Por Enrique Cruz (h)
La designación de la cancha de Colón como subsede de la Copa América es un hecho histórico para la ciudad, sin lugar a dudas. Nunca hubo antes un acontecimiento futbolístico de semejante magnitud, razón por la cual debe ser tratado como un acontecimiento excepcional en todo sentido.
Colón, desde los tiempos de Vignatti, siguiendo por Darrás y continuando con Lerche, hizo grandes esfuerzos para cambiar aquella vieja cancha de frías tribunas de madera en la mitad de su extensión. La última vez que se le había realizado algo importante a la cancha fue en los tiempos de Marcolín (la tribuna norte), a mediados de los ’70. Luego pasó mucho tiempo, casi 20 años, hasta que se empezó a remodelar de verdad el Cementerio de los Elefantes hasta llegar a esta realidad que enorgullece, sin dudas, a los hinchas sabaleros.
Pero la cancha de Colón necesita todavía de obras que son trascendentes y necesarias. No sólo la bandeja norte (y si llega la sur, para cerrar el anillo, mejor), sino otras mejoras que a la actual dirigencia le quitan el sueño. Por ejemplo, modificar el sector del ingreso de la gente a los palcos y plateas y el estacionamiento interno.
Colón tiene previsto hacer el esfuerzo económico y de hecho lo está concretando con esta obra en el viejo foso. Pero la institución sola no podrá con todo lo que es necesario para que Santa Fe presente a América (y al mundo) un estadio con las mayores comodidades posibles, algunas no visibles pero no por eso intrascendentes o secundarias.
Alguien influyente debería recoger el guante y tomar cartas en el asunto para ayudar a Colón. Después de todo, el retorno para la ciudad será muy importante en esas dos semanas que durará la competición.




