Barranquilla tiene tres características para un viajero futbolero. La primera, es que se trata de la ciudad que vive con mayor pasión este deporte. Por eso fue elegida como sede de los partidos de Eliminatorias, pues más allá de que en Colombia se la denomina “La Puerta de oro”, Barranquilla es la “casa de la selección”, como alguna vez se encargó de afirmar, como concepto definitivo, un conocido para los santafesinos: Francisco Maturana .
Siguiendo con las características, la segunda es que en esta ciudad no existen las estaciones: siempre hace mucho calor y “mata la humedad”. ¿Tienen presentes esos días de veranito santafesino en enero, con 50 y pico de térmica?, son habituales en Barranquilla. No refresca ni de madrugada. Y ahora, que están entrando en el invierno, la temperatura se mantiene. Y cuando llueve, llueve en serio.
La tercera es que no se puede pensar en un viaje a Barranquilla obviando su fiesta folclórica más importante, que es el carnaval. Ocurre que uno no puede elegir los tiempos cuando se trata de cubrir periodísticamente un acontecimiento, como en este caso fue el partido entre Colombia-Argentina, pero me tocó visitar por primera vez a esta ciudad en febrero de 1997, el día del gol del “Piojo” López a Mondragón, cuando el colombiano pensó que se iba afuera y la pelota ingresó junto a su palo derecho.
Ese partido se jugó al día siguiente de la finalización del carnaval y hay algo que me llamó la atención: todas las calles tenían esparcido un polvo blanco parecido a la harina. Pero no se trataba de harina, sino de maicena. Así como en la Argentina se juega al carnaval con agua, allá lo hacen con maicena.
El carnaval, para los barranquilleros, es un acontecimiento cultural que ha obtenido dos reconocimientos trascendentes: el de ser patrimonio cultural de la Nación y el de haberse convertido en Obra maestra del patromonio oral e intangible de la humanidad, concedida por la Unesco en París. No es poca cosa.
¡Cambio, cambio!
Cualquier viajero piensa, ante todo, cómo manejarse con el dinero. Las tarjetas de crédito sirven, pero es necesario el efectivo. Y ante una moneda absolutamente desvalorizada como la colombiana, la cuestión se complica. Por ejemplo, los hoteles cambian 1.500 pesos colombianos por un dólar. Pero uno lee en los diarios que la cotización oficial es de 1.915 pesos por cada dólar y si va a una casa de cambio le dan 1.850 pesos. Entonces, si llega un sábado o domingo al hotel y desea cambiar sin esperar hasta el lunes, la pérdida es de un 25 por ciento, aproximadamente, que no es poco.
Después, hay que manejarse con prudencia y preguntando. Por ejemplo, los taxistas son serviciales, pero a los periodistas nos cobran por hora. Entonces, un viaje relativamente corto, de ida y vuelta y para buscar una credencial (trámite que llevó bastante menos de una hora y con un recorrido de unas 50 cuadras en total), cuesta unos 25.000 pesos colombianos, o sea unos 13 o 14 dólares. Caro.
Buenos recuerdos
Las artesanías están a la orden del día, las camisetas amarillas de la selección colombiana son las que más se muestran y en la calle se ofrece el aguacate como una posibilidad diferente —aunque incómoda— de traer algo “del lugar”. Los precios están a la altura de los valores internacionales. Si una camiseta de fútbol sale, en nuestro país, unos 50 dólares, en Colombia también. No hay diferencias.
Barranquilla tiene, como todas las ciudades del mundo, barrios inaccesibles, lugares donde no se puede transitar a determinada hora y otros en los que se brinda cierta seguridad. El mar está a unos 30 minutos en auto del casco urbano, así que haciendo un esfuerzo más se puede llegar a Cartagena (distante 120 kilómetros) o a Santa Marta (a 80 kilómetros).
Cartagena es uno de los puntos clave de este viaje. Tiene una ciudad amurallada que mantiene los cañones con los cuáles defendían el oro logrado, de la invasión de los piratas. Y dentro de esa ciudad cobijada, emerge la casa de uno de los escritores más famosos de Latinoamérica: Gabriel García Márquez.
Después, la geografía cartagenera ofrece una avenida al estilo Miami, una costanera con mucho de Punta del Este y en la que un departamento puede costar alrededor de 500.000 dólares y la invitación permanente a trasladarse en canoa a una isla ubicada a 10 minutos donde dicen que el Caribe es más azul que nunca y la arena blanca como el papel.
Ah... Para el final, le pido disculpas a una colombiana que en la puerta de la Casa de Boni (el ex boxeador Bonifacio Avila, paso obligado de gastronomía para los amantes de este deporte), me “arrebató” en pleno sol del mediodía cartagenero para hacerme “masajes” con una crema especial que protege la piel del sol. No tenía cambio y no le pagué. ¿Su servicio?, un par de minutos y 25.000 pesos colombianos, unos 12 dólares... Prometí que volvería, pero se nos ocurrió la brillante idea de visitar a Rodrigo Valdez. Tengo una acreedora.
Enrique Cruz (h)






