En el recorrido "Mujeres artistas" que propone en su web el Museo Nacional de Bellas Artes, hay 251 obras, en un abanico amplísimo. Aún así, el mínimo conjunto de trabajos de Emilia Bertolé que resguarda esa pinacoteca es de gran riqueza.

Pintora y poeta, nació en El Trébol y transitó la bohemia del café Tortoni. En su obra conviven luchas sociales, vínculos familiares y una sensibilidad moderna.

En el recorrido "Mujeres artistas" que propone en su web el Museo Nacional de Bellas Artes, hay 251 obras, en un abanico amplísimo. Aún así, el mínimo conjunto de trabajos de Emilia Bertolé que resguarda esa pinacoteca es de gran riqueza.
Sobre todo, al considerar que fue una pintora que se proyectó desde un hogar humilde del interior del país, precisamente en la pampa gringa, hacia lo más destacado de los círculos intelectuales de Buenos Aires, en tiempos en que el papel de la mujer estaba muy limitado en tales ámbitos.
Nacida en El Trébol hacia fines del siglo XIX, Bertolé fue alguien sensible a su tiempo. Su obra pictórica y poética es el testimonio de una mujer que atravesó la bohemia porteña (iba a las tertulias del Café Tortoni), el empuje modernista y las vicisitudes políticas, con el golpe de 1930 incluido.

Tras el revés económico de su familia, se trasladó a Rosario, donde, gracias a una beca, estudió con el maestro Mateo Casella. Desde allí se proyectó en Buenos Aires y en los salones nacionales, donde sobresalió incluso en tiempos en los que el mundo del arte era dominado por varones.
En las líneas que siguen, proponemos un viaje por cinco obras de Bertolé que dan cuenta tanto de sus búsquedas artísticas como de la atención que le prestó al contexto.
Esta obra de Bertolé posee una carga emocional profunda: el retrato remite a las circunstancias traumáticas que marcaron la infancia de Emilia. Como recuerda Nora Avaro, citando a la propia pintora: "nuestra pobreza era terrible. Mi padre había perdido todo".

"Mis más lejanos recuerdos, aquellos que se aprietan a mis primeras manifestaciones de vida consciente, envuelven la visión penosa de hombres musculosos que cargaban baúles tras baúles, llevándose lo que de valor había en nuestra casa, ropas, lencería, lo que pudiera convertirse en dinero", señala la misma cita.
Así, la figura paterna aparece plasmada con la melancolía de quien carga el peso de una caída. Pero también hay sobriedad, y respeto. Inclusive, está el hermoso detalle del libro en las manos del padre, refiriendo a que aún en condiciones adversas, era un hombre culto.
Este retrato es tanto homenaje íntimo y comentario social. Emilia, ya instalada en una ciudad que la fascinaba y repelía, supo entrelazar la mirada hacia su madre con su propia percepción del entorno urbano.

"Como joven humilde, recién llegada a la capital del país, la gran ciudad causa un impacto profundo en la mirada de Emilia, que está entusiasmada con la posibilidad de triunfar".
"Pero no deja de captar las profundas desigualdades de clase que se esconden tras ese Buenos Aires ‘aristocrático, poderoso’, en el que ella se mueve, y de imaginar la suerte de aquellos inmigrantes pobres, como su propia familia, los ‘del conventillo’", escribe Florencia Abbate.
En el retrato, la figura materna aparece como sujeto querido y como símbolo de la lucha silenciosa de tantas mujeres desplazadas y resistentes. Léase, inmigrantes.
En este trabajo, Emilia conjuga tradición compositiva con un lenguaje cromático osado. Según el Museo Castagnino Macro: "Cora representa a su hermana, también artista y poetisa, en los años en que ambas frecuentaban el ambiente literario y artístico de Buenos Aires".

"En el marco de una composición tradicional, la artista representa la figura con la languidez en boga en los retratos femeninos de la época. Utiliza un amarillo vibrante en contraste con azules y violetas en un fondo floreado a la manera de un papel pintado modernista", agrega la misma fuente.
"Cora" puede ser comprendida también como alegoría del apoyo mutuo entre mujeres, en un mundo que pocas veces abría espacios para las creadoras.
Bertolé se mira a sí misma sin idealización ni afectación, más bien se trata de pensar en la propia identidad. Más que una imagen, es una declaración de presencia. La obra está ligada a su intento de abrirse camino en un sistema artístico restrictivo.

"Los comentarios de Bertolé sobre esta etapa de su trabajo permiten apreciar la problemática específica de la profesionalización desde una perspectiva de género, ya que revelan el sesgo novedoso que tenía la irrupción de las mujeres al espacio del mercado del arte", señala la especialista Florencia Abbate.
Es una de las obras más intrigantes de su galería de retratos. Representa al poeta Bufano, cuando apenas tenía 26 años. María Isabel Baldasarre analiza: "Bufano está vestido muy elegantemente: con camisa de cuello pajarita, corbata y paletó negro, abrigo asociado frecuentemente a la vida bohemia", sostiene.
Y añade: "la estilizada mano y el rostro, resuelto con un tinte verde y algo pequeño para su porte imponente, transmiten una sexualidad ambigua, impresión reforzada por la boca sutilmente delineada".

Este retrato juega con los códigos de masculinidad y elegancia, dotando al personaje de una ambigüedad sensual inusual para la época. Es, también, un ejemplo de la sofisticación psicológica con la que Bertolé abordaba a sus retratados.
Afectada por la crisis social y artística tras el golpe de 1930, Emilia vio mermar los encargos que sostenían su carrera. Se reinventó como ilustradora, colaboradora de revistas y diseñadora de cuadernos temáticos como Mujeres de América.
En 1944 regresó a El Trébol para cuidar a su madre y falleció poco después, el 25 de julio de 1949, a los 53 años.
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