Es crudo. Es cruel. Es real, se llama cáncer y lo cargan en su cuerpo más de 18 millones de personas en todo el mundo. Uno de esos tantos casos, está en Santa Fe, más exactamente en Venado Tuerto y tiene nombre, apellido y una familia. Ese paciente, se quiere quedar con todo lo bueno que la rodea. Patear el tablero y ganar a las piñas el partido. Pero no puede. Hoy el mundo puso. El coronavirus cruzó su camioneta en el medio del viaje y no la deja avanzar.
Se llama Carla Véliz. Tiene 37 años, 5 hijos (una del corazón), un marido, un padre, hermanos y amigos. También tiene leucemia promielocítica aguda (LPA), tuvo un ACV, convulsiones y tres recaídas. Existe un donante compatible y está en su familia. Les dijeron que se tienen que internar, someterse a estudios y luego definir el proceso clínico, cuando el COVID-19 lo disponga.
En los manuales de la Academia, dicen que la leucemia es un tipo de cáncer de la sangre que comienza en la médula ósea, el tejido blando que se encuentra en el centro de los huesos, donde se forman las células sanguíneas. Significa “sangre blanca”: los glóbulos blancos (leucocitos) son producidos en la médula ósea y el cuerpo los utiliza para combatir infecciones y otras sustancias extrañas. La leucemia lleva a un aumento incontrolable de la cantidad de glóbulos blancos.
Las células cancerosas impiden que se produzcan glóbulos rojos, plaquetas y glóbulos blancos maduros (leucocitos) saludables. Entonces, se pueden presentar síntomas potencialmente mortales a medida que disminuyen las células sanguíneas normales. Las células cancerosas se pueden propagar al torrente sanguíneo y a los ganglios linfáticos. También pueden viajar al cerebro y a la médula espinal (el sistema nervioso central) y otras partes del cuerpo. Para los Veliz, se llama enfermedad hija de puta.
Mientras le hago preguntas, vuelve a su casa después de una sesión de quimio. Le inyectaron cócteles de drogas con agujas que bien podrían usarse en el cine gore. No está pensando en comprarse un auto, viajar o tener el último celular de la manzanita. Quiere vivir. No hay remate.
La soledad, la espera y la desesperación
El día que me cruce con la historia de Cay (como le dicen sus seres queridos), había hecho un descargo en Facebook. Sin cocinarse, tiró todo crudo sobre el teclado. Fue en pleno auge de la pandemia: “La verdad que es muy difícil explicar cómo me siento ante esta situación. El miedo y el temor se están apoderando de mí. Los que me conocen saben bien que hace más de 3 largos años vengo dándole pelea a la leucemia, palabra que antes pasaba arriba de comentarios”, comenzaba su relato.
Y seguía así: “Hoy nos toca estar aislados en nuestras casas y muchos no lo entienden. Solo yo sé lo que es un aislamiento en un sanatorio u hospital. Estar sola por varios días en una sala de terapia o acompañada en varias ocasiones por mi papá, mis hermanos o mi marido en una habitación de 3 x 3. 52 días duró mi última internación. 52 y la gente no entiende y se queja por estar encerrados en sus casas con todas las comodidades. Qué triste todo lo que estamos viviendo, ver todo lo que nos está rodeando. Ojalá aprendamos a ser más humanos y a cuidarnos. Sé que pronto todo va a estar bien”.
Enseguida la contacté. Quería saber lo que le corría por dentro: “Fue lo peor que me pudo haber pasado. Ahí agarré mucho miedo de estar sola y encerrada. Lo hice para que recapaciten las personas. Para que se den cuenta que son afortunados. Están aislados, pero con familia. Es feo que les pueda tocar terminar en un hospital si no cumplen con los que nos piden”, asegura.
Ahora le está creciendo el pelo (lo perdió tres veces). Jamás usó peluca y solo al principio se cubría la cabeza con pañuelos. Tiene jornadas de puros altibajos, donde predomina el cansancio físico. Las energías que le quedan después de los fármacos, las gasta hablando con su esposo, hijos, hermanos o el papá. Todos, son incondicionales desde el momento cero de esta guerra. Los mismos que ponen la cara para –por si fuese poco-, costear los gastos de la enfermedad: venta de pollos, pizzas, o té bingos. ¿Pero adivinen qué? ¿A qué no se imaginan por qué no lo puede hacer más? Exacto, adivinaron.
Admite que vive el día a día, cambió su forma de ver la vida y a valorar las pequeñas cosas. Trata en lo posible de no pensar en lo que puede pasar con su futuro si los tiempos se siguen estirando. Tiene que trasplantarse si o si: “Desde mi punto de vista, puedo decir que no veo el mañana ni los riesgos que hay. Lo único que se ahora es que me tengo que hacer quimios de lunes a viernes. Y si no lo hago me puede agarrar una recaída por el retraso de la operación”.