Opinión: OPIN-01
Editorial
Violencia ideológica y Estado de Derecho

Un puñado de militantes de izquierda y de supuestas organizaciones defensoras de los derechos humanos agredió con escupitajos, insultos y golpes al diputado justicialista Felipe Solá. Lamentablemente, el episodio no es nuevo. En reiteradas ocasiones estos grupos se atribuyeron el rol de justicieros y procedieron a aplicar "justicia revolucionaria" por mano propia. Los "escraches" se han transformado en una suerte de deporte nacional. En su momento se dijo que estaban destinados a torturadores impunes o algo parecido. En la actualidad, como lo prueba el caso de Solá, las víctimas son aquellos que no comparten la ideología o la visión alienada de estas bandas de fanáticos que en nombre de los derechos humanos representan la negación más flagrante de esa noble causa.

En su momento, dijimos en esta columna que el "escrache", más allá de la causa que se invoque para cometerlo, era un hábito ilegal e ilegítimo que nada tenía que ver con las prácticas de la democracia. En las sociedades civilizadas, la justicia es administrada por los tribunales, no por bandas callejeras.

En términos históricos la costumbre de ejercer justicia por mano propia pertenece a los tiempos prepolíticos, en tanto que en la modernidad signa las acciones de los grupos totalitarios del siglo veinte. Fascistas y comunistas se dedicaron a apalearse mutuamente y apalear a todo disidente de su causa. El asesinato del diputado socialista Giacomo Mateotti en Italia fue el caso más representativo de cómo operaban los "escrachadores" del Duce. Los intentos de asesinar a Trotsky en México demostraron cómo actuaban los seguidores de Stalin con sus díscolos.

En la Argentina, los fascistas de izquierda actúan guiados por los mismos criterios. En las actuales circunstancias, cualquier ciudadano cuyas opiniones políticas sean moderadas puede llegar a ser víctima de estas bandas. En las universidades, docentes, investigadores, funcionarios fueron atacados. Hace unos días el titular de la cartera educativa de la ciudad de Buenos Aires debió soportar los insultos y los escupitajos de adolescentes desequilibrados y manipulados ideológicamente.

En el caso de Felipe Solá, lo sucedido no puede ser más injusto y arbitrario. Se trata de un político respetado y respetable, reconocido por su valía intelectual y moral hasta por sus adversarios. Ninguno de estos méritos le alcanzó para eludir la emboscada y soportar la humillación de ser agredido.

Los "escrachadores" le reprochaban la desaparición de López. Se dirá que los jóvenes que protagonizaron este episodio no fueron más allá de los insultos y por lo tanto no es justo compararlos con los grupos de tareas o las bandas fascistas. La violencia, como dice Wittgenstein, se inicia en el lenguaje. Los comportamientos agresivos primero se verbalizan y luego se transforman en práctica. El odio, el resentimiento, se expresan de diferentes maneras. Una de ellas es a través del crimen. Esperemos no tener que llegar a esa situación para asumir las posiciones que corresponden a todo Estado de Derecho, en custodia de los derechos de sus ciudadanos.