El músico uruguayo dialogó con El Litoral sobre su última producción, un álbum pandémico donde se conjugan todas sus pasiones, guionadas por la música.
“Lo que me gusta de Kevin es que tiene la profundidad y el drama de un rioplatense, y la liviandad de un californiano”, dice Drexler sobre su colega Johansen, invitado en el disco. Foto: Gentileza Prensa.
“La voz de la Diosa Entropía” es el nombre del último álbum publicado por Daniel Drexler a fines de 2022. Consultado por este medio, el músico uruguayo declaró: “Estoy contento porque asumí una linda dosis de riesgo y la puesta está saliendo bien”. Al ritmo de los mates, mechando algún que otro gag futbolero (el Mundial, Peñarol, “nos dejaron afuera de la Libertadores”) con misterios del litoral que lo apasionan, como las huellas artiguistas en las ciudades de Santa Fe y Paraná, Drexler se dispuso a abordar el origen de la obra, su confección sonora y el entramado de las fraternidades con Kevin Johansen y Vitor Ramil, entre otros temas.
Dos saltos
Daniel anda, como cantó Palo Pandolfo, con la sonrisa de la intuición. Contra todo pronóstico, su último álbum fue presentado en teatros. El músico diseñó el show pensando en asuntos como el tamaño del escenario, las luces y la infraestructura acústica. Nunca perdió de vista lo que imaginó: ningún rebusque, gente sentada en butacas disfrutando del espectáculo. Delimitó un circuito: San Pablo, Porto Alegre, Montevideo y Buenos Aires. Y sus respectivas salas: Casa Natura, el Teatro São Pedro, la Zavala Muñiz del Teatro Solís y el Astros. La (a)puesta funcionó… pero antes hubo que dar otro salto al vacío: hablar de un tema tan complejo como la entropía.
“Lo que más importa, en cualquier disciplina artística, es la empatía. Siento que logré armar un discurso que genera algo del otro lado. Fue un desafío encontrar alguna manera de explicar por qué se me ocurrió ponerme a escribir sobre la entropía; hacerlo arriba de un escenario, que haya un momento en el que la gente pueda llegar a sentirse identificada y emocionada. Tengo la sensación de que encontré algo que es mi hábitat natural”, evalúa Drexler.
La comodidad en la puesta se apoyó, reconoce el músico, en el guionado “de punta a punta”, el movimiento escénico y actoral. En este aspecto, tuvo un rol determinante la directora de teatro Abril Pereyra. “Hay un montón de cosas que uno se cree que las maneja de tanto tiempo estar arriba de un escenario y cuando te encontrás con alguien que sabe realmente de lenguaje escénico, te das cuenta todo lo que tenés para aprender: fue un proceso muy lindo, muy fermental. Me parece que es el inicio de un camino, vamos a ver cómo sigue esto para adelante. Esos cuatro conciertos fueron una muestra que me dejó muy interesado en seguir caminando por este lado”.
Otra capa
“Creo que los mayores hallazgos se producen cuando una persona entiende perfectamente dónde está su potencial y lo lleva hasta el extremo. Cuál es la inteligencia intrapersonal y cuál es la interpersonal, cuál es la capacidad de conocerse a sí mismo, sus puntos fuertes, sus puntos débiles, y la capacidad de leer al otro. A mí me gusta mucho el pensamiento, la filosofía y la ciencia. Me gusta mucho bailar. Y disfruto de un espectáculo que me mueva en todas las dimensiones”, introduce el artista.
“Cada disco tenía una especie de eje temático. Lo que hice ahora es sumarle otra capa más. Yo estoy muy acostumbrado a disertar, lo he hecho toda mi vida en congresos científicos. No soy improvisador, no me paro a hacer un solo de guitarra porque no es mi territorio. Tampoco soy un gran cantante, a pesar de que con los años he aprendido a emocionar con la voz. Pero no soy Luis Miguel. Lo que hice acá es aunar esa cuestión que sé manejar de la música con la capacidad de hablarle a diferentes aspectos del ser humano: racional, emocional, físico. Y armé una obra entera guionada desde lo que se dice entre canción y canción hasta lo que pasa en ellas. Estoy contento de haber empezado a tomar el camino para este lado porque es un lugar en el que me siento cómodo, es natural para mí”.
Ojalá
Ahí está la biblioteca, geolocaliza Drexler. Detrás, unos metros, se ven libros. Daniel señala uno que, por ilusión óptica, parece ser chiquito y estar arriba suyo: “En defensa de la Ilustración”, de Steven Pinker. “Es muy esclarecedor, y tiene un capítulo entero que habla de la entropía. Hacía tiempo que la entropía me venía mojando la oreja… pero yo le venía sacando el culo a la jeringa. Porque hablar de la entropía en una canción es complicado. Leer el libro en pandemia, en ese caos medieval que se armó, fue un viaje. Me pasó lo mismo que otras veces. Por ejemplo, con ‘Vacío’ (2006). No había un día de la semana que no pensara en el vacío. Si yo estoy tratando de hablar de cosas que me pasan, ¿cómo no voy a hablar de esto que me está moviendo?”.
Pinker, reseña el músico y otorrinolaringólogo uruguayo, “plantea la historia del cosmos como una lucha entre una fuerza organizadora y una fuerza desorganizadora. La fuerza organizadora es el ADN, la biología, generando estructuras cada vez más complejas (toda materia viva es materia ordenada), y otra fuerza muy potente, que es la entropía, yendo en el sentido contrario. Y la mala noticia que tengo para usted, estimado lector, todo el mundo coincide en que al final gana la entropía. Hay una especie de destino final del cosmos que es disperso, frío, desorganizado, carente de información (por lo tanto, carente de vida). O sea, por más que la vida sea una especie de bandera al viento que -con mucho entusiasmo, amor, creatividad y poesía- uno va construyendo, parece que quien va a triunfar es la entropía. Ojalá que la ciencia esté equivocada”.
