Al pintor Mark Rothko, quien nació un 25 de septiembre de 1903, no le interesaban para nada las relaciones del color o de la forma. Quería expresar "emociones humanas fundamentales: la tragedia, el éxtasis, la funesta fatalidad".

Desde Buenos Aires hasta Nueva York, en estas líneas se propone un viaje. Las escalas: un puñado de trabajos que marcaron la etapa de madurez del artista norteamericano.

Al pintor Mark Rothko, quien nació un 25 de septiembre de 1903, no le interesaban para nada las relaciones del color o de la forma. Quería expresar "emociones humanas fundamentales: la tragedia, el éxtasis, la funesta fatalidad".
El expresionismo abstracto, movimiento en el cual se lo puede incluir, incluye dos vertientes: la de Jackson Pollock (energía y dinamismo) y la de Rothko (sutileza y simplicidad).
"Los cuadros de Mark Rothko, enormes, muestran amplios campos de color rectangulares con unos límites indefinidos entre ellos. Son colores borrosos, que flotan suspendidos en el lienzo, estimulando unas sensaciones místicas bastante interesantes", sostiene Miguel Calvo Santos.
En las líneas que siguen, va un repaso por cinco obras representativas de la etapa de madurez del artista, nacido en la antigua Unión Soviética, que desarrolló la totalidad de su obra en los Estados Unidos, hasta su trágica muerte en 1970.
La primera de las obras elegidas fue creada entre los años 1955 y 1957. Está resguardada en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Forma parte del período de madurez del artista norteamericano, cuando optó finalmente por las formas rectangulares sobre fondos coloreados.

"En esta obra, tan característica en ese sentido, es evidente su preferencia por los bordes y los ángulos suaves más que por las estrictas formas geométricas", señaló Abigail Winograd.
Agregó que el artista "amontonó capas de color para crear un ambiguo sentimiento de profundidad. A pesar de la ausencia de figuración en la obra de Rothko, las modulaciones de color en el espacio frecuentemente transfieren una sensación de movimiento".
La segunda obra seleccionada es del año 1961 y forma parte del patrimonio del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de la ciudad de Madrid.

"En los 60, los colores brillantes y expansivos de la década anterior ceden paso en su obra a tonos sombríos, más introspectivos. En el cuadro, el calificativo de ‘abstracción de lo sublime’ que el crítico Robert Rosenblum aplicó a su obra, se revela en toda su significación", escribió Paloma Alarcó.
"En la década de 1960, las tonalidades fuertes y brillantes de sus cuadros anteriores, que producían una especie de radiación expansiva, fueron sustituidas por colores sombríos, como los morados, grises, verdes oscuros, marrones, con los que Rothko consigue obras más herméticas, todavía más sobrecogedoras", añadió.
La tercera obra pertenece al Museo Guggenheim de Bilbao. Según consta en la página de esa institución, fue colocada en un lugar destacado en una exposición de 1954 en el Art Institute of Chicago, la primera vez que la obra madura de Rothko se presentaba en un museo americano de jerarquía.

"La muestra consistía en 8 pinturas cuidadosamente distribuidas en una galería relativamente compacta y de techo bajo. Sin título, que colgaba del techo junto a la entrada, dominaba el espacio y recibía a los visitantes con una frontalidad inevitable que no les proporcionaba ningún refugio en la distancia", indica la misma fuente.
La cuarta elegida es parte del acervo del Museo Metropolitano de Arte de la ciudad de Nueva York y fue pintada en 1958.

"En la obra de Rothko, el color varía enormemente y evoca una amplia gama de emociones. Los tonos primarios de rojo y amarillo que componen esta obra son brillantes y jubilosos, mientras que otras obras están conformadas por oscuros y melancólicos granates, azules y verdes", indica la página web del MET.
La quinta y última de las escogidas para estas líneas integra una de las colecciones del Museo de Arte Moderno de la ciudad de Nueva York.
"Es un ejemplo temprano de una estructura compositiva que Rothko continuaría explorando durante más de dos décadas. Bloques de color, estrechamente separados, flotan sobre un fondo también coloreado", señala la página de la entidad.

"Sus bordes son suaves e irregulares, de modo que, cuando Rothko utilizaba tonos muy próximos entre sí, los bloques a veces parecen apenas emerger del fondo”, añade.
"Así como los bordes tienden a desvanecerse y difuminarse, los colores nunca son completamente planos, y la leve irregularidad en su intensidad revela la exploración del artista de la técnica del scumbling: al superponer colores intensos sobre una neblina de capas translúcidas de pintura, creó una ambigüedad", remarca.
En el mundo de Rothko, cada rectángulo es menos una forma que un acceso a lo inasible del ser humano. Sus trabajos, que buscan conmover, son espacios de silencio y sobrecogimiento, tal vez se las pueda comparar con "capillas interiores".
A más de medio siglo de su muerte, sus campos de color continúan llamando la atención a quienes se detienen frente a ellos. En la sencillez de dos o tres tonos está el misterio de la existencia, con sus tragedias y sus éxtasis.
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