Al margen de la crónica

El imperio del absurdo

“Contrario y opuesto a la razón; que no tiene sentido”; “extravagante, irregular”; “chocante, contradictorio” y “dicho o hecho irracional, arbitrario o disparatado”. Son las cuatro definiciones que el diccionario de la Real Academia Española reserva para definir la palabra absurdo.

Y ésa es la cualidad distintiva que se ha instalado en singular “modelo” de gestión nacional, que según el encendido discurso presidencial pretende que la Argentina sostiene el empleo, mientras la industria, el campo y el comercio se paralizan.

Moyano -una personalidad poco afecta a los eufemismos- se esfuerza por hablar de “goteo” laboral para calificar las vacaciones forzadas y los despidos. Y hasta el Indec de Guillermo Moreno reconoce que la economía se estanca: crecimiento nulo (0,1 % desestacionalizado) y retroceso del 14,2 % para la inversión en el primer trimestre de este año.

Repasar el sentido elemental de las palabras es un buen ejercicio para evitar la locura destructiva. “Progresismo” es una doctrina del progreso, que por evolución social no inhibe la producción, sino que la necesita.

En todo caso, al progresismo lo distingue un Estado que promueve la producción de riquezas para distribuirlas con equidad. Es distinto de un gobierno que inhibe el desarrollo a nombre de la pobreza. Eso es absurdo.

La política, se sabe, es el arte de lo posible. Y no es posible sostener a los trabajadores donde no hay trabajo. Parece una afirmación elemental y lo es; pero muchos han perdido las referencias más elementales, y no está de más repasarlas.

La Argentina no es Venezuela; sería absurdo ser lo que no se es. Si el Estado no es la empresa, entonces el empresario es necesario, tanto como un gobierno componedor de un escenario sustentable de producción.

El progresismo necesita desarrollo productivo y un gobierno con un modelo de gestión por la equidad. De eso se trata.