La muestra de 1967 que reveló la “mística” de Aid Lea Herrera
Casas sin suelo, jarrones sin mesa y el color como único sostén. Así eran las obras que presentó la artista en la galería “El Galpón” en junio de ese año. ¿Qué dijo El Litoral?
Fragmento de "Todos somos unidos". Foto: Colección privada
"Tienen la bondad de los pequeños milagros naturales", escribió Jorge Taverna Irigoyen el 28 de junio de 1967. Se refería a las obras de la muestra de Aid Lea Herrera en El Galpón, legendaria galería santafesina. En esas palabras está cifrada la potencia de una artista que nunca buscó el centro.
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Herrera no emergió del canon, sino de los bordes: nació en Puerto General San Martín, vivió en Pueblo Alberdi, preparó papeles con diversos elementos para que su esposo, Juan Grela, pudiera pintar. Hasta que empezó a hacerlo también.
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El impulso de pintar
Lo que se expuso en El Galpón fue el testimonio de un proceso vital, el resultado de una relación orgánica entre mirada, color y entorno doméstico. Así lo intuyó Taverna, que comienza su texto hablando del impulso existencial en la obra de Aid.
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"El deseo de comunicarse con el mundo, de ‘responder’ al mundo sus innúmeras maravillas de formas y de colores… puede nacer de muy diversa forma. Y también, por qué no, en edades maduras, cuando la experiencia, sin apaciguar los instintos, les da a cada uno su debida resonancia, su humildad y su trascendencia".
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El crítico no duda en nombrarla artista, desde un lugar ajeno al tecnicismo y las fórmulas estilísticas: "Es artista (y la fórmula es tan vieja como el mundo) aquel que tiene algo por decir y sabe adaptar sus medios expresivos para decirlo", dice.
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Y agrega: "de lo contrario: ¿de qué valen todos los resortes habidos y por haber de la técnica, del oficio, del juego de repetir hasta el hartazgo ‘dos más dos son cuatro’?". Taverna comprendió que su pintura era fruto de una maduración interior, de un modo particular de estar en el mundo: "Casi sin quererlo, con miedo, ‘se hizo’ artista".
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Como encender lámparas
La pintura de Herrera no apuntaba al virtuosismo. Las figuras (niños, casas, árboles, jarrones) se mecían sin perspectiva ni apoyos. Lo sabía Taverna: "Las figuras flotan en el aire, los jarrones con flores no asientan sobre ninguna mesa, las casas reposan sobre horizontes imaginarios", subrayó.
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Pero la clave estaba en lo que se encendía. El color, ese que había visto durante años en su casa, en la paleta de Grela, que ella misma había preparado con manos de alquimista rural, era el corazón de la obra.
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Según Taverna: "un color resplandeciente a veces, otras en ocaso; un color que quiebra las figuras o las enlaza (según convenga); un color triunfante en su ingenuidad, sabio en sus acordes, inunda cada plano, trasciende las atmósferas de los cartones".
Allí, el crítico encontró algo especial: "En ese color, entonces, hallará (el visitante) la verdadera ‘mística’ de Aid Lea Herrera: sabrá de su alegría por encender luces, por bautizar formas".
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Lentitud y recogimiento
Aid no ofrecía gestos rupturistas. Había que llegar a ella desde otro lugar. Sus obras "no se descubren a cualquier contemplador, no se ‘entregan’ a la primera mirada del visitante. Antes este visitante deberá recogerse íntimamente, guardar todas sus urgencias y sus ‘fórmulas’ de mirar, tirar los preconceptos", dijo Taverna.
Museo Moderno
Aid proponía una experiencia elemental, una vuelta a lo "fácil y primitivo". Pero lejos de la torpeza o la simplicidad. Volvemos al principio de estas líneas: “las pinturas limpias y humanas de Herrera, reconfortan. Tienen la bondad de los pequeños milagros naturales".
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