“Las viudas de los jueves”

Vida y muerte de la

“gente como uno”

Ignacio Andrés Amarillo

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Cuando Claudia Piñeiro ganó el Premio Clarín de Novela 2005 con “Las viudas de los jueves”, el cine argentino aún no había tocado el tema de los countries, cosa que haría al año siguiente con “Cara de queso -mi primer ghetto-”, de Ariel Winograd: allí se trabajaba la temática en clave de comedia, a través de un bastante alocado country judío.

En aquel momento, la idea de que “todo el mundo tiene una pequeña ropa sucia” se imponía desde el eslogan de “Desperate Housewives”, la serie que la estaba rompiendo en ese momento, mostrando las relaciones entre un grupo de familias de un barrio residencial, que no era un country pero que también se basaba en callecitas sin tránsito, sonrisas fingidas, espionaje tras las cercas y regalos de bienvenida, todo esto bajo el radiante sol del mediodía, que mutaba cuando caían las primeras sombras, transformando la tranquila Wisteria Lane en algo mucho más oscuro.

Volviendo a Piñeiro, su éxito se basó en un relato que de manera aluvional baja información al lector, cuestiones que por momentos pueden parecer banales, pero que por acumulación terminan por explicar los sucesos más complejos de la trama.

Y aquí llegamos a la película que nos ocupa. Conocedores del riesgo de la adaptación de una novela (y más aún, una de estas características) al cine, el director Marcelo Piñeyro y su coguionista Marcelo Figueras decidieron estructurar la historia como un thriller (así incluso lo promocionan), bien directo, aunque tuvieron el detalle de repartir la carga informativa a lo largo del relato.

Cruzando la valla

En el comienzo, vemos a una señora llegar en auto al country Altos de la Cascada en la madrugada del 17 de diciembre de 2001 (según reza una línea de texto), mientras habla por el celular con alguien a quien perdió en la ruta de regreso. Llegará a su casa (luego de cruzarse con una pareja que sale en sentido contrario), y finalmente la cámara se moverá en la oscuridad para dejarnos ver tres cuerpos flotando en la piscina de la casa, los cuales serán recorridos casi como en un documental subacuático durante la secuencia de títulos.

Y ahí viene la clave de la narración: se nos transporta a “algunos meses antes”, para empezar a contar la vida de cuatro parejas moradoras de “los Altos”: el Tano (Pablo Echarri), el rey del lugar, la imagen viva del éxito y la felicidad, junto con su esposa Teresa (Ana Celentano); Martín (Ernesto Alterio), presidente del tribunal de ética del country, y su mujer Lala (Gloria Carrá), rígida, superficial y dada a prejuicios y habladurías; el cínico Ronnie (Leonardo Sbaraglia) y su señora Mavi (Gabriela Toscano, quien por cierto tuvo un papel alguna vez en la fallida versión local de “Desperate Housewives”), quienes regentean la inmobiliaria que asigna las casas de los Altos; y los recién llegados, los jovenes Gustavo (Juan Diego Botto) y Carla (Juana Viale).

La peña semanal de los hombres deja “viudas” a sus esposas cada jueves, de allí el nombre. A poco de andar, descubriremos los pequeños y grandes secretos que se ocultan detrás de las fiestas temáticas, de los partidos de tenis, de las reuniones en el club house, del radiante sol cayendo a pique sobre los estanques del agua, en ese edén apenas separado de la villa Los Tigrecitos por vallas y paredes y algún vigilador (Adrián Navarro). Como dijimos, esas vivencias terminarán reenvíandonos a los sucesos del presente de la narración, situados en la Argentina en llamas del corralito y los saqueos, y darán claves sobre los tres occisos del comienzo. Un clima de época que agita el peor de los miedos en los protagonistas: el de perder su status y su tren de vida.

Tensión dramática y argumental

El guión y la mano del director se encargan de mantener la tensión siempre viva, recordando con los saltos temporales que allí hay muerte, además de gente pudiente echándose en cara sus miserias e insatisfacciones. Si algo podemos decir contra la construcción del relato es que la sucesión de pasajes temporales comenzará a hacerse tan fluida que obligará al espectador a “resetearse” a cada rato, para ubicarse en el momento justo de la historia.

Como se puede imaginar, la clave está en el elenco, que se mete en la piel de cada uno de los personajes, dándoles una pasmosa credibilidad: el predador Tano, el pusilánime Martín, el violento Gustavo, la atribulada Teresa, la destestable Lala, la enigmática Carla, y los (en última instancia) entrañables Ronnie y Mavi.

Comentario aparte merecen los adolescentes Trina (Vera Spinetta, la revelación del filme) y Juan (Camilo Cuello Vitale): dueños de la historia más original de la película (uno de los mayores cambios con respecto a la novela), construyen unos personajes más vivos y tridimensionales que muchos de los juveniles protagonistas del habitualmente llamado Nuevo Cine Argentino.

Así se redondea una trama en la que la “pequeña ropa sucia” es el precio a pagar por el confort, y donde la muerte social parece más terrible que el salto al más allá.

Vida y muerte de la  “gente como uno”

El Tano (Pablo Echarri) y Ronnie (Leonardo Sbaraglia): fiesta al sol y vestuario inmaculado para cubrir las sombras del alma.

Foto: Télam

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BUENA

“Las viudas de los jueves”

(Argentina/España, 2009). Dirección: Marcelo Piñeyro. Con Leonardo Sbaraglia, Pablo Echarri, Juan Diego Botto, Ernesto Alterio, Gabriela Toscano, Ana Celentano, Gloria Carrá, Juana Viale, Adrián Navarro, Vera Spinetta, Camilo Cuello Vitale, Gabo Correa, Roberto Antier. Guión: Marcelo Piñeyro y Marcelo Figueras, sobre la novela homónima de Claudia Piñeiro. Fotografía: Alfredo Mayo. Música: Roque Baños. Edición: Juan Carlos Macías. Duración: 122 minutos. Calificación: Sólo apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cinemark.