Llegan cartas

¿Solidarios?

Elena Silver.

DNI: 6.580.371.

Señores directores: Mi hija Myriam está enferma de esclerosis múltiple. Está muy limitada por lo que desde ya algún tiempo debe movilizarse en silla de ruedas, auxiliada imperiosamente por otra persona. No por estar físicamente discapacitada padece de incapacidad mental. De hecho, es arquitecta paisajista mundialmente conocida; con su enfermedad a cuestas, ha recorrido el mundo y ha escrito un libro que decidió presentar en Santa Fe, la ciudad de su infancia y adolescencia. Muy pocas veces sufrió alguna discriminación por su enfermedad incapacitante, y puede decir que, en general, la gente es activamente solidaria.

El lunes 7 de septiembre, luego de presentar su libro y de estar con su familia, debió viajar a Santiago de Chile, donde reside su hija menor. Pese a que con una empresa de transporte de línea habrían sido trasladadas gratuitamente tanto ella como su acompañante, pensamos en su comodidad y decidimos contratar otro servicio. En medio de la fuerte tormenta que se desató el domingo a la noche y el lunes a la madrugada fue trasladada en un automóvil de esa empresa hasta Rosario. Obviando los finos detalles y la cortesía que se les debe a los pasajeros, la acompañante de Myriam debió viajar en el asiento trasero, comprimida entre la silla de ruedas y la puerta, mientras Myriam se acomodó como pudo en el asiento delantero. Cuando llegaron a Rosario en medio de la tormenta, tanto el chofer de este medio como el del ómnibus que las esperaba se negaron a ayudar a subirla por los cuatro escalones que llevaban a los asientos. Aparentemente, a esa hora casi inexistente de la madrugada, la solidaridad duerme.

Luego de cierto tiempo, llegó una combi, ya con dos escalones en lugar de cuatro, para de una vez por todas arrancar hacia Ezeiza. