"El oficio docente en tiempos de pandemia" fue el eje vertebrador de una exposición organizada por Mercedes Benedetti, concejala por el Frente Progresista Cívico y Social, buscando generar un espacio de intercambio de ideas sobre los cambios de la tarea de los educadores a partir del Covid-19. Carlos Skliar, reconocido docente e investigador, fue el expositor que, desde sus extensas y provechosas lecciones, regaló a los oyentes preguntas antes que certezas, que desde esta nota intentamos reproducir a modo de resumen de lo acontecido.
-¿Cómo se educa en pandemia?
-Sin dudas, aunque lo podamos asimilar o no, asistimos a un momento crucial de transformación plural y singular en los trabajos. Actualmente, se están sucediendo modificaciones en las condiciones laborales de toda la población en todo el mundo. Esto lo pienso en términos de mutación, sin que ello implique automáticamente un cambio en los oficios. Y en educación, considero que estamos atrapados en una maraña de versiones sobre lo que significa educar en pandemia.
Desde décadas atrás, se sostiene un imperativo de que la educación no debe quedarse quieta, que cierta inmovilidad pedagógica podría ser poco virtuosa, que hay que marchar hacia adelante en la construcción de la enseñanza. Considero que esto afecta desde lo general hasta el mínimo detalle del sistema educativo. Primero tendríamos que analizar a qué obedece ese imperativo, ya que las transformaciones se dan por diversos motivos: algunos nacen del exterior de las escuelas, algunos surgen del interior de instituciones, unos cuantos descienden jerárquicamente de decisiones administrativas y otros tantos eclosionan desde las bases de la comunidad educativa.
Todo esto se produce desde que nos cayó como una piedra la palabra innovación. Es un término ajeno a la educación, que proviene de ámbitos empresariales y gerenciales. El campo educativo es un poroso y recibe de otras ciencias distintos discursos. Pero lo que me incomoda es que el cambio como innovación implica encontrar una virtud de por sí; es decir, la idea de que lo nuevo es lo que debe motorizar las transformaciones.
En ese sentido, muchos filósofos han encontrado en ese punto un umbral epocal en lo que da por llamar la modernidad tardía, que tiene que ver con la idea de que los problemas del presente iban a ser resueltos por las bondades del futuro tecnológico que, al mismo tiempo, implica un rechazo al pasado. Claro, ahora estamos en medio de una pandemia, y el futuro no nos ha dado más que frustraciones, porque este siempre se adapta a otros distintos intereses que nunca tienen que ver con lo educativo. Por lo tanto, sólo hablar de transformaciones en el aprendizaje, nos dejará en ese mismo umbral: que el pasado es primitivo y no nos brinda estrategias ni soluciones.
-¿Qué camino es el que debe transitar la comunidad educativa en dirección a la pospandemia?
-Soy de los que creen que tanto en política como en política educativa, la transformación es una de las claves para que se pueda contagiar, siempre a través de la conversación y el intercambio. Pero es claro que hay cambios con y sin nosotros los educadores. De algunos somos protagonistas y de otros ni siquiera somos convocados a la escena.
Si bien es cierto que todos tenemos un vínculo con la educación, las responsabilidades son bien diferentes. Y ahí hay una especie de tironeo entre el adentro y el afuera en lo que queremos. Los cambios se dan de muchas maneras, pero considero que el verdadero cambio de una política es el del sí mismo plural, no de "uno mismo", sino el del conjunto de los educadores.
A mi pesar, constato también que el rumbo que están tomando los sistemas educativos en general es parecerse cada vez más a los formatos de las industrias del entretenimiento y las mediáticas, cuya hipótesis es la del éxito individual, es decir, al que mejor se adapte a las exigencias del mundo como mercado.
-¿Cuál es el lugar en que quedan los aprendizajes en relación a la adaptación de las transformaciones del mundo?
-Creo que la pregunta es qué tendría de particular y necesaria la escuela si asume modelos que vienen desde afuera.
Antes de la pandemia, estábamos atravesando un cambio en el camino del aprendizaje, que venía estructurado por los "aprendizajes significativos" y el "aprender a aprender", vertido desde los grandes organismos como parte de la idea de la sociedad de la información. Y también, de otros rumbos que han tomado instituciones de arte y sociales, aunque están menos enfocadas en la evaluación y el control de los aprendizajes, pero que no reúnen el aprendizaje personal para tornarlo comunitario.
