>La agresión contra Rossi no fue el único episodio de ese tipo en la jornada de ayer. En Chascomús, el gobernador bonaerense Daniel Scioli debió suspender la inauguración de un jardín de infantes por una protesta ruralista; algo similar a lo que le pasó recientemente en Coronel Suárez -junto a la presidenta Cristina Kirchner- y en Chacabuco -con Néstor Kirchner. Agustín Rossi, a su vez, junto a su hermano y también diputado nacional Alejandro, ya sufrió un violento escrache en febrero en Laguna Paiva. Pero si en aquél caso le arrojaron huevos y bosta, esta vez se buscó agredirlo físicamente y, de hecho, rompieron el vidrio de su auto, en lo que parece indicar una escalada violenta en la protesta.
No por obvio, el repudio a tal comportamiento resulta menos necesario. Sobre todo si se advierte que el episodio de ayer no resultó de un exabrupto aislado, sino que coronó una secuencia en que los pronunciamientos fueron corriendo los límites de lo admisible en términos civilizados, donde incluso el lenguaje de los discursos asumió esa virulencia y de algún modo preanunció su corporización. Lamentablemente, esta caracterización cabe tanto a ruralistas y opositores extremos, como a miembros del gobierno y sectores afines.
No es el caso de Rossi, quien ha sustentado de manera coherente -y hasta valiente, ya que no organiza sus actividades de campaña esquivando los sitios donde pudieran preverse manifestaciones adversas- una postura que resulta antipática para buena parte de la ciudadanía, y lo ha hecho sistemáticamente de manera mesurada y respetuosa.
De todos modos, aún cuando no fuera así, nadie tiene derecho a arrogarse la potestad de agredir e impedir que otro exprese sus ideas, y hasta de que pueda circular libremente. La metodología del escrache, que ante la opinión pública asumió tintes simpáticos según quien lo ejerciera y contra quien fuese dirigido, no es admisible como relevo del debate, ni es tolerable como impedimento; y mucho menos cuando se utiliza como coartada ideológica para el mero ejercicio de la prepotencia o de los instintos que durante siglos la humanidad ha buscado cómo adaptar a su necesidad de convivencia. Por todo eso, este tipo de “pronunciamientos” dicen mucho más de quienes lo llevan a cabo, que en contra de aquél a quien van dirigidos.




