Hasta el 16 de junio, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) presenta "Kuitca 86. De Nadie olvida nada a Siete últimas canciones".

La exposición señala cómo el artista Guillermo Kuitca construyó, en los ‘80, las bases de una obra que lo llevaría a representar a la Argentina en bienales internacionales.

Hasta el 16 de junio, el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) presenta "Kuitca 86. De Nadie olvida nada a Siete últimas canciones".
La exposición recupera una etapa clave en la producción de Guillermo Kuitca y la ilumina desde una perspectiva que la vuelve actual.

A medio siglo de su primera muestra individual —en la galería Lirolay, cuando tenía apenas 13 años— esta revisión curada por Sonia Becce y Nancy Rojas propone leer las obras de sus años formativos como el germen de una poética.
Nacido en Buenos Aires en 1961, Guillermo Kuitca es uno de los artistas argentinos contemporáneos más influyentes en el plano internacional.
Su trayectoria abarca más de cuatro décadas e incluye exposiciones individuales en instituciones emblemáticas como el MoMA, la Fundación Cartier y el Reina Sofía, entre otras.

Representó a la Argentina en bienales como las de Venecia y San Pablo, y su obra forma parte de colecciones permanentes en museos de todo el mundo.
Kuitca es, ante todo, un artista que hizo de la pintura un modo de pensar la escena: la escena como espacio de representación, pero también como lugar del mundo, diagrama emocional y dispositivo arquitectónico.

"Kuitca 86" condensa esa tensión fundacional. Reúne una serie de trabajos realizados entre 1982 y 1986, cuando el artista abandona progresivamente la figura humana y comienza a explorar formas abstractas de espacialidad.
Las obras de esta etapa son claves para interpretar un lenguaje visual en gestación, donde lo doméstico, lo dramático y lo político se inscriben en la pintura como capas de un mismo mapa.
A través de dibujos, documentos y pinturas de distintos formatos y técnicas, la exposición permite seguir el itinerario de un artista que empieza a ensayar una gramática propia.

La curaduría subraya el peso simbólico de 1986 como un año bisagra en la obra de Kuitca, y como un momento para repensar las condiciones de producción cultural en la Argentina posdictadura.
Evita caer en la nostalgia o la conmemoración y apuesta, en cambio, por una relectura crítica: ¿qué nos dice hoy esa pintura que ya se abría al espacio escénico, al afuera, al cuerpo ausente pero latente?

La idea de escena -constante en la obra de Kuitca- aparece aquí como método. En ese sentido, Kuitca 86 también dialoga con la contemporaneidad.
Puntualmente, pone el foco en las proyecciones performativas de una obra que nunca dejó de interpelar al espectador como sujeto político y como habitante de estructuras (mentales, familiares, urbanas) que siempre están por desarmarse.

Entre las actividades realizadas en torno a la muestra, se ofreció un recorrido guiado en el que se abordaron las características de la obra pictórica de Kuitca.
La misma fue desde sus primeras experimentaciones con materiales poco convencionales hasta su búsqueda de una narrativa visual influida por la coreógrafa Pina Bausch y el director teatral polaco Tadeusz Kantor.
También se llevó a cabo "Rincones imaginados", una actividad dirigida a niñas y niños de entre 5 y 12 años. La propuesta buscó descubrir, a partir de algunas obras, el momento en que el artista comenzó a gestar su propio lenguaje.
Al respecto, los organizadores señalaron: “Muchas veces, crear comienza en los rincones más ocultos de nuestra mente, en los espacios cotidianos de nuestra intimidad: en nuestra cama, en una silla, durante un paseo”.

Varias de las piezas que integran la muestra regresaron al país después de décadas en el extranjero. Así, Kuitca 86 no solamente restituye obras, sino que reconstruye el sentido de una genealogía.
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