Hoy jueves 11 a las 21.30, en el Teatro Municipal 1° de Mayo (San Martín 2020) comienzan las funciones de “Gordillo 20 años + 1”, espectáculo del humorista tucumano Miguel Martín, conocido por su popular personaje del Oficial Gordillo. Las misma siguen viernes 12 y sábado 13 en doble función, a las 19.30 y 22 (la primera del viernes ya agotada, y la segunda en sus últimos tickets disponibles).
En “Gordillo 20 años + 1”, el comediante celebra su extensa trayectoria a través de un recorrido lleno de humor, recuerdos y emociones. El show promete una propuesta diferente que combina las anécdotas más divertidas de su carrera con la picardía y el ingenio que lo caracterizan. También formará parte el humorista, mago y ventrílocuo Zaul Showman. Las entradas está a la venta en la boletería del Teatro o por sistema Ticketway.
En la previa, El Litoral conversó con Martín para recorrer (con su humor característico) el camino que lo trajo hasta este presente.
Anécdotas
-¿Qué significa para vos girar con el espectáculo “Gordillo 20 años + 1”? ¿Cómo fue el proceso de elegir qué anécdotas y momentos de tu carrera llevar al escenario?
-Con el paso de los años, uno siempre tiene una premisa cuando arranca un show nuevo: “Uy, este seguramente no le va a gustar a nadie, es el fin de mi carrera”. Arranco con ese terror a que todo termine y y se den cuenta: “Che, este no es tan gracioso”.
Cuando estoy escribiendo se me activa, como dicen los chicos ahora, se me desbloquea un recuerdo: a partir de algún chiste, de algún meme, de alguna historia que te mandaron por los grupos de WhatsApp, o que te mandan tus amigos por los reels de Instagram. Eso me va desbloqueando el recuerdo, y por ahí termino haciendo los shows con más anécdotas que chistes.
Muchas veces siento que las anécdotas son más graciosas que un chiste; sobre todo cuando tenés una vida tan patética como la mía, que por ahí uno trata de esconder anécdotas; pero cuando las contás hacés catarsis, y dicen: “Sí, eso a mí también me pasó esto de ir a al baño en casa ajena y que se te trabe el inodoro”; es algo más común de lo normal. O cuando ya has cometido el ilícito te gritan de afuera: “Guarda que no anda la cadena”.
La primera anécdota con la que arranco es una que tuve con Sergio Galleguillo: nos contrataron de Bolivia a él, a Luciano Pereira y a mí. Éramos tres artistas argentinos, hace como como 15 años atrás; obviamente que a ellos lo conocían todo el mundo y a mí ni el loro. Era una cancha sin tribunas, había tres carpas: la de Luciano Pereira tenía dos pisos, una hermosura. La de Sergio Galleguillo era grande, porque iba a llevar todos los amigos riojanos. Y la mía era una carpa de camping para dos personas (mentira, era linda, pero era más chica).
Cuando estamos en el festival, viene un chico de la producción, un boliviano, y me dice: “El señor Galleguillo lo quiere conocer”. “¿Y Luciano Pereira no te dijo nada?”: yo estaba más interesado que en conocer a Luciano que a Galleguillo, pero bueno: es lo que me tocó. Entonces, cuando digo “sí, lo quiero conocer yo también” se me viene a la mente algo real: cuando Galleguillo vino a Tucumán le robaron el colectivo.
Encima que nosotros tenemos ese bagaje de que somos ladrones, que pegamos cabezazos, que la empanada, que el sánguche de milanesa. El que le roba es un niño, un joven de 13 años en ese momento; era un delincuente juvenil ya conocido acá en Tucumán que se llamaba Tamalito. Cometía delitos menores, robos: en la jerga policial era un caco que se especializaba por robar micros, colectivos.
Los choferes de antes dejaban el colectivo andando, regulando, y se bajaban a merendar o a almorzar, porque era un quilombo si se paraba volverlo a arrancar. Ahí es cuando el chico este aprovechaba, subía a la unidad, ponía primera y salía: ya lo habían agarrado varias veces.
Llega Galleguillo con su colectivo todo ploteado con su cara (él está ahí con un siku, esa cosa que sopla) imaginate para Tamalito (su papá era otro delincuente, que le decían Tamal) era el pináculo de la gloria para él: “Llego a robar esto, me lo recibo de Jean Claude Van Damme de los colectivos”.
