Enrique Cruz (h)
(Enviado Especial a Río de Janeiro)
La historia arrancó en Santa Fe, aunque cueste entenderla. Arrancó con aquella derrota ante Uruguay en los penales en la cancha de Colón, durante la Copa América de 2011. Fue el día en que Messi pateó un tiro libre al Fonavi y se fue silbado. En realidad, todo el equipo se fue silbado y al técnico, acosado por las críticas y sin el apoyo de Grondona y el resto de los dirigentes, tuvo que renunciar. Batista no tenía la espalda suficiente para encabezar un proceso con Eliminatorias y Mundial por delante. Fue el hombre elegido por Grondona después de aquél 4 a 0 ante los alemanes en Ciudad del Cabo, que puso punto final al ciclo de Maradona. Batista no pudo armar un buen equipo y ni siquiera un buen grupo. Por eso se cambió abruptamente con la llegada de Sabella, un hombre con experiencia por haber sido ayudante de campo de Passarella en el proceso del Mundial '98, que venía de dirigir con suceso a Estudiantes y que estuvo a punto de ser campeón mundial ante el mejor Barcelona.
El inicio de Sabella no fue del todo bueno. Tomó una decisión acertada: la de armar un buen grupo humano. Convocó muchos jugadores a los que conocía. Braña, Desábato, Sosa, Rojo, Fernández, entre otros, eran jugadores que él había dirigido. Trató de rodear de la mejor forma a Messi, le dio protagonismo, lo escuchó y lo convenció para que siga jugando en la selección. Messi no quería jugar más para la Argentina, se sentía agobiado, superado por las circunstancias y por esa manía de compararlo con Maradona y de reprocharle injustamente cuestiones secundarias y sin importancia, como la de cantar o no cantar el himno. Los jugadores de Brasil se sacaron la garganta cantando el himno en la presentación del partido con Alemania y se comieron siete. ¿Qué importancia tenía lo que le reprochaban a Messi?
“El fútbol, en la Argentina, se convirtió en una enfermedad”, declaró cuando el equipo le ganó a Colombia en la cuarta fecha de las Eliminatorias, 2 a 1 en la cálida tarde-noche de Barranquilla. Si perdía ese partido, su futuro estaba en tela de discusión. El equipo venía de empatar con Bolivia en el Monumental, en una tarde para el olvido. No tenía un estilo ni una identidad. La encontró en un segundo tiempo de alto vuelo y con un Messi imparable. Ahí se empezó a escribir el capítulo más importante de la historia.
Las Eliminatorias fueron un trámite porque el equipo empezó a crecer. Aparecieron individualidades de alto vuelo, con Messi a la cabeza. Se armó un gran grupo y Messi se sintió bien, contento, contenido, y rindió como él sabe rendir. Messi, Higuaín, Agüero y Di María formaron un cuarteto que, para muchos, se convirtió en lo mejor del fútbol mundial. Pero el Mundial demostró otra cosa. El equipo ganó, ganó y ganó. Pero no lo hizo con el protagonismo de todos los que integran ese cuarteto. Lesiones y actuaciones dispares, hicieron que tuvieran que aparecer otros valores, como los grupales, lo colectivo. Sabella se equivocó con el 5-3-2 del principio, puso un 4-3-3 que le pedía la gente y terminó con un 4-4-2 en el que Demichelis, Biglia, Lavezzi se convirtieron en jugadores clave. Hombres que en el principio no estaban en la mente de la gente, aunque sí del entrenador.
Nos llevamos de Brasil y de este proceso, el orgullo de haber formado parte desde un medio del interior de todo un proceso de Eliminatorias y de 37 días vividos a full en una Brasil que nos acercó enseñanzas, clima futbolero, un Mundial atractivo, un premio de 35 millones de dólares para el ganador y de 30 para el que salió segundo, el retorno de Argentina a los primeros planos del fútbol mundial y una actuación vergonzosa de los brasileños, que sufrieron la caída más estrepitosa de su historia, con los siete goles que le marcó Alemania.
Este 13 de julio no pasará desapercibido. Haber jugado una final de un Mundial, en el mismo Maracaná, es un hecho que se recordará por siempre. Dicen que Sabella se va. Es una pena, más allá de sus equivocaciones, naturales y entendibles. Supo dar la vuelta de tuerca a tiempo. Llegó a jugar el partido que todo el mundo quiere jugar. Se va, porque así lo tendría resuelto. Nadie le quita lo bailado. Ni a él ni a su cuerpo técnico.







