Roberto Schneider
Roberto Schneider
El retrato de una sociedad en la que casi todo es impreciso y circunstancial ha sido realizado a través de una ardua, misteriosa y profunda producción literaria por Jorge Ricci. Su teatro se inscribe en el marco de idénticos parámetros y reiterando (por suerte) el esquema de “Actores de provincia”, ejemplarmente. Ahora llega a nosotros lo que es una feliz iniciativa: el resultado de un concurso organizado por la Universidad Nacional del Litoral tras su repentina muerte en enero de 2021: ofrecernos un homenaje a su obra y a su figura para permitir hablar de su permanente búsqueda de una dramaturgia y una estética propias. La pasión, la melancolía y cierto humor constituyen los ejes esenciales de esta incursión de Ricci por la escena, que muy bien plasma en “Teatro salvaje” su autor, César Román Escudero. A partir de un hecho precioso se produce el encuentro de los tres personajes.
Puede ensayarse una proyección en los aportes de Román Escudero al teatro. Se trata de un teatro que escapa a las situaciones aunque ha evolucionado hacia la universalidad de problemas y diagnósticos. En el trabajo que apreciamos, el autor confiere a sus personajes nuevos valores y una determinada aureola de creación y de tragedia. Y ahí están nuevamente las víctimas y los victimarios buscando desesperadamente una relación, un punto de contacto que les permita ser. Las reglas de juego se explicitan por medio de expresiones de cada uno. Es, en verdad, un riguroso y bien urdido ejercicio dialéctico.
Las instancias de “Teatro salvaje” -título emblemático y precioso- muestran con piadosa ternura la falencia del hombre en sus experiencias individuales o de las instituciones que va creando. Tales reflexiones se suman a una suerte de balance sobre las vallas de la incomunicación. En algunas escenas Román Escudero se deja arrastrar por algunos impulsos que ponen en evidencia la estructura de la pieza, pero las redes se van definiendo poco a poco. Desde los personajes surgen nuevos sentimientos y sensaciones, hasta concluir en una escena final que conmueve y estremece.
La puesta en escena de Román Escudero contribuye a que ese exquisito artífice de la palabra que es Jorge Ricci llegue más certeramente al espectador. Su labor, realizada con rigor conceptual y formal, se destaca en particular por la gozosa prolijidad que alimenta cada uno de los momentos del director. La interpretación es destacable y se constituye en una singular incursión por el alma humana. Sergio Gullino, Adolfo Recchia y Mauricio Arce cuidan al detalle los momentos de mayor intensidad dramática y otorgan responsabilidad a sus criaturas. Es sumamente eficaz la asistencia de dirección de Solange Vetcher, y son correctos el diseño lumínico de Gustavo Morales y la escenografía de Dimas Santillán; es muy bueno el vestuario de Laly Mainardi, los maquillajes de Lucía Savogin, la música de Hernán Brambilla, la ilustración de Germán Lavini, las fotografías de Juan Martín Alfieri y el trabajo de producción de Florencia Russo y Ariel Theuler.
El final conmueve. Se encienden las luces y dejamos la sala con el renovado momento del estreno de “Actores de provincia”. Allá lejos está la ovación unipersonal en un Teatro Municipal, que fue entonces el germen de un futuro maravilloso.