Joaquín Fidalgo
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“Los tiroteos siguen y las amenazas también. Un tipo que vende droga a mitad de cuadra y que además es proxeneta me acaba de gritar que me iban a matar y que iban a quemar el edificio. Todo por decir la verdad sobre lo que pasa en el barrio. Necesitamos urgente custodia policial. Acá están amenazados los chicos que vieron quién era el que tiró, también familiares del nene. Anoche siguió la balacera, en estos momentos hay una revuelta atrás, donde fue el crimen. Las cosas siguen igual y la policía ni figuró.
Yo llamé para que manden un patrullero, pero no vino nadie. Seguimos esperando y suplicamos encarecidamente que alguien nos proteja. No sé a quién llamar”, contó esta mañana Mónica Vázquez, quien está al frente del centro comunitario Amor y Fe, ubicado en la esquina de calles Ayacucho y Roque Sáenz Peña.
En su establecimiento, estaban velando a Sebastián Emanuel Maciel, el pequeño de 11 años asesinado el lunes por la tarde en las calles de Pompeya. “Me amenazan a mí -agregó- porque estoy enfrentada con los narcos y los delincuentes, que están arruinando el barrio y nos tienen a todos de rehenes. Yo sé que esto ocurre en todo el país. Me gustaría tener un ‘cara a cara ’ con la presidente (Cristina Fernández) para pedirle que haga algo. Es ella, que es madre y abuela, la que tiene que dar las herramientas necesarias para que se corte este problema de raíz. No podemos vivir más así. Casi no salimos más a la vereda. Yo no puedo sacar a mi perro a hacer pis porque me lo roban. Acá sufrí varios atentados. Hace un tiempo me ensuciaron la casa con grasa de camión, también me pintaron las paredes.
“Nuestro centro comunitario lucha para que los chicos del barrio tengan oportunidades. Por eso nos atacan. Nosotros damos charlas contra la violencia de género, contra la drogadicción. Atendemos a centenares de nenes que vienen a comer y a practicar la lectura. Tratamos de enseñarles cómo tenemos que trabajar, cómo tenemos que estudiar. Yo nací en una cuna muy humilde, me hice de abajo. Vivía a la orilla del río, porque mis padres eran pescadores. Llegué a ser profesora de plástica y mis hermanos son ingenieros. Por eso, los estimulamos para que se capaciten, que estudien. Si yo lo logré, todos pueden, pero es necesario terminar con la delincuencia. Sebastián era excelente nene. Venía a la biblioteca a leer. Se esforzaba en la escuela. Era un chico simple, igual que su familia. Y ahora está muerto”, concluyó la mujer.







