Patricio Dobal

El titular de Mercado Pichincha habló tras el cese de actividades de Johnny B. Good, franquicia cordobesa que dejó 45 cesantías.

Patricio Dobal
Fue un emblema en el desarrollo gastronómico de Pichincha y el cierre representa la cesantía de 45 trabajadores. En las últimas horas se conoció el cese de actividades de Johnny B. Good, franquicia cordobesa que también tiene sucursal en Santa Fe, y volvió a poner en el tapete la problemática que existe en el barrio que experimentó la mayor expansión comercial en lo concerniente a bares y restaurantes desde el 2010 hasta el año pasado.
La coyuntura que vive Pichincha no escapa a la que viven otros corredores comerciales de la ciudad, aunque expone con mayor crudeza cómo la crisis del coronavirus destruyó un fenómeno virtuoso de crecimiento que se desarrolló hasta el mes de marzo, con locales repletos y gente sentada en las veredas.
Los datos grafican el fenómeno. “Hablamos de 400 trabajadores desempleados luego del cierre de los 15 locales gastron´micos en el barrio desde que se inició la pandemia”, sintetiza Renaldo Bacigalupo, a cargo de dos establecimientos en la zona y presidente de Mercado Pichincha, entidad que nuclea a los operadores que volvieron a la actividad a principios de junio con la flexibilización de las medidas de aislamiento que se impusieron a la última semana de marzo.
Desde el pool gastronómico se resisten a dar nombres de los negocios que bajaron persianas, aunque basta con recorrer Pichincha para identificar los que no lograron resistir el 2020. A Johnny B. Good se le suma en la ochava opuesta Queens, que nunca pudo reabrir tras el cese obligatorio que definieron las autoridades municipales. Ambos comercios alquilaban salones de los más grandes en la oferta inmobiliaria e igualmente difícil de costear en un contexto marcado hoy por la ocupación al 50 por ciento de la capacidad de comensales, tal cual lo indica el protocolo sanitario.
“Hay que mencionar que no fueron pocos los alquileres condonados en los primeros dos meses de cuarentena. En la actualidad de hecho hay colegas que pagan un 70 u 80 por ciento del valor del contrato ante la dificultad de funcionamiento con la limitación de capacidad y de horario que rige”, mencionó Bacigalupo y aclaró que no obstante hay propietarios que “no dan el brazo a torcer” y la posibilidad de negociar una rebaja en el arancel mensual se vuelve innegociable.
Aquellos que logran al menos sacar la cabeza a flote, lo hacen en un contexto de quebranto con una estructura al límite. “Estamos privilegiando funcionar aunque sea con cero ganancia, para ver si se logra vender el fondo de comercio”, dijo el empresario que junto a otros socios acaba de reabrir un local en Alvear y Güemes “apelando al funcionamiento los fin de semana cuando la saturación de bares más tradicionales no tienen capacidad y derraman hacia otros menos renombrados en las adyacencias”.
Consultado sobre la pretendida extensión horaria, Bacigalupo manifestó que “existe una excelente relación con la Municipalidad” a quién le piden que contemple la posibilidad de correr el límite de las 23 que está vigente para todas las noches. Dicha premisa parece cada vez más lejos en un contexto marcado por la profundización de la circulación comunitaria de coronavirus y el fantasma de un retroceso de fase que no contaría con los establecimientos gastronómicos recibiendo clientes en sus mesas.