-Pasaba a jugar en primera.
-Volviendo a Bolivia, cuando entro a la carpa de Galleguillo, en vez de saludarlo y decirle “te admiro, sos un gran artista”, le digo: “No te podés dejar robar el colectivo en Tucumán con Tamalito”. Como para entrar jocoso, en confianza, rápidamente.
Y él se me ríe, me dice: “Pará que te cuento. Yo estaba actuando en el teatro Alberdi (parecido al 1° de Mayo); cuando salgo, no lo veo al colectivo; los dos choferes estaban parados y ellos me preguntan a mí: ‘Sergio, ¿y el colectivo?’. ‘Yo estaba cantando adentro del teatro. Ustedes tienen que saber dónde tiene el colectivo. Y si no lo encontramos, bueno, llamamos a la policía’. Encima yo me acordaba de vos, Gordillo: ‘Voy a renegar con estos policías porque todos deben ser el Oficial Gordillo’”.
Llama a la policía y dice: “Hola, soy Sergio Galleguillo, me robaron el colectivo”. “Sí, no se haga ningún inconveniente, acá lo tenemos el colectivo”. “Era el FBI, ya lo tenían al colectivo antes de que yo haya llamado, estaban esperando el llamado”, pensó.
Le digo: “No te vas a creer que han hecho un operativo cerrojo, nada. Ha sido una pura casualidad, porque la vecina llamó diciendo que había un colectivo abandonado al frente de su casa hacía varias horas, a la vera de la ruta 38. A la señora le llamó la atención que estaba el colectivo ahí parado hacía cinco o seis horas: Llamó a la policía y el Gordillo de turno le dijo, ‘¿Qué pasa?’. ‘Disculpe, hay un micro abandonado acá al frente de mi casa. Que no sé, hace varias horas que está y está con las balizas’. El policía de turno le dice: ‘¿Qué características tiene el colectivo?’. Y la señora le dice: ‘Tiene un indio dibujado’”. Ahí explotamos de la risa.
-Acá en Santa Fe agotaste funciones, agregaste otra. Podés estar tranquilo de que esta vez se van a reír.
-Creo que sí, salvo que valgan de mala onda ese día. El teatro es lo mejor, porque va la gente que te quiere ver, que se toma su tiempo, paga la entrada. Por ahí cuando va a un evento empresarial pagan bien, pero es lo peor: “Uy, ya me lo traen al tucumano pelotudo este”; “A ver, ¿quién es este disfrazado de milico?”. Entonces ahí lo tenés que remar el triple.
Acá entrás de estrella: “Acá nos vamos a reír todos, vengo de buena onda porque ustedes me pagaron la entrada, le dan de comer a mis hijos”; y ellos vienen diciendo: “Vos me tenés que hacer reír, porque tuve un día de mierda”. Esa es la comunión que existe entre el espectador y el artista en el teatro, porque ahí van todos los que quieren ir: es hermoso.
Observación
-Recién hablabas de “el Gordillo de turno”. ¿Cómo nació tu Oficial Gordillo?
-Por casualidad también, porque mi mamá me lavó el pantalón. Yo tenía un Wrangler, o un Turquoise, andaba muy bien en esa época. Yo era joven en los 90, con zapatos Kickers, con camisa Angelo Paolo, en las últimas estaba ya Angelo Paolo: perfume de crema vendía. Usaba el Axe Musk, el redondito. Collar de hueso, arito de cruz, pelo largo: era Lorenzo Lamas, pero sin moto, en bicicleta.
Llevaba la cédula, que no era como el DNI que tenemos hoy (que es una tarjeta de crédito): era un papel plastificado. Mi mamá se olvidó de que yo tenía la cédula en el bolsillo trasero, me lo lavó y me quedó inflado como una empanada. Y me dice: “Andá a renovarla a la policía”. La cédula te la hacían a los 11, 12 años, más o menos; yo tenía 16, 17.
Y me atiende el oficial Gordillo: “No podé tener así la célula. ¿Cómo va a tener así la célula? Esto es una vergüenza”. Y yo con todo el miedo, porque ellos te tiraban la autoridad encima. “Pasá que te la vuá renovar”. Pasamos a una oficina minimalista porque había un escritorio y una máquina, no me acuerdo si Olivetti o Remington. El hombre escribía a dos dedos, con los índices nada más. Me dice: “Nombre y apellido”. “Miguel Martín”. “¿Y el apellido?”. “Martín es mi apellido”. “No, es un nombre, el apellido te estoy preguntando”.
