Ernesto Acher murió este viernes, a los 86 años, y dejó un vacío difícil de llenar en la cultura argentina. Músico, humorista, arquitecto y director orquestal, fue una de las caras reconocibles de Les Luthiers durante quince años y más tarde impulsó proyectos que cruzaron sin prejuicios la música académica, el jazz y el humor.
Acher se sumó a Les Luthiers en 1971, primero como reemplazo de Marcos Mundstock y luego como miembro estable del grupo. Además de actuar, cantar y tocar más de una veintena de instrumentos, aportó arreglos musicales, composición y la idea de una estructura de trabajo más colectiva.
Fue clave en piezas como Miss Lilly Higgins, Epopeya de los quince jinetes, Teresa y el Oso y la Cantata de Don Rodrigo. En escena se lució como Don Rodrigo, el rey loco de El rey enamorado o el niño de La gallina dijo Eureka, y colaboró en la construcción de varios instrumentos insólitos que hicieron famoso al grupo.
En 1986 dejó Les Luthiers y, fiel a su estilo, evitó polemizar sobre los motivos. “Era un matrimonio múltiple”, solía responder con humor cuando le preguntaban por aquella salida.
La Banda Elástica y el puente con el jazz argentino
A principios de 1988 reunió a destacados músicos del jazz local y fundó La Banda Elástica. Con ese proyecto llenó salas como el Teatro Cervantes, el Ópera y el Luna Park, grabó tres discos y giró por el interior del país y ciudades como Montevideo, San Pablo y Asunción.
Más tarde ideó Juntos en concierto, una propuesta que unió a La Banda Elástica con la Camerata Bariloche y consolidó su rol como puente entre lo popular, lo académico y el humor. También produjo bandas sonoras, obras de cámara y piezas sinfónicas, siempre con una mirada descontracturada sobre la “música seria”.
Años en Chile y un regreso por raíces
En 2002 se radicó en Chile, donde dirigió orquestas universitarias, dio clases en la Universidad Diego Portales y creó proyectos como Homenaje a Piazzolla, La orquesta va al colegio y ¿Acher en serio?. Vivió en Concepción, Santiago y Linares, pero nunca cortó el lazo con Argentina.
En 2016 decidió volver a Buenos Aires porque, como él mismo contó, “las raíces empiezan a pesar”. Ya instalado otra vez en el país, retomó unipersonales, ciclos de radio y espectáculos junto a colegas como Jorge Navarro y Jorge de la Vega, siempre desde la mezcla de virtuosismo musical y humor inteligente.
Un legado que cruza generaciones
En las últimas décadas alternó proyectos como Humor, con Acher, Veladas espeluznantes, la Offside Chamber Orchestra y el espectáculo Gershwin, el hombre que amamos. También impulsó propuestas pedagógicas para acercar la música a chicos y grandes sin solemnidad.
Acher deja una marca profunda: ayudó a redefinir cómo se podía hacer humor desde la música y música desde el humor, sin subestimar al público. Su nombre queda ligado a la época dorada de Les Luthiers, al jazz argentino y a una manera muy particular de hacer reír y pensar desde el escenario.