Una infancia cruda, una camiseta de Colón y el amor de hermanos que selló el reencuentro
De chicos se separaron, pero tres de ellos siguieron en contacto. Ahora, 25 años después, lograron vincularse con uno de los hermanos adoptado por otra familia. Aún esperan poder hacerlo con otros dos. "Queremos ser parte de sus vidas", dicen.
Norma, Adán, Carlos y Graciela, un reencuentro esperado que sanó heridas de ausencia.
Cinco hermanitos desamparados, con largas ausencias parentales. El mayor, 8 años, y el más chiquito, 2. Cenaban mate cocido con pan porque a esa edad no sabían cocinarse. Nadie los cobijaba en las noches de tormenta o de la oscuridad, cuando se cortaba la luz. A Graciela y Norma les quedó eso grabado en la memoria: el miedo y la desprotección, tan fuertes como la certeza de que Adán, el mayor de ellos, haría todo por mantenerlos a salvo, postergando su niñez para que los hermanos sobrevivieran unidos.
"Cuando se cortaba la luz, él entraba a oscuras a la casa y buscaba alguna una vela o una linterna y así nos dormíamos. No iba a jugar con sus amigos, estaba siempre cuidándonos a nosotros. Siempre digo: hermano y papá como él, no hay", dice Graciela. Habla así, con admiración de Adán, su hermano mayor.
Lo que sigue es la inevitable intervención del Estado ante esos 5 niños desprotegidos. Adán quedó a cargo de un tío, mientras que Graciela (7), Norma (5), Carlos (4) y Marcelo (2) fueron llevados a la Casa Cuna. Tras un breve período en ese lugar de acogida, también las niñas Sandoval, lograron permanecer dentro de la familia, con tíos. A los dos más chicos los adoptaron otras parejas y les perdieron el rastro.
"Siempre fue muy fuerte el querer saber qué había sido de ellos", dicen a El Litoral las dos mujeres de la familia. Adán no alcanzó a llegar a la entrevista, pero fue clave en lo que vendría después en su historia. Mientras la charla comenzaba, Graciela le pidió a su hija de 12 años -futbolera y vestida de pies a cabeza del club Unión- que se llevara a su primita de 5 a jugar afuera con la pelota.
Norma y Graciela no tuvieron madre. O sí, ausente. Y cuentan algunos episodios muy tristes que prefieren no decir públicamente. Pero ahora -aseguran- ellas son "madrazas", "sobreprotectoras". "A mi hija le quiero dar todo lo que me faltó a mí", repiten, casi al unísono. Sólo tienen una nena cada una, y sobrinos. "Obviamente cometemos errores como madres, pero siempre tratamos de darles lo mejor", señalan.
Adán, Graciela, Norma, y los más chiquitos Carlos (con la camiseta de Colón) y Marcelo (de remera azul). Una historia de resiliencia.
Una camiseta y la esperanza a flor de piel
En una vieja foto de los cinco hermanitos pequeños sentados en un sillón, hay uno que tiene puesta una camiseta de Colón. Adán pidió llevársela consigo cuando los separaron, y la conservó como reliquia y recuerdo de Carlos, que adoraba esa camiseta y nunca se la sacaba. Incluso, la enmarcó como legado para sus propios hijos, a uno de los cuales le puso el segundo nombre de ese hermano adoptado por otra familia.
"Cuántas veces hablamos acá, tomando mates, de ir a Casa Cuna a preguntar. ¿Y si contratamos un abogado? Seguro nos salía caro, no sabíamos por dónde empezar. Por eso pusimos en redes la foto nuestra de chiquitos y esperábamos que alguien nos diera una pista, sobre todo por la camiseta de Colón", recordaron Graciela y Norma, que nunca perdieron la esperanza, por más que pasaran los años, las décadas, la vida.