Acá en el norte no hay muchos Martín: te fijabas la guía telefónica y había 800.000 Martínez y tres Martín. A él no le entraba la cabeza que alguien tenga un apellido de nombre. Y menos Martín; porque por ahí Miguel es más apellido que nombre en Tucumán, el turco Miguel, el turco Nicolás; todos los que son apellido de nombre generalmente son árabes, salvo mi abuelo que era español,
“No me vengás: vos debes ser Martínez”. Entonces me puso de prepo “Martínez Miguel”. No lo podía denunciar porque él tomaba la denuncia: era un pueblo, él tiraba el centro y cabeceaba.
Entonces, dije: “Voy a empezar a observar a los policías”. Mi papá escuchaba la radio a la mañana temprano, se escuchaban los operativos: “Estamos con el oficial tanto, ¿cómo fue el operativo hoy?”. “Bueno, Es que en Tucumán eran muy particulares: “Dos NN en actitud sospechosa se dirigieron de sur a suroeste; y gracias al rápido accionar de dos efectivos que teníamos apostado en una sanguchería (ingiriendo un delicatessen completo con mucho ají), hemos tratado de capturar a los malhechores y malvivientes. No obstante, los mismos era más veloces que el oficial Ochoa y el oficial Miranda. El oficial Ochoa ha hecho un pique corto; lamentablemente se refala, se golpia la región guatal; por detrás venía el oficial Miranda que se trompieza con el oficial Ochoa y se golpe a la región bolar”.
Y todas esas cosas así: cambiadas de palabras o, como siempre digo, quieren hablar difícil y no les sale. Ahí empezó el personaje del policía.
-Te tocó llevar esa esencia del humor tucumano y de la identidad tucumana de la provincia a todo el país.
-Sí, nunca lo pensé siquiera. Siempre hice humor para Tucumán, porque pensaba que no lo iban a entender en otros lados. Es más, hice varios chascos antes de desembarcar en Córdoba y en Buenos Aires. Fui a Buenos Aires una vez, invitado a una fiesta, y nada: no me entendían absolutamente nada. Creo que con esto de las redes sociales empezó a abrir un poco más el oído para las diferentes tonadas del país: la tucumana, la salteña, la jujeña que son más parecidas.
Notaba que iba a Buenos Aires, tiraba una R y por ahí se descolocaban. Antes trabajaba de verdad, era analista de sistemas, y trabajaba es una empresa de sistemas en Buenos Aires; trabajaba en calle Corrientes, pero no en los teatros.
Programaba y decía: “Acá está el yemito de Yicardo Yodríguez”, le decía yo a mi jefe. “¿Cómo, Tucu? ¿Qué es eso? Hablá bien”. Por ahí tenía que cambiar un poco por comunicación: “El remito de Ricardo Rodríguez”, en vez de las R arrastradas.
Años difíciles
-¿Y cómo fue el salto de ser analista de sistemas a humorista full time?
-Casualidad, como siempre: nunca soy ese tipo que se la juega; soy muy cagón, muy pata de plomo; paso a paso, no me animo a jugármela casi nunca. Después ya sí, cuando estás un poquito más holgado, decís: “Bueno, hagamos un gran Rex, que se cague. Si nos va mal, bueno, nos va mal, pero tenemos una espalda y un resto”.
En el 2007 dije: “Me voy a probar suerte en Buenos Aires”, en el 2007. Consigo un laburo de verdad, ese que te decía en calle Corrientes, y me pongo a hacer castings, obras de teatro con grupos bien en el under, digamos.
Me fue muy mal y me tuve que volver: una porque me fue mal, otra porque extrañaba, estaba solo allá; pasó un año, del 2007 al 2008, y digo: “Ma sí, me vuelvo”. Y cuando volví a Tucumán ya no tenía trabajo, había renunciado: me iba a cumplir el sueño de la América y volví de allá con el rabo entre las patas y el hocico quebrado, diría el Chavo.
Por necesidad me puse a laburar de esto: hacía imprimir tarjetitas que decían “humor en tu fiesta”; alguien me contrató un par de veces, terminaba el show y le repartía tarjetas a todos. Después empecé a ser partenaire de otro humorista de acá de Tucumán, que en paz descanse. Ahí también dejaba tarjetitas en las mesas, era un barcito que tenía una capacidad de 50 personas, más o menos. Y así empezó todo. A mí me interesaba laburar en lo que sea: fui a cumpleaños, casamientos, bautismos, despedida de solteros, despedida de casados (que son las más divertidas, porque están divorciándose).
Este humorista no pudo hacer más en el bar, el dueño me llamó y me dijo: “Armate algo ahora para las vacaciones”. Así que empecé a armar un pequeño show con el Oficial, que era mi único personaje; después empecé a imitar a mi vieja; hasta el día de hoy robo con lo mismo, no vas a creer que cambió mucho.
Cambia el material, el vestuario que ahora es más vistoso. Ahora tengo pantalla gigante, luces, humo, pero básicamente sigue siendo lo mismo; contando la anécdota de la niñez, o ahora como padre quejarme un poco de la paternidad de mis hijos. Y de la diferencia que tenemos con la niñez nuestra: ahora mis hijos tienen habitación propia, no le dicen pieza, le dicen cuarto.
Menos mal que no nos agarró la pandemia a en el 85. Si me decían “te tenés que aislar”, ¿adónde iba a ir? Si vivíamos todos en la misma pieza, boludo. Moríamos todos. Ahora mi señora le dice a mi hija; “Andá a pensar lo que has hecho en tu habitación”. ¿A dónde me iban a mandar a pensar a mí? Atrás de la cortina.
-Lo que funciona es eso: generar esa empatía con, por ejemplo, esa comparación entre las infancias y las adolescencias de antes y las de ahora.
-Absolutamente. Ahora todos los chicos tienen todo, no importa la clase social. Cuando nosotros éramos chicos uno tenía todo y los demás miraban. Y queríamos ser amigos de ese, el rico de la cuadra. Era uno solo el que tenía el aire acondicionado, el que tenía la bicicleta cross, todos íbamos a la casa de él.
En Famaillá éramos todos más o menos “clase media abajo del chicle”, porque era una clase media mentirosa. Hasta que llegó el rico: su papá era gerente de Arcor, eran esos cordobeses descendientes de italiano, rubios, del norte de Italia. Eran todos Batistuta: rubios, olor a Vívere tenían, divinos. Llegaron a Tucumán, que somos más o menos todos morochos, más trigueños; y mi mamá los odiaba, porque la dejaba en evidencia. Decía: “Los ricos son malos, nosotros los pobres somos buenos; los ricos son unos infelices con todo lo que tienen, nosotros los pobres somos felices con lo poco que tenemos”. Mentira: yo iba a la casa de ellos, tenían de todo y eran felices.
Él además de su habitación tenía su cuarto de estudio, y tenía un teléfono. Yo no tenía teléfono, ni siquiera de línea. Susana Giménez subió una publicación que dice que ve mis videos que le gusta; y yo le pongo ahí abajo: “Su, gracias. Nosotros también te veíamos en la tele, pero no teníamos teléfono, nunca participábamos”.
Le pregunté a este chico y me dice: “Es un interno: sirve para llamar a mi vieja”. Vivía en un caserón, el vago levantaba el teléfono y decía, “Mamá, disculpa, ¿me podés traer dos licuados?”. Me miraba a mí y me decía: “Vos, querés, ¿verdad?”. “Obvio, amigo, si yo no tomo leche desde la teta de mi mamá. Tengo los ojos claros, verdes, de tanto toma mate cocido”.
Esas cosas son las que me gusta contar. Cuando éramos chicos le poníamos mucha onda a la pobreza.
Reconocimientos
-En estos dos décadas ganaste un montón de premios, ganaste Martín Fierro, premios Carlos, premios VOS. ¿Qué lugar le das a los a los premios? ¿Son un mimo, una responsabilidad, un incentivo?
-Creo que hay un mimo, es un incentivo; igual, al otro día se olvidan. Sí, te validan un poco: uno quiere ganar todos los premios, pero en realidad se pierde más que se gana; pero está bueno de vez en cuando que te tiren un centro como para reconocerte el laburo, a todos nos gusta. Con mis hijos un sistema de incentivos: veo que se están mandando muchas cagadas y hacen una cosa buena, y ahí nomás los premios con algo como para que se incentiven.
