De la gran mortandad al renacer: la fascinante historia del aguilucho que hoy visita Santa Fe
Es el aguilucho langostero. En los '90 se arrojaba un agroquímico para matar las langostas en los campos. Pero estas aves las comían, y luego se morían. La situación cambió, y hoy el volumen poblacional está creciendo. En la Reserva se detectó el ejemplar Nº 190: una curiosa becasa de mar.
Es un ave rapaz que se mueve en bandadas: los aguiluchos son grupales. Crédito: Gentileza Pablo Capovilla
A mediados de la década de los '90, el aguilucho langostero llegaba a estas tierras australes desde América del Norte, tras recorrer unos 11 mil kilómetros, como buen ave migratoria. En ese entonces, en los campos de la región pampeana se utilizaba un tipo de agroquímico (monocrotofos) para el control de plagas (langostas). Los aguiluchos llegaban, comían esas langostas -son su principal alimento- fumigadas y contaminadas, y morían. Hay registros periodísticos de grandes mortandades de estas aves: hasta 10 mil aguiluchos apilados en montañas de cadáveres.
El químico se prohibió para este uso particular, luego de una fuerte campaña de difusión de esta problemática iniciada por ONG's conservacionistas y el INTA. El tiempo pasó. Ahora, la población de los aguiluchos langosteros (buteo swainsoni, tal su denominación científica) empezó a crecer y crecer. Y una bandada de entre 150 y 200 pájaros de esta especie llegaron a la Reserva Natural Urbana del Oeste de la ciudad capital.
El vuelo del aguilucho langostero es imponente, por sus alas largas y anchas. Hoy hay una bandada de entre 150 y 200 ejemplares en la Reserva Natural Urbana del Oeste. Crédito: Gentileza Pablo Capovilla
"El aguilucho langostero es una bandera de la conservación de las especies. Un ave insignia para nosotros. Fue una batalla ganada, porque las poblaciones se están recuperando. Ver un aguilucho da esperanza", le dice a El Litoral Pablo Capovilla, experto en aves. Él junto a su colega Eduardo Beltrocco son guías intérpretes de naturaleza tanto de la Reserva como del Jardín Botánico. Estos ejemplares se quedarán en la ciudad hasta febrero-marzo, y luego partirán en larguísimo vuelo, otra vez, hacia el norte continental.
Variada coloratura, imponente vuelo
El aguilucho langostero es un ave rapaz migratoria. Llega todos los años a estas regiones, en septiembre-octubre. Tienen colores variados, un vuelo majestuoso por sus alas, y el tamaño comparable con el de un carancho. Se alimenta de, como se dijo, langostas; pero también de otros insectos y algunas aves pequeñas. Aunque esto último es muy poco frecuente.
Se mueven en bandadas: son aves grupales. "Incluso llegan a formar grupos de 10 mil individuos", explica Capovilla. Se ven muy seguido en Arroyo Leyes; pero también en otros lugares de la provincia, como el Departamento Las Colonias y Castellanos. "Y siempre es muy lindo verlos volar, saber que están aquí, después de todo lo que pasó en los años '90. Es un visitante al que no se lo conoce mucho, pero es muy importante que esté en términos de biodiversidad", subraya el experto en aves.
Las becasas de mar que están hoy en la Reserva tienen largas patas; el pico largo y algo curvado hacia arriba le permite andar y alimentarse entre la vegetación alta. Crédito: Gentileza Pablo Capovilla
Su técnica de caza más común es tomar insectos en el aire. También puede capturar insectos cuando caminan torpemente sobre el suelo. "Si bien se cree que durante su migración desde Estados Unidos hasta Sudamérica no se alimenta, es poco probable que no se alimente en vuelo", puntualiza la revista especializada argentinat.org.
La Reserva Natural Urbana del Oeste, por su ubicación, está en un lugar clave para las aves. "Pues se encuentra enclavado dentro de uno de los corredores biológicos más importantes de nuestra región, con el Paraná y sus afluentes, la laguna Setúbal y el río Salado. Son como autopistas perfectas para las aves migratorias", pondera Capovilla.
Del mar a estas pampas
Pero hay más: en la Reserva, los guías intérpretes descubrieron la visita de una nueva especie de ave para ese pulmón verde, y que es la Nº 190. Si bien no se ve muy seguido, cada tanto aparece: se llama becasa de mar. "Lo curioso es que es, justamente, un ave playera, anida y se reproduce en las costas marinas. Pero a veces aparece en aguas interiores", confía Pablo Capovilla.
Las becasas de mar nidifican en Norteamérica, norte de Canadá e incluso Alaska. Y tienen un tamaño bastante grande. Cuando allá es otoño-invierno, se vienen para el Hemisferio Sur, y llegan hasta Tierra del Fuego. Se las suele ver, además, en las costas del Pacífico, en Chile. "Y hoy la tenemos aquí, en nuestra Reserva, luego de volar día y noche más de 11 mil kilómetros hasta nuestra ciudad", añade el especialista. El largo peregrinar apenas duró cuatro o cinco días.
"Migra miles de kilómetros. La becasa es una gran viajera; estas aves se reproducen en los extremos norte del Continente Americano, y luego engordan: comen y comen, duplican su peso, y recién ahí se largan a volar", afirma Capovilla
Una becasa de mar posee largas patas y el pico largo y algo curvado hacia arriba, todo lo cual le permiten andar y alimentarse entre la vegetación alta, y vadear aguas que le llegan hasta el vientre, sumergiendo la cabeza y el pico, cita argentinat.org. Las maravillas de la naturaleza no dejan de sorprender.
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