“Ahora vamos a enrejar la abertura que nos faltaba, vamos a poner cámara de vigilancia y alarma”, aseguraron los dueños de casa. Foto: Danilo Chiapello+
Como en la conocida película de Hollywood, un niño santafesino logró poner en aprietos a un asaltante. Todo ocurrió este fin de semana, en un hogar de calle Misiones al 2000.
“Ahora vamos a enrejar la abertura que nos faltaba, vamos a poner cámara de vigilancia y alarma”, aseguraron los dueños de casa. Foto: Danilo Chiapello+
Joaquín Fidalgo
Diego tiene 9 años y, según cuentan los vecinos, es reservado, prudente y “muy educado”. Buen alumno, está cursando el cuarto grado en el Colegio Nuestra Señora de Luján. Vive con sus padres en una casa de calle Misiones al 2000, entre los barrios Altos del Valle y Las Delicias. Su papá, del mismo nombre, tiene 34 años; su mamá se llama Yanina y tiene 37. Ambos trabajaban este sábado por la mañana, él repartiendo gas y ella atendiendo un comercio de avenida Aristóbulo del Valle. El pequeño Diego había quedado solo en la casa cuando imprevistamente quedó en medio de una historia cinematográfica.
“Antes teníamos niñera, pero a mi hijo no le gustaba. Prefería quedarse solo. Es un chico muy tranquilo, le gusta mucho estar en casa. Le dejamos un celular y tiene también el teléfono fijo para avisarnos si necesita algo. Además, lo llamamos a cada rato. Él se molesta cuando lo cargoseamos”, explicó la madre esta mañana.
El pasado sábado, el nene despertó cerca de las 8.30, como habitualmente. Se preparó el desayuno y con su termo se sentó frente a la computadora para jugar. En eso estaba cuando, cerca de las 10, alguien golpeó la puerta. En la zona, hay gran cantidad de obras en construcción y algunos trabajos también se están haciendo en el hogar de Diego. Es habitual, por lo tanto, el intercambio de herramientas entre los “laburantes”. El pequeño abrió la mirilla enrejada y se encontró con la figura de un joven alto y flaco. “Soy albañil de la otra cuadra. Necesito que me presten la escalera”, le dijo el visitante.
Ante la negativa del niño, el muchacho insistió: “Bueno, dejame pasar para ir al baño”. El dueño de casa fue más terminante aún: “No puedo”.
Entonces, el ladrón se quitó la “careta”. “A que entro igual”, le dijo con un tono irónico al pequeño, que vio cómo el delincuente daba la vuelta, se paraba sobre la moto en la que había llegado y comenzaba a meter sus piernas por la única abertura que no tenía rejas, un ventiluz ubicado en la cocina.
Desesperado, Diego trató de forcejear con el malviviente, agarrándole los pies. Luchó, en inferioridad de condiciones, hasta que el ladrón cayó sobre la mesada y partió el mármol. Diego le recriminó lo que había hecho: “La rompiste”. El asaltante sonrió entonces y a los empujones llevó al pequeño hasta el baño: “Andá pendejo, quedate quieto y no me jodas”. En ese momento, por un empellón, el niño cayó y golpeó con su nuca en el inodoro. Fue el único momento en que sintió ganas de llorar, pero no soltó ninguna lágrima.
Lejos de dejarse amedrentar, Diego le pidió entonces al delincuente que le alcance a su mascota: “Traeme a mi perrita, porque es lo que más quiero”. Ante la insistencia de la víctima, el ladrón fue a desatar el animal y le advirtió: “Yo te la llevo, pero me vas a dejar tranquilo”. El niño aprovechó ese momento para escurrirse hasta su dormitorio, buscar el celular y llamar a su papá.
“Entró un choro, un choro y me pegó... y está adentro”, alcanzó a decir antes de que el ladrón se percatara. “¡Nene... qué hiciste... me metés en problemas!”, alcanzó a escuchar el padre antes de que la comunicación se cortara. En ese momento, el hombre estaba en la otra punta de la ciudad y desesperado trató de llegar lo antes posible a su hogar.
Afortunadamente para la víctima, el asaltante no descargó su enojo. Dejó de revolver el inmueble, sólo tomó el televisor que el pequeño Diego tenía en su habitación y salió por la puerta principal. El nene alcanzó a ver cómo el delincuente escapaba a bordo de su moto, con el electrodoméstico detrás.
“Qué tonto el ladrón. Se olvidó el control remoto... ahora no va a poder ver tele”, pensó Diego.
Como Kevin McAllister en el célebre film “Mi Pobre Angelito”, el pequeño Diego defendió su hogar con todos los recursos que estaban a su alcance. No ocurrió en Chicago, sino en el norte de nuestra ciudad.