Baile con ella
Más allá del plano cósmico, a Daniel le interesaba sobremanera llevar la entropía al plano individual, al día a día. Cómo uno tiene que limpiar la cocina, cuidar el cuerpo, mantener los parámetros homeostáticos, las economías, trabajar con las personas que quiere. “Todas son construcciones de orden y la enorme paradoja con la que me enfrenté es que si no me ordeno, me desintegro. Y me voy a desintegrar de cualquier manera, pero por lo menos este momento que me mantengo funcionante, si no me ordeno no puedo conseguir felicidad. Y si me obsesiono con ordenar, tampoco lo consigo, lo que consigo es neurosis. Entonces, ¿dónde está el equilibrio para llevar la vida de una manera plena, para embestir los molinos de viento y locura, y aún sabiendo que al final es una tarea vana hacerlo igual, con amor, de una manera poética y no pasarse de rosca?”
Daniel se responde, asistido por las lecturas, la experiencia de vida y la conceptualización hecha disco. “Es una especie de continuo fine-tuning, hay que estar afinando permanentemente. Soltá, no no, ¡no sueltes tanto! En ese equilibrio vivimos todos los seres humanos, la vida es absolutamente mágica pero es absolutamente inexplicable. Hemos inventado religiones, ciencia, filosofía. Creo que nunca vamos a resolver el enigma de qué es lo que estamos haciendo acá. En medio de esto, encontrar la manera de pasarla bien, es hacer un esfuerzo contra la corriente de la entropía, pero al mismo tiempo saber bailar con ella”.
Dos amigos
Golpean la puerta de Daniel. Entra una chica y comienzan a hablar en inglés. “Ella es de Guyarat (India) y vive en Londres. Este año hicimos una tesis a distancia, que controlamos con un amigo que trabaja en la Universidad de Queen Mary”, describe alguien que sabe y mucho del trabajo en equipo. En la canción que titula la obra, por ejemplo, Drexler elige la compañía de Kevin Johansen, honrando “una larga amistad en fade-in”. Además de la elegancia, el músico uruguayo resalta otros atributos de su par alasqueño, como el portar “la profundidad y el drama de un rioplatense junto con la liviandad de un californiano”. El dramatismo, la fuerza contra la que luchan ambos cantores americanos, se suaviza con la sonoridad reggae de la pieza. A modo de ejemplo, Daniel saca la guitarra, empieza una intro y canta: Well someone told me yesterday / That when you throw your love away. “Sabés cuál es, no?” Antes de responderle, pega el estribillo de “No woman, no cry”. “Me parece que si no pasaba por el lado humorístico, se caía”.
El otro compinche al que recurre Drexler es Vitor Ramil. “En 2004 o 2005 lo descubrimos con Jorge preguntándonos qué pasa del otro lado de la frontera. Porque vivimos admirando culturalmente a Brasil, pero sobre todo el eje Río-San Pablo-Salvador-Mina Gerais. No teníamos idea de qué pasaba en Río Grande; encontrar a Vitor fue llegar al eslabón perdido. Vitor habla nuestro idioma, toca una milonga urbana existencialista con sitar”. Fue otro artista brasileño, un referente total, el que habilitó la historia de “Y de pronto”. Cuando Daniel leyó la frase que publicó Caetano Veloso, todo pareció fluir. “Entre la locura de las teorías conspiratorias y la natural confusión de la ciencia”, traduce Drexler aún emocionado por la síntesis. Llamar a Vitor fue colorear la canción con la declamación de un gaúcho, “un tipo del sur, que toma mate y se caga de frío en invierno”.
Las antípodas
Ligando cabos, Daniel aprovecha para elogiar a su compadre Martín Buscaglia, y su trabajo en la producción de “Isla de oro” (Mi amigo invencible). Y responde que sí, que capaz que haya cierto ritmo uruguayo. “Acá, para bien y para mal, no tenemos presión de la industria. La presión de la industria trae mucha angustia pero también hace viable el proyecto. Las veces que tuve presupuesto para hacer un disco, fueron las veces que hice cagadas”, reconoce. Este álbum por el contrario, fue grabado en el mismo lugar donde el entrevistado cuenta su historia, es decir su estudio, y en el estudio de Fede Wolf en Atlántida. O sea, se registró y mezcló en lugares pequeños; y fue masterizado en Piriápolis por Gustavo Gutiérrez.
Al igual que en “Aire”, el productor de “La voz de la Diosa Entropía” fue Wolf. “Fede es un amigo y maestro de canto en la vivencia. Habremos tomado dos clases porque siempre nos deliramos. Últimamente me estoy sintiendo más cómodo como cantante y, en gran parte, se lo debo a él”. Aire, justamente, es lo que empezó a buscar Drexler a partir de su estudio de Corales de Bach. “Empecé a entender por qué me gustan McCartney, Sting, Chet Baker, Spinetta; hay un movimiento armónico dentro de la tonalidad occidental que quienes lo dominan me interesan. Y me propuse hacer un disco armando los acordes con las cuatro voces, más allá de alguna guitarra mía y percusiones de Fede”. “La voz de la Dios Entropía” respondió a ese criterio de la economía de recursos, “dando lugar” a la voz humana. “Es entender que la música es silencio. Sin silencio no hay expresividad. De la misma forma que no hay orden sin entropía. Y no hay plenitud sin vacío. Precisás jugar con las antípodas. Es importante que haya espacio: para cuando llenes, se note que llenaste”.