La banda está celebrando sus 20 años con streamings, nuevas canciones, reversiones y shows en el Luna Park y distintas ciudades del país. De todos esto y el camino que los trajo hasta acá habló El Litoral con Juan “Piti” Fernández, vocalista y referente de una agrupación que cultiva un vínculo íntimo y afectivo con sus seguidores.
De las dos décadas de proyecto, la agrupación lleva 18 años estable: un logro que Piti (en la imagen, de barba y gorra) atribuye a la comunicación, las buenas intenciones y la aceptación entre los miembros. Foto: Gentileza Martín Bonetto
Las Pastillas del Abuelo están cumpliendo 20 años: una banda que con su espíritu y convicciones de siempre supo hacer su propio camino, sin parar de crecer y de crear. Desde los tiempos del colegio Mariano Acosta fueron cimentando logros que unieron tiempos: con “El Sensei” lograron el primero hit viral en Internet, pero al mismo tiempo sonó en el Bombardeo del Demo de la Rock & Pop, una conquista de la era de la centralidad de la FM. Con un nombre provocativo que llamaba la atención desde las pintadas callejeras, quedó gente afuera en su primer show en vivo en la Colorada: sin tener disco el público ya coreaba todas sus canciones.
El martes 31 de mayo realizaran un pequeño festejo con todos sus fans de estos 20 años, a través de un streaming por YouTube, y prometen más novedades y conciertos por el país (pasarán por Santa Fe el 23 de septiembre, en el Anfiteatro Municipal). Para unir pasado, presente y futuro, El Litoral conversión con el cantante y armonicista Juan “Piti” Fernández, referente de una formación que integran Alejandro Mondelo en teclados y coros, Juan Comas en batería, Fernando Vecchio en guitarras, Santiago Bogisich en bajo, Joel Barbeito en saxofón y coros y Diego “Bochi” Bozzalla en guitarra y coros.
El placer de crecer
-Están festejando 20 años de carrera, el 31 hicieron un vivo por YouTube. Empezaron en una época compleja para la Argentina, el 2002. ¿Qué emociones y recuerdos te vienen a la mente cuando pensás en aquellos tiempos?
-Las sensaciones de aquel momento eran de libertad, de hambre de sueños. En el colegio, en el Mariano Acosta, teníamos un grupo de amigos muy representativos. Que hizo que más allá de que supiéramos que la realidad argentina estaba complicada, entre nosotros nos refugiábamos muy bien nuestras emociones. Se podía ver el desmadre, se podía palpar, pero nosotros estábamos inmersos en un sueño que nada iba a detenerlo.
Entonces más allá de que las calles estaban peligrosas, más allá de que costaba solventar cualquier tipo de proyecto, igual pateábamos esas calles pintando paredes con lo poco que podíamos tener como publicidad, que era un aerosol. Así nos rebuscábamos la cosa, en busca de un sueño, contra viento y marea de los problemas socioeconómicos que había en la Argentina.
-Son de aquellas bandas que se difundían con la pintada, pero también ganaron El Bombardeo del Demo, algo totalmente de otra época. Y al mismo tiempo salieron con “El Sensei”, que fue un hit sin disco. Cuando debutaron la gente conocía las canciones.
-No tan al mismo tiempo. La realidad es que si bien Internet tuvo un crecimiento paulatino también hubo momento en donde no había Internet. Esos momentos se recuerdan mucho, y es muy significativo hoy ponerte en el lugar de una persona que tiene que captar la atención de la gente: hoy claramente todas las personas están con su atención en una pantalla, en un dispositivo, a toda hora del día. Es mucho más fácil: solo hay que llegar hasta la pantalla.
En aquel momento los ojos de las personas estaban más dispersos. Entonces de repente podían ver una persiana; otro artilugio eran algunas calcomanías en las puertas de los colectivos, que era donde siempre se posaba la vista antes de bajar del bondi. Otra era salir con engrudo, una mescolanza de agua con harina y algo más, y salir a pegar carteles en las paredes de colectivos. Había que atraer la atención de la gente en radios chicas. Cuando apareció Internet (que fue con las páginas web, no con las redes sociales) ahí ya se simplificó bastante la cosa: la gente podía, si de repente alguna cosa le había gustado, caer en un sitio.
Pero la transición fue paulatina, y hubo mucho laburo de atraer la atención de la gente. De ahí también el nombre: nos podríamos haber llamado “Viva el Rock”; pero Las Pastillas del Abuelo era una intención de alarmar a las abuelas de la juventud de aquellos hermosos años 2000.
-Era para asustar viejas.
-Claro: para atraer la atención de los jóvenes aunque más no sea a través de algún barbitúrico.
-La calcomanía arriba del mingitorio era buena también.
-Claro, las puertas de los baños talladas en madera. Había que atraer la atención de alguna u otra manera. Volantear en la puerta de los recitales de otros era increíble: volanteaba Osde y nosotros (risas), pero Osde era una multinacional. Hermosos tiempos, porque había mucho laburo para un porcentaje muy chico de efectividad. Hoy con muchísimo menos tiempo, esfuerzo y trabajo captás la atención de mucha más personas a través de Internet. En aquel momento te llevaba toda un vida, todo un año, mucho peligro a veces: si agarrabas un policía enojado por tener un aerosol, haber pintado la puerta equivocada, te podía llevar preso un ratito, o sacarte plata, o hacerte pasar un mal momento. Era un flash, realmente otros tiempos. Estamos preparados para la guerra, cualquier cosa que venga no nos sorprendería.