Pero ellos se olvidan de ese premio, y yo me olvido del Martín Fierro, de los Carlos y del premio VOS. Con los Carlos me enojé, porque pasaron dos años y les digo: “Tirame un centro, voy primero”. Como decía mi amigo Flavio Mendoza, los premios son una repartija. No son justos; si lo fuesen a “Stravaganza” le tienen que haber dado todos los premios. Ganó muchos Carlos “Stravaganza”, pero le tenían que dar todos: en lo que lo nomines era superior a todas las obras de teatro de Carlos Paz.
Iba en una terna “Stravaganza”, Escenografía: con cualquier obra de teatro normal de Carlos Paz tiene que ganar “Stravaganza”. No: se ha ganado Mejor Director, Mejor Obra, pero no le vamos a dar Escenografía para darle a aquel. Se nota la parcialidad, digamos.
Hablando a calzón quitado: si los premios son una repartija, no le des a “Stravaganza” todo lo que se merece, sino una cantidad que le sirva. Dale a la obra de teatro que está arrancando, dale el Revelación a aquel y la repartamos. Ahora, no le des todo a uno solo, porque todos nos vamos calientes.
Estoy primero en recaudación; no tengo la gran escenografía, pero mucho mejor que un montón: son 102 obras, y te aseguro que tengo mejor que 50 por lo menos. Sacan la terna de Stand Up. ¿Qué hago yo? Stand up, estoy solo en el escenario. Sacan la de Monólogo, ponen la de Humorista; le dan a otro que se lo puede merecer; pero también voy a notar que se lo han dado al otro porque el año pasado él se quejó, entonces se lo dan ahora. “Loco, ¿cuál es el criterio? Si vamos a hacer repartija, repartamos para que todos más o menos quedemos contentos. Y a lo que no le das, dale una placa, vendé humo un poco también. No te hagas el Oscar, porque en los Oscar votan miles desde la casa”.
-Hablamos de Carlos Paz, estuviste en “Peligro: sin codificar”. ¿Cuáles fueron los momentos que marcaron tu carrera y te hicieron crecer?
-Fueron varios, todo fue paulatino. Primero el puntapié inicial: después de volverme de Buenos Aires arrancar con los barcitos. Después anotarme a “Bendita TV”, porque eso me dio visibilidad en Buenos Aires: era un concurso de stand up, no había ganadores, pero tuvo mucha difusión; me lo compartió en redes sociales Soledad Pastorutti.
Después los de “Sin codificar” me dijeron: “Che, está buenísimo, ¿querés venir algún día?”. Me invitaron a otros programas como “Caja Negra”, donde estuvo Alberto Fernández, presidente de la Argentina; o JuanaViale. Trabajar con Flavio me dio visibilidad también; gana un premio Carlos de la Gente en Carlos Paz;estar en el top cinco y llegar a primero en Carlos Paz; estar en Cadena 3. Fueron varias cositas que van como empujando de a poquitito, y eso está buenísimo.
En temporada
-¿Cómo sigue lo que queda del año, ya de cara a la temporada del verano?
-Después de Santa Fe nos vamos al Gran Buenos Aires, vamos a hacer La Plata y Ramos Mejía. Después de eso nos vamos a Comodoro Rivadavia, después a Neuquén. Vamos a cerrar el año en el Teatro Broadway de calle Corrientes: haremos un fin de semana ahí, el 21 de noviembre va a empezar. Y ahí ya cerraríamos el año, porque después en diciembre es el mes de los empresariales, y terminar de preparar (porque ya lo estamos haciendo) el show nuevo para Carlos Paz.
Arrancamos en enero, se va a llamar “Choreando al futuro”: no sé si va a estar bueno el show, pero yo me voy a divertir mucho, porque yo soy fanático de la película “Volver al futuro”. En el hall del teatro va a haber diferentes homenajes; va a haber un monumento a mi mamá, que va a ser una ojota gigante para que la gente se saque fotos. Después va a haber un monumento al Oficial Gordillo, pero tipo Playmobil: va a ser como una vuelta a la infancia.
Y está la máquina del futuro, que es muy argenta: va a ser un “PeuLorean”, un Peugeot 404 adaptado para viajar en el tiempo. Hay unas cositas que no sé si decirles sorpresas para el show, me parece que lo voy a terminar mostrando antes: hemos grabado una animación donde Gordillo viaja en el tiempo, vuelve a ver a su mamá en el 85; su mamá apenas lo empieza a perseguir con la ojota. Él se sube al PeuLorean y viaja Carlos Paz 2026.
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