En este fútbol argentino de arranque incierto, sin descensos a la vista, con tesorerías golpeadas y una maquinaria de generación de recursos que está en punto muerto o marchando en primera velocidad, Colón "habla" más afuera de la cancha por las situaciones conflictivas con la dirigencia, que adentro de la cancha, donde el técnico se maneja sin amistosos a la vista, probando esquemas y moviendo muy poco el mercado de las incorporaciones.
Una de dos: o ya no hay más dinero y se trae lo que se puede; o existe conformismo de parte de Domínguez -que no ha hablado desde hace siete meses en forma pública- con un plantel que estuvo tan cerca de la gloria llegando a la final de la Sudamericana, como de perder la categoría (muy beneficiado por la decisión de la Afa de ponerle punto final a la temporada, todavía con diez partidos por jugarse para la tabla de promedios y suprimiendo los descensos).
Tinelli dijo que el año que viene tampoco habrá descensos porque eso se decidió por asamblea (veremos si esto realmente se cumple), por lo cual es posible que este aspecto se tenga en cuenta para la conformación del plantel definitivo. Ese indicio lo dio Domínguez cuando el plantel empezó a trabajar con 12 jugadores surgidos de las inferiores, allá por el mes de agosto.
De todos modos, a excepción de Pierotti, Garcés o Farioli, en algunas circunstancias, no se destacaron caras nuevas en los equipos que armó Domínguez, un técnico que en su anterior paso por Colón utilizó generalmente el 4-4-2 o a veces el 4-5-1, agrupándose bien en defensa para tratar de atacar y lastimar al rival siendo eficaz del medio hacia arriba.
En algunas de las pruebas, se habló de una versión cuánto menos sorpresiva de Domínguez: jugar con tres atrás. Eso sí, en el medio, la presencia de Vigo y Delgado o Escobar como carrileros permitía suponer que esa supuesta línea de 3 se podía transformar, naturalmente, en una línea de 5, algo que se ha visto mucho en los últimos tiempos cuando un equipo se repliega y espera con mucha gente y achicando espacios cerca de su propia área.
El último equipo que puso, a la hora de la práctica de fútbol, fue con Leonardo Burián; Alex Vigo, Emmanuel Olivera, Bruno Bianchi y Gonzalo Escobar; Christian Bernardi, Federico Lértora, Rodrigo Aliendro y Gonzalo Piovi; Tomás Chancalay y Wilson Morelo. Sin Delgado (con una molestía física) y con Escobar, más Piovi, se puede pensar en una línea de tres (Bianchi, Olivera, Piovi) con dos carrileros con alma de marcadores de punta (Vigo y Escobar), o bien el tradicional 4-4-2 con Piovi de volante por izquierda, posición en la que ha jugado y no le disgusta.
No sorprende que la dupla ofensiva sea Chancalay-Morelo porque le dio resultado a Domínguez en el último partido, aún teniendo afuera del equipo a tres jugadores con más cartel que los dos que juegan. Mirando la lista de delanteros y dejando de lado a Sandoval, un "eterno postergado", en Colón están Brian Fernández, Lucas Viatri y el Pulga Rodríguez, jugadores de chapa, cotizados adentro de la plantilla tanto por lo que hicieron en su carrera como por lo económico. Pero con un Brian Fernández inestable, un Viatri con problemas internos con la dirigencia y el Pulga sin esa luz propia que tuvo encendida hasta la final en Paraguay y que luego se le fue apagando de a poco, tanto el colombiano como el juvenil que Colón puede perder como ya le ocurrió con Brian Galván por no haber arreglado a tiempo la extensión del contrato, siguen pisando fuerte en la consideración del entrenador.
De las seis incorporaciones de principios de año, Colón pasó a un mercado intrascendente en el que apenas sumó a Gonzalo Piovi y a un colombiano -Yeiler Góez- en edad juvenil, sin mucho recorrido, como apuesta y con un contrato raro por el corto tiempo (hasta diciembre), aunque con la posibilidad de extenderlo por un año más. Poco y nada. ¿Señal de los bajos recursos?, ¿conformismo pleno del entrenador con lo que tiene?, ¿tranquilidad por la inexistencia de presión por la supresión de los descensos?
Los desafíos para Domínguez están claros: 1) mejorar defensivamente a un equipo que mostraba fragilidad; 2) levantar el rendimiento de tres jugadores que navegaron mucho en la medianía de sus producciones y que hoy son tenidos en cuenta en la conformación del mediocampo, como Bernardi, Aliendro y Lértora; 3) a partir de los delanteros que tiene, armar un equipo poderoso en ofensiva.
La pandemia bajó los decibeles del interés futbolero de la gente mientras que la incapacidad e inacción de la clase dirigente del fútbol argentino posterga la vuelta a la actividad. También el virus ha creado incertidumbre sobre el derecho institucional de elegir autoridades. Esta comisión directiva, desgastada en varios de sus miembros y con algunos que ya no están, gobierna el club desde hace casi cuatro años y medio. Para que un club funcione, es absolutamente necesario que la cabeza funcione. El fortalecimiento de una dirigencia se da a partir del respaldo del socio y el inicio en plenitud de una nueva etapa. Para ello, el estatuto solicita que se cumplimenten ciertos pasos que se debieran llevar adelante y luego sí, en función de cómo se comporte la pandemia, ver si los comicios pueden o no llevarse a cabo.
El día que Roldán la rompió
El 5 de octubre de 1975 -este lunes se cumplen 45 años de ese partido- Colón y Juventud Antoniana de Salta empataban 2 a 2 en el Brigadier López por el torneo Nacional de ese año. El partido no dice nada, salvo que esa tarde de sol en Santa Fe, Ricardo Aniceto Roldán, que jugaba de "10" en Juventud Antoniana, convertía los dos goles de su equipo y era observado por Colón, que al año siguiente lo trajo a Santa Fe.
Hace poco, ese gran y honesto presidente que tuvo el club, Eugenio Marcolín, contaba que el Gitano Juárez, que lo había dirigido en Salta y por entonces en el '75 era el DT de Colón, se lo recomendó. Y Marcolín lo compró.
Roldán jugó cinco años en Colón, convirtiendo muchos goles de tiro libre. Luego fue a Vélez, posteriormente a Platense y terminó su carrera en Salta. Hoy es técnico en esa provincia.