A comienzos de los años ’70, Carlos Uría ya era un nombre consolidado en el panorama del arte argentino. Nacido en 1933, su obra formaba parte de colecciones institucionales y privadas tanto en el país como en el exterior.
En junio de 1973, este medio mantuvo un diálogo con el pintor y dibujante. Los temas: su técnica, sus búsquedas y sus obsesiones. Una joya del archivo que tiene eco en el presente.
A comienzos de los años ’70, Carlos Uría ya era un nombre consolidado en el panorama del arte argentino. Nacido en 1933, su obra formaba parte de colecciones institucionales y privadas tanto en el país como en el exterior.
Incluso el Banco de la Nación Argentina había adquirido varias de sus piezas para sus sucursales europeas. Desde 1958, había realizado exposiciones en casi todas las provincias argentinas, además de Uruguay, Colombia, Estados Unidos y Suiza. Su trabajo integraba ya las colecciones de museos de primer nivel en Argentina.
En 1973, Carlos Uría consolidó un vínculo con Santa Fe. Ese año, el Museo Municipal de Artes Visuales montó una exposición con obras suyas producidas entre 1963 y 1973. En ese contexto, fue entrevistado por El Litoral, que lo definió el 5 de junio de ese año como un “extrovertido y personal hacedor plástico”.
Durante la entrevista, Uría compartió su mirada sobre el proceso creativo. Reveló que su punto de partida eran las formas naturales, desde las cuales derivaba hacia un expresionismo lírico, siempre ligado a la figuración.
"La imagen no es evidente, pero la subyacente siempre es parte de la realidad. Está subjetivada. Pienso que el arte es siempre subjetivo, en cualquiera de sus expresiones", expresó.
"Uno de los aspectos de la conversación fue su interés por la serigrafía, una técnica de impresión que permite reproducir obras en serie. Para Uría, esto representaba una forma de acercar el arte a más personas.
"En Buenos Aires existe particular interés por todo lo seriado, que se abarata en función del adquirente", explicó. "Otro tanto ocurre en Europa, con un gran mercado en Alemania, Francia e Italia".
Desde hacía una década, Uría también se dedicaba al vitreaux, técnica que lo fascinaba por el modo en que el color transformado por la luz ofrecía nuevas posibilidades expresivas.
Según destacaba El Litoral en ese entonces, el artista se sentía "atrapado por el color que a través de la luz da una dimensión distinta al plano pintado sobre la tela". De hecho, preparaba una muestra en Buenos Aires con la idea de renovar la tradición del vitreaux.
En esa misma época, Uría trabajaba en una muestra experimental con volúmenes, una obra que escapaba de las categorías tradicionales.
"No es ni escultura ni pintura, sino una mezcla de las dos cosas. Todo esto, siempre con la figura humana como tema, es una necesidad de expresarme a través de otros elementos", le dijo a El Litoral. Su intención era integrar materiales industriales al proceso creativo, algo poco habitual en el arte argentino de entonces.
La entrevista concluía resaltando el paso de Uría por Santa Fe. "Así, con su búsqueda de nuevas formas expresivas y siempre fiel a sí mismo, Uría ha pasado por Santa Fe, otro medio unido a un largo itinerario americano y europeo donde ha volcado y volcará sus inquietudes plásticas", escribía El Litoral en 1973.
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