A finales de octubre de 1970, las salas de El Puente, galería que funcionaba en calle 25 de Mayo 1884, abrieron sus puertas a una exposición que puede ser vista, en perspectiva, como una especie de acto de "memoria artística".

Luis Seoane, Aída Carballo y Gustavo Cochet compartieron sala en El Puente en octubre de 1970. Una muestra que, medio siglo después, mantiene su valor histórico y simbólico.

A finales de octubre de 1970, las salas de El Puente, galería que funcionaba en calle 25 de Mayo 1884, abrieron sus puertas a una exposición que puede ser vista, en perspectiva, como una especie de acto de "memoria artística".
Allí, tres nombres esenciales del grabado argentino (Luis Seoane, Aída Carballo y Gustavo Cochet) confluyeron en un diálogo potente: el de la historia, la técnica y la sensibilidad.

El Litoral, en su edición del lunes 26 de octubre de aquel año, lo registró. "Tres figuras que testimonian un verdadero orden creador, con sus constantes de estilo y de expresión debidamente caracterizadas, y un singular relieve proyectivo de la llamada 'realidad interior'", explicó el diario.
La premisa era vincular las obras de estos tres artistas, quienes más o menos vivieron en el mismo período, para de ese modo poder entender el grabado como un territorio de resistencia, introspección y, por qué no, de identidad.

Nacido en Buenos Aires en 1910 y exiliado desde joven a Galicia, Luis Seoane encarnó la doble pertenencia de quien encuentra en el desplazamiento una forma de vida.
Su obra, atravesada por la memoria política y el rigor plástico, construyó un puente entre dos mundos (España y Argentina), dos lenguajes y una misma necesidad de testimoniar el tiempo.

Tras la Guerra Civil española, su regreso a Buenos Aires lo encontró ya con voz propia: gráfica, poética y política, todo a la vez. Sus xilografías, sus retratos de obreros, campesinos y exiliados tenían la densidad de la memoria compartida.
En 1970, cuando sus obras llegaron a Santa Fe, Seoane ya era un artista que entendía la estampa como "un acto de comunicación popular", como él mismo decía. Había en sus trabajos compromiso histórico y hondura lírica.

Aída Carballo (1916-1985) aportó una mirada en la cual fluyeron dos variables: precisión técnica y profunda introspección. Formada en las escuelas Prilidiano Pueyrredón, Ernesto de la Cárcova y Nacional de Cerámica, su viaje por Europa fue el encuentro con una sensibilidad que haría de la figura humana su eje central.
En palabras de la crítica e historiadora Silvia Dolinko, "Hombres y mujeres fueron protagonistas de su corpus, desarrollado especialmente a través de distintas técnicas gráficas. Que siempre denotan un trabajo meticuloso de observación en pos de brindar singularidad al personaje".

Esa singularidad se manifiesta en sus estampas, donde los rostros parecen contener una trama entre lo visible y lo interior. Los trabajos de Aída parecen preguntarse ¿cuánto del alma humana puede quedar fijado en un trazo?
Nacido en Carlos Pellegrini, cerca de Rosario, en 1894, Gustavo Cochet fue el más cercano de los tres a la tierra santafesina. Su formación europea, su paso por la Guerra Civil española y su regreso a la Argentina configuraron una obra de raíz naturalista, donde fluyen el paisaje y la condición humana.

El crítico Jorge Taverna Irigoyen afirmó que "Cochet es uno de los artistas que, dentro de un sereno humanismo y de una clara conciencia de sus posibilidades de expresión, ha dado su obra más cabalmente dentro de la plástica del litoral".
Durante la inauguración de la muestra de 1970 un audiovisual de Mario Cerati, con textos de Mele Bruniard, reforzó esa impronta: un arte que no se aleja de la comunidad, que mira de frente su entorno y lo devuelve transformado.

La exposición de 1970 constituyó toda una declaración referida al grabado, una disciplina donde la paciencia y la precisión son necesarias para narrar.
En el cruce entre las miradas de Seoane, Carballo y Cochet se aparecen el exilio, la memoria, la figura, la introspección, el paisaje y la pertenencia. Cada uno, desde su lenguaje, aportó una visión distinta del mismo territorio: el alma humana.
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