-Quizás artistas más jóvenes, que no vivieron eso, quizás no valoran o saborea tanto el logro como entonces.
-Vaya uno a saber. No es por desprestigiar nada: el laburo que han hecho los pibes hoy con la música urbana es admirable también, y seguramente sea un esfuerzo grandilocuente a comparación de lo que sus hijos van a tener que esforzarse para ser influencers.
Vínculos
-Atravesaron todos los tiempos, lo que nunca cambió es la relación que tienen con los fans y seguidores. ¿Cómo se construyó ese vínculo tan auténtico y cercano?
-Creo que es con la presencia: hay que tener presencia en las calles, en la gente. Si todo es virtual es más difícil. Lo han logrado igual personas como el Indio (Solari), que son más bien virtuales, y lo han sido casi siempre: no hay una fórmula. A mí me ha funcionado caminar la calle de cada uno de los pueblos y ciudades donde fuimos a tocar: siempre me tomo un café en la plaza principal, se corre la bola de que ahí ando; vienen a sacarse una foto, a compartir una anécdota, y creo que eso crea un lazo. Esa persona después le cuenta a otra, y nadie pierde la ilusión. Y seguramente nos terminaremos todos viendo. Eso crea un lazo entre el pueblo y el artista.
-Otra relación que es fundamental es la de ustedes como banda: son 20 de historia y 18 tiene esta formación. ¿Cómo se sostiene en el tiempo esa relación en un grupo humano que además es relativamente numeroso?
-Hay dos palabras clave. Una es la comunicación: puede haber buenas intenciones, pero si la comunicación es mala puede destruirse el proyecto. Y puede haber una buena comunicación, pero si hay malas intenciones no va a durar tampoco mucho. En nuestro caso creo que reinan las buenas intenciones, y en cuanto a la comunicación me parece que somos de madera (risas), pero por lo menos hay una comunicación. Y como las buenas intenciones sobran focalizamos ahí; porque no somos psicólogos, ni doctorados, ni nada: más bien somos un grupo de adictos. Pero hay un montón de buenas intenciones y la comunicación necesaria para que esto siga.
-Debe llegar un momento en que es como la familia de sangre, la tomás por dada y aceptás el raye del otro.
-Claramente la palabra es esa: la aceptación. Hay una sensación que es similar pero dista mucho de ser sana, que es la resignación. Entre resignación y aceptación prefiero la segunda, y así también me acompañan mis compañeros.
Aquellos recuerdos
-¿Qué postales o hitos te vienen a la cabeza cuando repasás todo este tiempo? Ya sea a nivel afectivo o de crecimiento de la banda?
-Mi madre fue la que me subió a un escenario tempranamente, a los cinco años: canté una canción de (José Ángel) Trelles en un acto de mi jardín. Y fue una sensación inolvidable, porque había bastante gente, está todo registrado ese video: cómo de repente bailo y canto parecido a ahora.
Eso fue uno de los hitos; otro importante fue la primera canción que hice, “Solo un minuto más”, a los 15 años. No fue la primera canción, fue la primera buena canción: esa obra de arte que hizo que cuando se la cante a mi viejo o a gente allegada todos se ponían a llorar. Yo era chico, no tenían por qué mentirme o llorar en vano: estaban llorando genuinamente, y con 15 años pensaba que esa gente grande no tenía por qué mentirme; “Se ve que esto está bueno; se ve que esto que pasa mágicamente entre estas cuatro o cinco personas va a seguir pasando con las próximas cuatro o cinco, y con las próximas 20”. Y eso me hizo entender que había cierta calidad en lo que escribía.
Y luego el primer Luna Park, el primer estadio, todos esos también son hitos.
Todos los 20
-En noviembre de 2020, ya entrados en cuarentena, salió el disco que se llama “2020”, varios de cuyos temas ya habían adelantado como singles. ¿Están trabajando en canciones nuevas o están muy centrados en el vivo, dentro y fuera del país?
-No, vamos a festejar estos 20 años generando obra, que es la mejor manera: generando música. Tal vez traigamos al presente algunas canciones del pasado, pero siempre grabando. Seguramente metamos mano en la lata de los recuerdos, para traer a flote algunas canciones de 20 años atrás; pero también canciones nuevas como esta que sale ahora en junio, que se llama “Inmediatez”: es de Santiago Bogisich, el bajista, y la va a cantar el gran Germán Daffunchio.
-¿Cuándo estaría saliendo?
-El 20 de junio.
-¿Qué más se viene para el futuro cercano o mediano de Las Pastillas?
-Todos los 20 de cada mes, festejando los 20 años, vamos a regalarle algo a la gente en forma de canción; o el 20 de julio un podcast, el 20 de agosto un video aclaratorio. El 20 de septiembre un Luna Park, el 20 de octubre otro Luna Park, y el 20 de noviembre otro. Así que atentos los 20, por estos 20 años de Pastillas.