Por Beatriz Vignoli

Estela Figueroa, la poeta que no cesaba de imaginar y describir su mundo íntimo con y sin ella, la que hacía en sus poemas el balance de lo poco que quedaría, la que había recibido en sueños un puñado de restos de la vida retraída de su precursora Emily Dickinson, murió el 11 de agosto de 2022, hace seis meses. Fue sepultada el mismo día en que hubiera cumplido 76 años.

Por Beatriz Vignoli
"El hada que no invitaron" había sido jurada en la primera edición del Premio Alfonsina Storni y había sido invitada a leer en la edición 2023 del Festival Internacional Poesía Ya, una convocante propuesta del área de Poesía del Centro Cultural Kirchner del Ministerio de Cultura de la Nación que se desarrolló del 3 al 12 de febrero.
Pero ella, ni bien advertida sobre la posible invitación, dijo que no, como era su costumbre. Ya casi no salía de su casa en Santa Fe, herencia de su padre laburante. Había sido sin embargo una agente cultural importante de la ciudad a través de los talleres que daba y las revistas que editaba, además de por supuesto su influyente obra literaria en poesía y sus trabajos en prosa, aún parcialmente inéditos. También hacía collages, su arte casi secreto que cultivaba con un espíritu rebelde y un humor dadaísta.
A fines del año pasado, Gabriela Borrelli Azara y Caro Lesta, organizadoras del Festival Poesía Ya, convocaron a las dos hijas de Estela para un homenaje a su madre en el marco de esta nueva edición. Virginia Russo y Florencia Russo Figueroa, junto al poeta Patricio Foglia y con el apoyo del equipo institucional, se pusieron al hombro la difícil tarea de comenzar a concretar una posteridad temida, rondada en vida de Estela por el miedo al olvido al que sucumbe tanta obra en la provincia. Temor atemperado por la edición de El hada que no invitaron. Obra poética reunida 1985-2016 (Buenos Aires, Bajo la Luna, 2016), que ya tuvo varias reimpresiones y sigue en catálogo, llegando a nuevos públicos.

"Que algo / quede de mí", pide Estela en un poema que es un ruego por su poesía. El viernes 10 de febrero estaba programada en la Cúpula del CCK la actividad "Estela en la cúpula", que debido a inconvenientes técnicos de último momento se mudó de sala y cambió de nombre, convirtiéndose en un "Homenaje a Estela Figueroa" en el Salón de Honor, ahí nomás del Salón de los Escudos donde se exponía una muestra de sus collages originales. Algunos de ellos fueron trabajados en animación por un equipo de producción del Centro Cultural Kirchner que realizó un video sobre la autora santafesina, que puesto en loop a lo largo de todo el homenaje desplegaba fotos en blanco y negro entre las animaciones.
También en Poesía Ya, el domingo tuvo lugar en el Centro Cultural Kirchner un taller basado en la obra de Estela Figueroa, y que lleva como título el comienzo de uno de sus poemas, "Principios de febrero". Es el primero de su tercer libro, La forastera (Córdoba, Ediciones Recovecos, 2007): "No, / el hermoso verano / no ha terminado aún". El taller fue una propuesta de la docente platense Celeste Gauchat.
"Es lo que queda, dijo / de pie / junto a la puerta / abierta / de mi casa. / Y me extendió un álbum. / En los cartones negros / de sus páginas / encontré fotos / de un rostro triste / pensativo/ meticuloso y sonriente / cruel: / había sido poeta. / Y unos pocos adornos / sin otro valor / que el del recuerdo […] / había sido mujer" ("Soñando con Emily Dickinson"). "Hola. ¿Estela? ¿Me escuchás? Soy yo. No cortes... Escuchame. Dejate querer un poco. Ya nos corriste de la cúpula", la invocó Foglia en una variación contemporánea de ese tono a la vez elegíaco y zumbón de su propia poesía. El Salón de Honor terminó siendo una mejor opción, con sus sillones y su iluminación más clara y más apta para el registro en video.
De las fotos que acercaron las hijas de Estela (salvataje post-inundación del álbum familiar) hay copias también en una hermosa y sensible instalación que la evoca en la muestra de poesía Arder en lo que ya ardiendo ardía, in progress hasta el 30 de junio de lunes a viernes de 14 a 19 en el Museo del Libro y de la Lengua "Horacio González" (Av. Las Heras 2555, CABA), dependiente de la Biblioteca Nacional. El equipo de producción del Museo, por iniciativa de Andi Nachon y Juan Fernando García, construyó el primero de una serie de altares no religiosos a poetas que partieron hace poco, que llevan el título general de Animitas y reúnen objetos e imágenes que celebran sus vidas, como un pequeño museo de cosas que las rodearon. Los relatos de Virginia y de Florencia se plasmaron en materia y ahí están los gajos puestos a enraizar en frascos de agua, las herramientas con que cuidaba su jardín (no esas; otras palas y tijeras), una réplica en miniatura de La forastera y dos imágenes vintage (al modo de sus collages) de los animales domésticos tan presentes en su casa y en su poesía y que aquí son guardianes de la estela, con minúscula.