Con esto quiero decir que hay muchos otros lugares donde "se aprende", sin negarlo, pero casi a modo de inversión en la fuerza de la voluntad personal, que nos orienta a buscar rutas propias de aprendizaje, y cuya finalidad es una mayor adaptabilidad a las exigencias del mundo.
-Entonces, ¿cuál es el sentido que la escuela debiera asumir?
-Décadas atrás se decía que la escuela se parecía a las cárceles o los hospitales, por lo que tuvo que plantear su diferencia. Pero ahora debemos pensar a qué queremos que se parezcan. A mí, esta pregunta me produce un pensamiento nebuloso, porque veo que gran parte del sistema educativo se ha entregado sin más a que la escuela debe parecerse a esa forma maquínica de la enseñanza. Si ese fuera el camino, la escuela debería agregar todos los aprendizajes que son de dominio público, aquellos que no dependen de las condiciones de desigualdad y de acceso que tanto nos urgen en nuestra región.
Tenés que leerCarlos Skliar ofrecerá una charla sobre "El oficio docente en tiempos de pandemia"Otra cuestión es de dónde provienen esos cambios en la educación: si son anuncios del mundo, como una imposición; si son parte de lo que sucede en la sociedad, impactando en su interior; o si se trata de lo que llamamos "una época", que tracciona al sistema sobre su propia imagen y semejanza. Si hablamos de una institución "epocal", la escuela funciona a contrapartida. Porque si la época estaba signada por la violencia, a la escuela se la cargaba con el mandato de solucionar aquellos problemas que el mundo no había podido resolver. En ese entonces, creo que el cambio educativo fue una obediencia a lo que el mundo necesitaba para lavar sus propias culpas, pretendiendo que la escuela sea justa, igualitaria, no sexista y demás, mientras el mundo conservaba su apariencia ruinosa. En el medio estamos los educadores, quienes de alguna manera somos críticos y rebeldes con la época, bajo la idea de que la escuela sea una institución donde se puedan recoger los escombros de la época.
Hoy, nuestra tarea no debiera tener que ver con los "aprendizajes significativos", sino con sostener, acompañar, cuidar vidas y prestar atención. No es que lo otro no importa, es que esto va por delante. El gran desafío es salir de estas ruinas, no para que otros hagan un mundo mejor mañana, sino para hacer la vida mejor aquí y ahora. Y, en todo caso, este desmoronamiento que estamos viviendo, del que todavía no sabemos su magnitud, podremos evaluarlo el día que de verdad habitemos nuevamente los espacios públicos, ya no como un paseo sino como reencuentro, entre todos los que podamos estar.
Carlos Skliar es investigador principal del Conicet y del Área de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Doctor en Fonología con especialidad en Problemas de la Comunicación Humana, realizó estudios de posgrado en el Consejo Nacional de Investigaciones de Italia, y en las universidades de Barcelona y Federal de Río Grande do Sul. Ha dictado cursos de grado y de posgrado en diferentes universidades del país, de la región, y fuera del continente. Fue profesor visitante en diferentes instituciones del extranjero y es miembro editor y consultor de más de 50 revistas nacionales e internacionales en el área de la educación, la filosofía y la literatura.
Cambios de tiempo y lugar
En su inevitable naturalidad para filosofar, Skliar introdujo una interesante reflexión acerca de las estructuras que trastoca la pandemia...
"Me conmueve la distinción entre el aquí y el ahora. Semanas atrás, hablando en un encuentro en México, que en realidad era mi casa, me percaté de que veníamos de una época que había disociado el aquí del ahora. En los encuentros virtuales que se dan en pandemia, noto una necesidad absoluta de marcar de dónde es cada uno. Por ello creo que, en este tiempo, hemos recordado y experimentado que escuela y hogar son dos lugares bien diferentes, aunque muchas veces se los piense integrados. Nuestro ahora de pandemia es un ahora impreciso y el aquí impone un mundo más quieto, a distancia. Incluso, en muchas charlas me preguntan si quedarán grabadas para luego escucharlas. Considero que quedar grabado es un después, actividades donde ya no se puede participar. Esto es algo que modifica muchas de las reglas de juego. Y que por eso anhelamos tanto reconciliar lo que tuvimos".