OPINIÓN
Alberto Sánchez
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Se jugaba el minuto 29 del segundo tiempo contra Gimnasia y Esgrima de Jujuy. La jugada los encontró (y enfrentó), por enésima vez, a Emanuel Brítez y Jonathan Bauman. En esta ocasión, el defensor tatengue fue con todo al piso y literalmente sacó de la cancha al ex Colón, en el lateral que da a la tribuna de Cándido Pujato. El árbitro, Alejandro Castro, en otra de las varias equivocaciones que tuvo durante el cotejo, decidió cobrar saque de banda para la visita, cuando en realidad, el último que había tocado la pelota fue Bauman.
Realmente, había sido clara y brusca la falta de Brítez, merecedora de la amarilla, que hubiera sido la segunda (había sido amonestado en el primer tiempo por un foul al mismo jugador) y por consiguiente, la expulsión. Pero no todo terminó ahí, al realizarse el saque de manos, ¿quién fue el receptor del mismo?, sí, Bauman; ¿quién lo marcó?, sí, Brítez. En consecuencia, otro episodio que los tuvo como protagonistas. Debe haber sido grave, porque el juez no dudó en mostrarle la roja directa al zaguero rojiblanco. De ahí en más se sucedieron hechos bochornosos, de los que por suerte últimamente no se observan con asiduidad en los campos de juego, pero que fueron lamentables.
"Lo eché porque le metió tres dedos en el ano a su rival”, explicó Castro antes de retirarse del 15 de Abril. Si bien es, si se me permite, hasta risueño pensar en cómo hizo el árbitro para darse cuenta de la cantidad de dedos involucrados en la infracción, la misma existió y recordemos que no es la primera situación por la que hay que criticar la actitud del juvenil (y muy buen) futbolista.
Justamente la noche en la que debutó en Primera División, ante Arsenal, hizo lo mismo, lo que pasa es que en esa ocasión, el perjudicado fue Pablo Lugüercio, quien además de ser “tocado”, se fue expulsado por reaccionar pegándole un codazo a su “agresor de manos”.
Indudablemente algo le pasa a Emanuel, a quien si bien no lo conozco en profundidad, he tenido la posibilidad de hablar con él y parte de su familia en un ámbito en el cual los temas abordados no se limitaron sólo al fútbol, mates de por medio, en su casa de barrio Belgrano. No es mi intención emitir un concepto que tenga que ver con su conducta, mucho menos tratar de calificar su proceder, no soy quién para hacerlo.
Pero recuerdo que en esa charla (un par de horas después del clásico que Unión le ganó a Colón 1 a 0 sin público, y del cual fue la figura al ganarle el duelo a Gigliotti), con su madre como testigo, me permití sugerirle, y aclarándole que no se trataba de un consejo, que trate de controlar su temperamento, sin que esto pueda perjudicar su esencia. Sugerencia que aceptó, reconociendo su proceder.
¿Qué quiero decir con esto?, que Brítez puede seguir siendo Brítez aún deponiendo su actitud de “pendenciero”. Sé, porque él mismo me lo ha revelado, que muchas de las cosas que lo catapultaron a la máxima categoría del fútbol argentino las aprendió, hasta no hace mucho tiempo, en los “potreros”, o en los “torneos libres”; esas competencias en las cuales la regla número uno (y la única) del reglamento es: “no hay reglas”.
Cada minuto de cada partido de cada torneo libre es sumamente nutritivo para cualquier jugador de fútbol, por lo menos lo ha sido para mi. Es indudable que se aprenden mucho y más rápidamente, sobre todo las picardías, a fuerza de enfrentar a hombres con experiencia, y no a jóvenes con futuro. Pero ahora Emanuel está jugando en un nivel totalmente distinto.
Jugar profesionalmente presupone otra conducta, reitero, sin perder la esencia. No es necesario que Emanuel Brítez deje de ser Emanuel Brítez para desempeñarse en el máximo nivel. Lo bueno sería que Emanuel Brítez se encargue de corregir lo que, en definitiva, está perjudicándolo. Si lo caracterizan un fuerte temperamento para afrontar cada dificultad, un saludable desparpajo para marcar a quien quiera dejarlo en el camino, y unas innegables cualidades técnicas, ¿por qué entonces echar por la borda todos esos atributos con un comportamiento que le juega en contra, no sólo a él sino al equipo?
Aún no se sabe con cuántas fechas será sancionado. Mínimamente serán dos, pero la cantidad terminará siendo anecdótica. Lo fundamental es que “Ema” empiece a tomar conciencia de que además de ser un muy buen futbolista, también es un ser humano, que por esa sola razón puede equivocarse, pero lo sucedido el martes debe utilizarlo como una experiencia positiva de aquí al futuro.
Ojalá este obligado descanso le sirva para empezar a enmendar su error. Estoy seguro que a nadie más que a él le ha dolido irse del campo de juego antes que sus compañeros. Para colmo, debió escuchar entendibles silbidos e insultos de algunos hinchas que presagiaban su expulsión.
Justo él, que a los cinco años se subía al “9” en Estanislao Zeballos y le pedía al chofer que lo baje en la cancha de Unión; que debía aguantarse las cargadas de sus compañeros de la escuelita de fútbol porque bajaba del colectivo ya cambiado (con botines y todo). Que al terminar lo acompañaban a cruzar la rotonda de bulevar y avenida Freyre para tomar otra vez el “9”, el que lo regresaba a la misma esquina del viaje de ida, y en la que lo esperaba su madre o alguno de sus hermanos. Si “Ema” no se olvidó de todo eso, seguramente pondrá todo lo que esté a su alcance para dar vuelta este presente.