Por supuesto que también hay un poema de Estela Figueroa en esa muestra. Y no cualquier poema sino el primero de su primer libro, Máscaras sueltas (Santa Fe, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, 1985). El poema que cubre el muro en lila es la bella y breve reflexión metatextual que abre aquel libro como una declaración de principios: "No es para hablar de mí que escribo / de la glicina: cayó / su lluvia ligera / azul- / violácea- / celeste. // No es para hablar de la glicina / que la comparo con una lluvia / y adjetivo esa lluvia. // Es para detener ese momento nocturno: la casa en calma / y los pensamientos que ennoblecidos velan / por un ordenamiento / que lo abarque todo". La negación recurrente debería ser leída como advertencia a los lectores contra una lectura literal que limite el sentido de su obra a los contenidos manifiestos. No era para hablar de su casa o de su jardín o de sí misma que ella tomaba esos apuntes del natural: el orden aludido es el simbólico, la búsqueda es radicalmente existencial. Plantas tales como el gomero o la enamorada del muro, trabajadas en poemas que evocan tanto al imagismo estadounidense como a la figura de la higuera en la poesía de Juana de Ibarbourou, no son descritas en sus respectivos poemas sólo como naturaleza o porque hayan estado allí, sino que sus imágenes operan como alegorías o metáforas sostenidas de una actitud o un modo de agenciamiento.

