EDITORIAL

Desvío político con impacto en las instituciones

Hasta hace poco, el discurso oficial sostenía que, gracias a las políticas del gobierno, la Argentina estaba blindada y no tenía plan B porque no hacía falta. Ahora, con el argumento de las perturbaciones que genera la irradiación de la crisis mundial sobre nuestro país, el gobierno plantea de rompe y raja el abrupto cambio del calendario electoral.

Néstor Kirchner y sus seguidores -incluida la presidente- sostienen que, en un escenario económico y social turbulento, no es razonable mantener las fechas originarias porque convertirían prácticamente el año entero en un campo de batalla electoral que empeoraría el preocupante cuadro general. La preocupación luce sensata si no fuera que, desde hace años, el kirchnerismo ha hecho de cada jornada una práctica de combate político, al punto de fabricar enemigos imaginarios para mantener alineadas a sus huestes e insuflar en sus “soldados” el espíritu militante.

Por otra parte, fue el mismo Néstor Kirchner quien en 2004, como presidente de la Nación y en un encendido discurso, propuso ordenar definitivamente el calendario electoral para darle previsibilidad al sistema político y al electorado. Ahora, en nombre de una nueva emergencia se propone lo contrario. Entre tanto, la credibilidad -base de sustentación de la democracia- se parece a un saco roto que se vacía sin solución de continuidad.

El problema es que desde 2002 el país vive en estado de emergencia y, con ese argumento, el Congreso le ha cedido al Poder Ejecutivo funciones y atribuciones que le son propias. De ese modo, se desplazaron a la órbita de la presidencia fundamentales resortes políticos y económicos que han terminado por deformar los mandatos constitucionales y los principios sobre los que se asienta una genuina democracia republicana.

Al extenderse una y otra vez, la emergencia -que consiste en una excepción a la regla por un período acotado- en rigor se convierte en una situación dada. Así, se aparta de la noción de emergencia y tiende a constituirse en la nueva norma; la excepción deviene regla. Esto es lo que acontece en la Argentina de estos días, las conductas fácticas desplazan a la letra escrita de las instituciones.

En verdad, hay un clima deconstituyente que se traduce cada día en acciones concretas y es distinto del metafórico “clima destituyente” creado por los intelectuales K en una de las tormentas de ideas que suelen desatar en las reuniones convocadas para proveer a la pareja presidencial de insumos intelectuales.

El Estado creado por la Constitución flaquea en todas sus líneas. Los impuestos de emergencia -que no se coparticipan con las provincias- han pulverizado en los hechos el federalismo fiscal. La consecuencia directa es que, por esa misma causa, las provincias han perdido autonomía política y el municipio, embrión de la democracia, se reporta al Ejecutivo nacional para obtener fondos. Los organismos de control se debilitan cotidianamente y el facto avanza. Por eso es importante -aunque la votación se pierda- la reacción institucional de todas las bancadas opositoras en el Congreso nacional.