en opiniones simplistas.
Su forma de habla es coloquial pero con giros diplomáticos y hasta académicos. A veces, usa palabras que obligan a uno a consultar el mataburros. Sabe citar frases de autores, pero sin caer en la soberbia del “¿viste? yo sé más que vos”.
Y después está la música. “Escuchá este tema de Yes”, me pidió una vez, y subió el volumen. “Prestale atención a esa introducción sinfónica; ahora viene el crescendo; fíjate lo que es ese solo de guitarra; ahora viene el de teclado. Una obra maestra, pibe”, sentenció. Y yo quedé con los oídos en un trance o en un regocijo de sonoridades inexplicable.
Cuando Hugh Laurie (el conocido actor de la serie Dr. House) lanzó su primer disco solista, Carlos ya lo tenía. “Es una mezcla de blues de los años '20, de fox-trot, de góspel, con tintes de rock moderno”, resumió como el mejor de los críticos de música. “Conseguítelo pibe, es imperdible”, recomendó. Nunca se equivocó en sus recomendaciones musicales.
Viajar con Carlos (en rigor, Carlos es su verdadero nombre) puede resultar una experiencia entretenida e instructiva. Quizás sea un profesor universitario retirado de los claustros; por pudor nunca se lo pregunté.
Quizás sea feliz en su trabajo, yendo y viniendo, dejando y trayendo desconocidos por toda la ciudad. Quizás ese auto con su equipo de audio sea su lugar en el mundo.
Por más Carlos y menos personajes de Arjona en las calles de Santa Fe.