Así también los insectos, intrusos de lo real y de lo extraño. Su segundo libro, A capella (Santa Fe, Ediciones Delanada, 1991), se abre con la imagen de "la intromisión de una mosca en invierno".
Cuando se recuerda a una poeta mujer, se corre el riesgo de circunscribir su recuerdo a los espacios previsibles para su género. Más allá de la casa y del jardín o de cualquier posible ensimismamiento, Estela Figueroa dio testimonio de un país arrasado por la dictadura de 1976 a 1983, de una ciudad arrasada por la inundación causada por el desborde del Salado en 2003 y de un paisaje litoral devastado por el literal fuego en años recientes. Por eso tal vez la pregunta por lo que queda, el balance de lo que resta, insisten en su obra. Su poesía, que asume en gran medida los modales del epitafio (género funerario más distante que la elegía, dirigido no al muerto sino al transeúnte) es "cruel" en estas evaluaciones sobre lo magro de los legados. También fue una poeta que escribió desde su deseo y su no deseo como mujer, más allá de los estereotipos. Y más allá de toda melancolía, fue una escritora y tallerista que salió en busca de la posibilidad de representar y sobre todo de dar espacio a la voz de aquellos que estaban en los bordes, los márgenes, las periferias de lo social. Y logró hacerlo sin desasirse del marco institucional.
Estela Figueroa trabajó para cine y teatro. Colaboró en el diario El Litoral. Fue traducida al italiano y editada en ese idioma. Publicó el reportaje El libro rojo de Tito (Santa Fe, Centro de Publicaciones UNL, 1988). Coordinó talleres literarios en el Pabellón de menores de la cárcel de Las Flores, donde editó la revista Sin alas. Desde 2001, dirigió la revista La ventana, de la Dirección de Cultura de la UNL, donde también coordinaba un taller literario con el que produjo libros, puestas teatrales y hasta radionovelas. Estuvo casada con Edgardo Russo, padre de sus hijas, escritor y editor, quien en Santa Fe mantenía a la familia con la librería El Aleph y sufrió dos detenciones durante la dictadura. "A papá se lo llevaron dos veces: una desde casa, otra desde la librería. Salió, pero el local quedó cerrado. De ese negocio vivíamos", contó Virginia Russo el día siguiente al homenaje en una entrevista exclusiva.
Como toda madre, Estela Figueroa tramó el mundo de palabras que constituye la lengua materna de sus hijas. Pero a diferencia de otras, dejó escrito ese mundo en su poesía. Virginia, en una conversación, puede hablar de "gatos techeros" o decir que le pareció ver una "cabellera sin cabeza". Al sentarse con El hada…, aparecen esas frases en sus páginas (la segunda pertenece al poema "La enamorada del muro").
"Les voy a compartir el comienzo de una entrevista que le realicé hace algunos años a mamá", empezó Virginia el viernes y leyó, ante un salón lleno, el recorrido por su vida y sus lecturas citado al final de esta nota. Luego Florencia leyó un poema inédito de su madre, "A mis hijas", pero antes su hermana mayor conmovió con un testimonio: "Mamá sentía sus poemas y los iba escribiendo en la intimidad de su casa y de su ser. Cuando los tenía escritos, recién ahí podía volcarlos al papel. Siempre escribió a mano en cualquier hoja suelta –bordes de almanaques, portadas de libros, servilletas– y con cualquier lápiz, birome o fibritas de colores. De nada servía regalarle cuadernos o lapiceras, que ella podría considerar lujosas. Su letra parece dibujada, es hermosa, perfectamente identificable desde siempre, chiquitita. Mamá escribía sentada en la mesa del comedor de su casa y también acostada en su cama. '¿Mamá, ya te acostaste? ¿Te vas a dormir tan temprano?' 'No, estoy escribiendo'. Acostada, con los ojos cerrados… estaba escribiendo. Elijo sentir, quiero creer… Podemos pensar, mejor, que mamá se acostó a escribir".
Luego Osvaldo Aguirre se refirió a su obra; Selva Almada, a sus desencuentros. Enrique Butti la recordó cariñosamente como "una chica difícil" a quien él llamaba "Estelita" ("todos éramos difíciles, en una ciudad hostil") y leyó su poema "Mis padres". (En https://www.youtube.com/live/E8_hsvcxgOY?feature=share está el registro completo de todo el evento, incluido este breve panel de tres oradores).
Entonces comenzó el amoroso trabajo de sostener aún, en lecturas pausadas y sentidas, la voz y la poesía de Estela en otros cuerpos, prestados por otros y otras poetas. Raquel Tejerina leyó "Principios de febrero"; Tin Roda, "La enamorada del muro"; Gabby De Cicco, "Un derrumbe"; Clara Muschietti, "Acompañando a mi hermana viuda"; Verónica Yattah, "Como en un cuadro de Chagall"; Cintia Ceballos, "El gomero"; Juan Fernando García, "Estremecido de luz"; Alejandro Méndez, "Enferma"; Natalia Leiderman, "Gatos"; Luciana Porchietto, "Cómo nos persiguen…"; Patricio Foglia, "Tras un paréntesis en mi vida". Marcelo Moncary leyó "Beatriz", una semblanza de la mujer del pintor Fernando Espino –olvidada artista ella misma– que forma parte de un conjunto inédito de cinco historias de mujeres al que Estela llamaba "Textos para ser leídos como si fueran teatro". Luego aportó su voz grave y rica en matices Osvaldo Bossi para el tremendo poema "Memoria de Emily Grierson" (a partir de "Una rosa para Emily", de William Faulkner). Chela Rllepca leyó "Domingo con llovizna"; Carlos Battilana, "Motivos", y Gabriela Borrelli Azara, "A Manuel Inchauspe en el hospicio". Virginia Russo eligió leer el poema "Esperando la tormenta", uno de cuyos versos da título a la antología que integra. Titulada Las cenizas llegaron a mi patio, editada por Tin Roda y publicada recientemente en Rosario por Brumana, reúne textos de poetas de la región que denuncian las quemas de los humedales. Y finalizó Andi Nachon con la lectura del poema pintado en el Museo Horacio González: "No es para hablar de mí que escribo".
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