"El cine es una explosión de mi amor por la realidad". Pier Paolo Pasolini.

Su muerte, ocurrida el 2 de noviembre de 1975 todavía genera interrogantes. Su obra, en cambio, tiene plena vigencia: ilustra como pocas los nexos entre el arte, el poder y la sociedad.

"El cine es una explosión de mi amor por la realidad". Pier Paolo Pasolini.
Hace muchos años, el autor de estas líneas era parte del programa "Si volvieran los dragones", que se emitía por LT10. En ese espacio, junto al periodista Luciano Lazzarini, se realizó una entrevista con el crítico Emilio Toibero. El tema era la figura del director Pier Paolo Pasolini.
"Es uno de los paradigmas de lo que se da en llamar el cine moderno, un periodo de la historia del cine que se iniciaría en algunos planos de 'Roma hacia la vida abierta', de Roberto Rossellini, y concluiría 30 años más tarde, precisamente con 'Saló o los 120 días de Sodoma'", afirmó.

Y agregó una de las claves: "¿Qué hace el cine moderno? Esencialmente pone en crisis la idea de la institución cinematográfica, es decir, la concepción del cine manejada desde Estados Unidos".
Hoy, cuando se cumplen cincuenta años desde el día en que Pasolini fue asesinado, las palabras de Toibero cobran un significado especial. Es que, esencialmente, el cineasta, pero también poeta, novelista y teórico político, fue un gran provocador.

Pasolini fue, ante todo, un hombre "lastimado" por su tiempo. Igual que los iniciadores del neorrealismo italiano, con el cual se vinculó en parte. Hijo de la posguerra, el hambre y la contradicción, su obra cinematográfica encendió una "hoguera" donde conviven la belleza y la ruina.
En sus películas, desde "Accattone" (1961) hasta "Teorema" (1968), el dolor social y el deseo son como "formas" de conocimiento. El cine de Pasolini es una herida que se abre en la pantalla. Esa herida se vuelve lenguaje y denuncia.

En "Mamma Roma", describe a una madre desbordada por la miseria y la esperanza, mientras su hijo es arrastrado por la fatalidad. En "El evangelio según San Mateo", reescribe el mito fundante del cristianismo con campesinos del sur de Italia.
En Italia, Pasolini fue una figura llena de contradicciones, temido y venerado, siempre en los extremos. Su condición homosexual, su militancia comunista y su crítica al consumismo lo convirtieron en una figura incómoda.

Cuestionó al poder político, pero también a la izquierda intelectual que lo había acogido. "En una sociedad regida por una cultura de masas, el individuo se convierte inmediatamente en un alienado, es laminado por la máquina cultural", afirmó.
En cierto modo, anticipó lo que el vaciamiento del sentido en una cultura donde todo se vuelve imagen. Medio siglo después, sus advertencias tienen mucho sentido, en una era de los algoritmos y la sobreexposición mediática.

La marca de Pasolini puede verse reflejada en generaciones de cineastas argentinos. Desde Fernando Birri hasta Hugo Santiago, desde Leonardo Favio hasta Lucrecia Martel, su impronta aparece: la del cine como acción ética y poética.
El 2 de noviembre de 1975, el cuerpo de Pasolini apareció destrozado en la playa de Ostia. Tenía 53 años. Las circunstancias de su muerte nunca fueron del todo aclaradas. Se habló de crimen político y de un ajuste de cuentas.

"Saló o los 120 días de Sodoma", nombrada al iniciar estas líneas, fue tal vez su película más turbadora. Pasolini la terminó poco tiempo antes de su asesinato. Fue una película perseguida: es que era tan dura y problemática como su propio creador.