EDITORIAL

Vicisitudes de la crisis económica norteamericana

Habitualmente establecen una similitud entre la crisis actual de Estados Unidos con la de 1929. Sin embargo, no faltan estudiosos que la comparan con la que vivió Japón en la década de los años noventa, sobre todo porque el ejemplo les resulta funcional a algunos técnicos que sostienen que la crisis se supera con una inversión millonaria y un muy alto shock de recuperación de confianza.

Los economistas de Wall Street estiman que la suma de 800.000 millones de dólares votada por el Congreso y destinada por el actual gobierno para salir de la crisis, resulta insuficiente, aunque importa saber que se trata de una cifra que casi triplica el presupuesto anual de la Argentina. Según ellos, el plan de Obama está destinado a fracasar, porque estas cifras millonarias se orientan a mantener en actividad a bancos y empresas que no están en condiciones de sobrevivir por su propia cuenta.

Es muy probable que el presidente norteamericano comparta estos temores. Se sabe que antes de asumir sus funciones, no se interesó demasiado por los problemas macroeconómicos, motivo por el cual no le ha quedado otra alternativa -algo que le sucede a la mayoría de los políticos del mundo- que depender del asesoramiento de los técnicos, personajes que sin duda están informados, virtud que no les impide equivocarse o no prever los acontecimientos del futuro inmediato.

Pero se ha visto obligado a “exagerar” las consecuencias de la crisis y ha empleado con cierto exceso la palabra “catástrofe”, precisamente para sensibilizar a los grupos económicos y a las clases populares acerca de las dificultades que se aproximan. Si bien estas estrategias son necesarias, y hasta previsibles, en más de un caso suelen provocar efectos no deseados, al punto que la reacción que hasta el momento han tenido los mercados ha sido decididamente negativa.

Las autoridades estadounidenses se han esforzado por comparar la crisis actual con la de 1929, pero para la mayoría de los economistas esta apreciación es técnicamente equivocada, porque ni el escenario histórico ni las variables de la crisis financiera son semejantes.

Más que compararla con 1929, esta crisis se parece a la que padeció Estados Unidos entre noviembre de 1981 y octubre de 1982, cuando la economía cayó casi en dos puntos. Si así fuera, la crisis no sería tan grave y la economía norteamericana dispondría de más salud financiera y económica que las de los países más importantes de Europa.

Obama se debate en una contradicción compleja. Necesita exagerar las consecuencias de la crisis para disponer de fondos frescos y margen político de maniobra, pero lo que le reclaman los mercados es que las consecuencias de la crisis se resuelvan en el tiempo más breve posible. En todos los casos, daría la impresión de que para Obama, la luna de miel iniciada hace un mes, está llegando a su fin.