El día clave llegó por otro lado, a través del rol clave del Gobierno provincial. "Mi hermano trabaja en la vecinal de Villa del Parque. Gente de la Secretaría de Derechos Humanos fue a la vecinal y Adán les contó de nuestra búsqueda. Ese día vino y nos dijo que se podía hacer algo, que ellos iban a revisar el expediente del año 2000", recuerdan.
Graciela y Norma Sandoval quieren lo mejor para sus hijas, como madres presentes. Crédito: Luis Cetraro
El abrazo esperado
Después de tres años, un llamado empezó a reunir las piezas. "Andrea (de Derechos Humanos) que llevaba nuestro caso, me llama un día y me dice: 'Carlos se contactó conmigo y me pidió tu número'. Apenas corté con ella, al ratito me llamó él", cuenta Graciela. La emoción de ese primer contacto fue tan fuerte como inolvidable: "Nos estuvimos mensajeando mientras hablábamos por teléfono. Él me pasaba fotos de cuando era chiquito y todo eso".
"Resulta que Carlos vivió siempre en Santa Fe con sus padres adoptivos -que los conocimos y son un amor de personas-, hasta hace un par de años que fue a Tucumán. De casualidad no nos encontramos antes porque, por ejemplo, de adolescente yo tenía un amigo con el que nos reuníamos y siempre me decía que iba a traer a un amigo suyo a tomar mates. Era Carlos ese amigo, pero nunca lo trajo", dice Norma.
Los cuatro hermanos estaban planeando reencontrarse finalmente en Santa Fe para las fiestas de Navidad de 2024. Unos meses antes, Carlos -el de la camiseta de Colón- decidió venir de sorpresa al cumpleaños de Graciela.
Uno de los momentos más conmovedores llegó con Adán. "Se desplomó. Era la primera vez que lo veíamos llorar desconsoladamente", relatan. "Lo hemos visto llorar por el nacimiento de sus hijos, pero esto… esto fue distinto", cuentan las mujeres.
En un par de semanas, compartieron fotos, se contaron sus vidas, se abrazaron. "Estaba todo el tiempo con nosotros, lo disfrutamos a pleno", remarcan, aún con alegría en sus rostros.
El reencuentro trajo nuevas preguntas. "¿Qué fue de Marcelo, el quinto hermanito que aparece en la foto? ¿Quiere saber de nosotros? También hay un sexto hermano. Saltó en la búsqueda de los archivos. No sabíamos de él, es más chiquito. Queremos que también sepa que lo estamos esperando, que queremos conocerlo", dice Norma con firmeza.
La familia no busca invadir ni reemplazar historias. "No queremos cambiar la vida que llevan, no les queremos quitar nada, ni su identidad ni el cariño por sus padres. Sabemos que Marcelo tal vez puede tener otro nombre y que sabe de nosotros; lo tiene que procesar, es mucha información. Solo queremos saber cómo están, qué fue de sus vidas, y si nos permiten, formar parte", aseguran.
La camiseta de Carlos cuando tenía 2 años. El hermano mayor pidió conservar cuando se separaron y la enmarcó.
Ambas mujeres hablan con una dulzura atravesada por la esperanza. La esperanza que supieron cultivar durante años de incertidumbre. "Nosotros no tuvimos una vida color de rosa. Pasamos por muchas altas y bajas. Y eso es importante que lo sepan", dicen.
Hoy, el deseo que las moviliza es sencillo y poderoso: "Queremos ser parte de sus vidas. Que nuestros hijos compartan con sus tíos. Que podamos armar lo que la vida nos quitó. Pero siempre con respeto de sus tiempos y de lo que ellos quieran hacer. Solo pedimos que nos den una oportunidad".
Desde que se conoció su historia, a través de una comunicación de Provincia, Graciela y Norma no han dejado de recibir mensajes, historias de personas que también buscan, que también sueñan con reencontrarse. La entrevista termina y llaman a sus hijas adentro, ya anocheció. Pero ahora no tienen miedo a la oscuridad, su búsqueda es un faro. "Siempre hay que tener esperanzas", cierran.
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