Joaquín Fidalgo
Rodrigo Betinelli fue asesinado en barrio San José el 14 de enero de 2006. El episodio se disparó cuando un auto atropelló a “Pito”, uno de los perros de la familia.
Joaquín Fidalgo
Rodrigo Bettinelli despertó ese sábado, se lavó la cara y cepilló sus dientes. Después se vistió y fue de la habitación a la cocina. Allí preparó algo caliente para tomar. Era muy temprano, todavía el reloj no marcaba las 7, pero ya su padre había desayunado mate cocido y estaba baldeando la vereda y “regando” la calle de tierra para que los autos no levanten polvo. Juntos iban a ir al cementerio para llevarle flores a Mercedes, la madre de Rodrigo. El joven tenía 28 años ese caluroso 14 de enero de 2006. Nunca se imaginó, mientras bebía su café con leche, que iba a desatarse un insólito incidente que terminaría con su vida.
Magin Bettinelli estaba en el frente de su domicilio -con manguera, balde y escoba-, en calle Obispo Boneo al 3800, en barrio San José. Él vivía allí sólo con Rodrigo, porque su esposa había fallecido poco tiempo antes y su otra hija ya había formado su propia familia en Monte Vera.
Magin mojaba el camino, acompañado por los queridos perros de la familia: “Gamuza” (un cocker) y “Pito”, un cruza que él había rescatado tiempo atrás “de la calle”, cuando todavía trabajaba como policía en la comisaría 10a.
Entonces apareció en escena un Fiat Palio de color gris. Su conductor no detuvo su marcha a pesar de que “Pito” se interpuso en su camino, porque no lo vio o porque no le importó. La mascota rodó debajo del automóvil y quedó lastimada.
“¡Tenés toda la calle para pasar. Tanto por allá como por acá! ¿Por qué tanta maldad de llevar por delante el animal?”, le recriminó Magín al conductor.
El auto era guiado por Ángel Alberto Miño, un joven de 25 años que a pesar de su corta edad ya contaba con numerosos antecedentes policiales. El muchacho, que llevaba a su novia como acompañante, descendió y lanzó una fría amenaza: “Te voy a matar”. Luego, regresó a su asiento.
Descontrolado, Magín desenroscó el palo de la escoba y de un golpe hizo añicos el vidrio del acompañante del vehículo. También le destrozó el espejo. Miño volvió a bajar y se acercó al dueño de la mascota, que le arrojó otro “palazo” que no dio en el blanco, pero se partió al impactar en el parabrisas delantero.
Entonces trató de bajar la mujer, pero Magín no la dejó. Le cerró la puerta y al hacerlo le apretó uno de sus pies. “Con él tengo que arreglar las cosas. Vos quedate tranquila”, le dijo.
Rodrigo apuraba los últimos sorbos del café con leche cuando escuchó el alboroto afuera. Sin dudar, salió y en pocos segundos se dio cuenta de lo que pasaba. Discutió con la joven y también le cerró la puerta, pellizcándole un brazo. A todo esto, ya el vecindario completo estaba instalado mirando el incidente.
Ese capítulo terminó cuando Miño miró a su novia y le dijo: “Vamos”.
Desenlace
La pareja se fue en su auto. Magín y Rodrigo pensaron que todo había acabado, pero su rival no tenía eso en mente. Miño manejó por unas cuadras y después le dijo a su pareja: “Vos bajate. Yo voy a ir a arreglar el problema del vidrio”. La muchacha le hizo caso y se fue a la vivienda de un familiar.
Los Bettinelli llevaron a sus mascotas al patio. “Pito” estaba muy golpeado, pero sobrevivió. Entonces Rodrigo decidió salir nuevamente a la vereda para juntar el balde, la escoba y la manguera que habían quedado tirados. Dentro de la casa, Magín escuchó los disparos.
Miño había regresado y esperaba a sus rivales armado con un revólver calibre 22. Se parapetó a la salida del pasillo, detrás de la pared. Cuando Rodrigo se asomó, el asesino disparó dos veces a quemarropa. Uno de los proyectiles impactó en un ojo de Rodrigo, que cayó fulminado.
Su padre -que conocía el sonido de las armas de fuego- se apresuró para salir a ver qué pasaba. Encontró a su hijo tirado en el suelo y al criminal que le apuntaba a la cabeza. Magín cubrió su rostro con una mano y eso le salvó la vida. Una bala le dio en los nudillos y la otra en la muñeca. A pesar de las cirugías, todavía le quedan restos de plomo en esas partes, como un triste recordatorio de lo ocurrido.
Rodrigo murió prácticamente en el acto. Su asesino se subió al auto y desapareció. Por años logró escabullirse de la policía, que lo buscó por todo el país. Parecía conocer datos, porque cuando los uniformados llegaban a los lugares señalados, ya se había mudado unos días antes.
>>> Religioso: Rodrigo Bettinelli le esquivaba a los deportes. De hecho, nunca aprobó Educación Física de quinto año. Era católico practicante y había comenzado a recorrer en el seminario María Reina, de Buenos Aires, la vocación del sacerdocio.
Atrapado
Finalmente, luego de una minuciosa tarea de inteligencia, Miño fue arrestado el 1° de abril de 2011 en la localidad de Temperley, en provincia de Buenos Aires. Para ese entonces, la investigación había sido confiada a manos de las Tropas de Operaciones Especiales -lideradas en esa época por el actual jefe de la Unidad Regional I, Luis María Siboldi- y la fiscal Mariela Jiménez.
Esa fuerza de elite logró determinar que una abuela del criminal periódicamente le enviaba dinero a distintos lugares.
Con paciencia, rastrearon el sitio adonde iba ser remitido el próximo giro y una comisión viajó hasta allá.
Los agentes se calzaron los uniformes de los empleados del local de encomiendas y aguardaron al homicida, en medio de fuertes medidas de seguridad para no exponer a inocentes.
Miño no ofreció resistencia. Los hombres especialmente entrenados tampoco le dieron oportunidad.
A fines de julio de 2012, Ángel Alberto Miño fue hallado culpable en un juicio y condenado a 17 años de prisión. Hoy se encuentra recluido en la cárcel de Coronda.