Corría 1967, un año que tenía una particularidad muy especial para el fútbol santafesino: por primera vez, Colón y Unión se iban a ver las caras en la máxima categoría (fue 0 a 0 en el 15 de Abril y 1 a 1 en el Brigadier López, con goles de Nogara y el Pato Colman). El 26 de marzo de ese año (se cumplieron 54 años), llegaba a Santa Fe un grande del fútbol sudamericano, Peñarol de Montevideo, el equipo que llegaba plagado de pergaminos, algo parecido a lo que había acontecido 3 años antes con el Santos de Pelé.
Peñarol llegaba como campeón de la Libertadores y de la Intercontinental del año anterior. En la Libertadores se dio aquél famoso partido ante River, cuando dio vuelta el resultado (perdía 2 a 0 y lo ganó 4 a 2), algo que a River le costó el nacimiento del mote de “gallina”. Y en la Intercontinental, el equipo que dirigía un legendario arquero charrúa (Roque Máspoli) había dado cuenta ni más ni menos que del poderoso Real Madrid. Con ese pergamino, que era el mismo que ostentaba el Santos cuando vino a Santa Fe, llegaba el mejor equipo del continente para jugar ante Colón en otra patriada de ese hombre visionario y arriesgado como lo fue Italo Giménez, quien ese mismo día del partido presentaba su renuncia a la presidencia, la cuál no fue aceptada por el resto de la directiva.
Colón ganó 3 a 2 aquél partido, con goles de Resnik, Canevari y el Mencho Balbuena. Por su parte, Alberto Spencer (una gloria charrúa) y Nilo Acuña (volvió a Santa Fe como ayudante de campo de Jorge Fossati) marcaron los tantos de Peñarol. La crónica refleja que no hubo la cantidad de público que se esperaba. Pero lo más llamativo se dio unas semanas después, antes de la disputa del primer clásico (fue el 30 de abril de 1967). Es que el Tribunal de Penas de la Afa decidió sancionar a Colón con siete días de suspensión, con 15 días a Juan Carlos Rodríguez (el árbitro del partido), por dos meses a Pepe Etchegoyen (el técnico rojinegro) y la amenaza de descontarle dos puntos a Colón al término del torneo, algo que en definitiva no se concretó. ¿Por qué?, porque “no se solicitó la debida autorización para la realización de un partido internacional… Y porque hubo cambios de jugadores de manera antirreglamentaria”.
La campaña de Colón en ese torneo fue discreta. Terminó octavo en su zona, apenas con tres equipos por debajo suyo (Newell’s, Argentinos Juniors y Atlanta). De todos modos, ese 1967 fue un hito más para darle más cimientos a la leyenda del Cementerio de los Elefantes. Ya habían caído allí el Santos de Pelé y la selección argentina. Ahora lo hacía Peñarol, el campeón del mundo de ese momento. Suficientes argumentos para solidificar aquéllos “milagros futboleros” que dieron origen a la gran leyenda.