Ángel Della Valle nació en Buenos Aires el 10 de octubre de 1852, en una familia de inmigrantes italianos. Sus primeros estudios de arte los realizó en Buenos Aires, pero en 1875 viajó a Florencia para perfeccionarse con Antonio Ciseri.

En sus trabajos hay gauchos, indios, caballos y paisajes campestres. Ecos de un mundo destinado a desaparecer. Dejó una rica y heterogénea constancia de la Argentina en transformación. Lo recordamos a 173 años de su nacimiento.

Ángel Della Valle nació en Buenos Aires el 10 de octubre de 1852, en una familia de inmigrantes italianos. Sus primeros estudios de arte los realizó en Buenos Aires, pero en 1875 viajó a Florencia para perfeccionarse con Antonio Ciseri.
Ese contacto con las tradiciones pictóricas europeas sería decisivo para formatear su mirada. Al regresar a la Argentina, inició su actividad docente en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, donde durante 18 años ocupó la cátedra de dibujo.
Fue maestro de artistas como Boggio, Daneri y Victorica y testigo de una época de cambios monumentales. Ignacio Gutiérrez Zaldívar sostuvo que "reflejó en sus cuadros temas campestres e históricos, testimonios de una Argentina que cambiaba la fisonomía de su ciudad capital, convirtiéndola en la más europea de América".

La Argentina cambiaba producto de la Campaña del Desierto del general Roca y por la inmigración. Y Della Valle, pincel en mano, registró ese proceso.
Como José Hernández en la literatura, Della Valle encontró sus musas en el campo argentino. En sus cuadros hay gauchos, caballos, tareas rurales y sobre todo está la sobrecogedora vastedad de la pampa.
Sus obras más célebres (entre las cuales se contabilizan "Corrida de sortija" y "Fuego en la Pampa") demuestran una técnica precisa y son indicios de su sensibilidad.

Juan José Cresto, en un artículo publicado por La Nación en noviembre de 1999, escribió que "tuvo una colorida paleta -igualada, pero no superada en nuestro país- que, al narrar la vida de campo conoció todas las vibraciones del color de la luz".
"Y hay que señalar -agregó Cresto- una infaltable reiteración: la presencia del caballo en aquel escenario en igual o mayor cantidad que el gaucho mismo".
En efecto, el caballo fue uno de los protagonistas de su obra. Como lo describió también Cresto: "fue el más completo pintor animalista. Caballos en carrera, caballos asustados, huyendo del incendio de los campos, caballos en movimiento defensivo, caballos mansos y en descanso y tantos otros".

Entre sus obras, "La vuelta del malón" (1892) ocupa un lugar central. Expuesta por primera vez en la vidriera de la ferretería Nocetti y Repetto, en la calle Florida, es considerada como la "primera obra de arte genuinamente nacional".
Laura Malosetti Costa escribió que "presentaba por primera vez en las grandes dimensiones de una pintura de salón una escena que había sido un tópico central de la conquista y de la larga guerra con las poblaciones indígenas a lo largo del siglo XIX: el saqueo de los pueblos fronterizos, el robo de ganado, la violencia y el rapto de cautivas".
La tela, que hoy puede verse en el Museo Nacional de Bellas Artes, es una síntesis de esa tensión que ya había señalado Domingo Faustino Sarmiento entre civilización y barbarie. Que, por otro lado, marcó toda la narrativa de la generación del 80.

El crítico Rafael Squirru afirmó que "si Della Valle no fue testigo presencial de un malón, sí debe de haber escuchado su descripción de algún testigo presencial. La vivencia del conjunto es tan poderosa, que parece pintada del natural".
Desde otra perspectiva, la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP propuso una lectura simbólica: "La composición de Della Valle no se aleja demasiado de las representaciones europeas de tropillas de moros e invasiones de bárbaros".
"Presenta una configuración de sentido inequívoca y conmovedora en cuanto a la justificación simbólica de aquella guerra de exterminio finalizada por Roca en 1879".
"En este sentido, los habitantes ‘del desierto’ parecen identificados como parte de la naturaleza (y no de la civilización) en una mirada romántica compartida por una clase terrateniente que se veía beneficiada por la 'pacificación' de la pampa".

Della Valle fue parte de la Generación del 80, junto a artistas como Eduardo Sívori. Su taller, situado en pleno centro porteño, alentó la formación, diálogo y creación.
Su vida se apagó súbitamente en 1903, en el propio atelier, mientras daba clases, ante la vista de sus alumnos. Una muerte serena, casi simbólica. Posiblemente la deseada por cualquiera que ama su profesión.
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