"El futuro de Alemania es predecible como un huevo de serpiente, a través de cuya fina membrana se puede distinguir el pequeño reptil ya formado". Dr. Hans Vergerus, personaje interpretado por el actor Heinz Bennent.

Este viernes a las 22, ese canal emitirá la película más oscura del director sueco. Ambientada en la Alemania de entreguerras, muestra cómo se incubó el Tercer Reich.

"El futuro de Alemania es predecible como un huevo de serpiente, a través de cuya fina membrana se puede distinguir el pequeño reptil ya formado". Dr. Hans Vergerus, personaje interpretado por el actor Heinz Bennent.
Hay películas que logran transmitir con precisión las coordenadas de un espacio y tiempo. La Alemania de entreguerras, esa sociedad caótica donde se empezó a tejer el ascenso de Adolf Hitler al poder, fue mostrada en "Cabaret" de 1972 y en "El huevo de la serpiente", de Ingmar Bergman.

Este film, la única superproducción hollywoodense del director sueco es conocida incluso para los que están ajenos al cine. Es que su título se usa hasta el día de hoy para rastrear el origen de procesos políticos autoritarios. La novedad es que se podrá ver en Europa Europa este viernes a las 22.
La historia se sitúa en Berlín a principios de los años 20, donde la inflación hace que un paquete de tabaco cuesta varios millones de marcos. Ya al principio Bergman transmite la desolación, cuando intercala los créditos con imágenes de personas comunes que caminan por las calles cual fantasmas.

El protagonista es Abel Rosenberg (David Carradine) un acróbata estadounidense de origen judío en paro forzoso por una lesión, que se topa con el suicidio de su hermano. En busca de ayuda, termina trabajando en la clínica del profesor Vergérus, donde se esconde un secreto terrible.
Filmada en un estudio de Múnich, la película recrea un Berlín enrarecido, entre el delirio y la podredumbre. Cada callecita húmeda, cada garito de mala muerte o cabaret son testigos de una sociedad en descomposición. Paradójicamente, los bares son los únicos negocios prósperos en la noche berlinesa.

Según la crítica Gloria Benito, Bergman sugiere "el agotamiento de una sociedad oprimida y anestesiada por el desánimo que les roba las fuerzas y la energía necesarias para levantar la cabeza y salir del grupo o empujarlo hacia delante, hacia cualquier objetivo".
El realismo de la reconstrucción es escalofriante. Pero lo que perturba no es la fidelidad histórica, sino la sensación de estar asistiendo al germen de algo terrible. Bergman no filma el nazismo, sino su incubadora.

A medida que Rosenberg se adentra en la clínica, la trama deriva hacia el horror. Sin embargo, como señaló César Diego Rexach, sería fácil decir que Vergerus es el villano. Pero sus actos son hijos de su tiempo. El verdadero monstruo no es él, sino la sociedad que lo permite.
La metáfora del huevo reptiliano se abre así en múltiples planos: el huevo como matriz del mal, pero también como transparencia de una época. Todo está visible, pero nadie quiere mirar. Todos son cómplices.

En una escena terrible Abel, aunque es judío, lanza un adoquín contra un comercio regenteado por otros judíos. José Ovejero lo interpretó como "el gesto del hombre que acusa a las víctimas por su propio miedo".
Una imagen que hoy podría leerse como advertencia: la violencia no siempre está ubicada en los extremos, sino que está presente en la indiferencia cotidiana. En la falta de posibilidad de encontrarse con el otro.

Estrenada en 1977, "El huevo de la serpiente" fue recibida con desconcierto. Muchos críticos europeos la consideraron demasiado explícita, alejada del misticismo introspectivo de "Gritos y susurros" o "Persona". Pero el tiempo, como sucede con las obras proféticas, le dio la razón a Bergman.
Casi medio siglo después, la película mantiene intacta su capacidad de interpelar. Cada vez que resurgen discursos de odio, fanatismos y crisis de representación, su título vuelve como un eco.
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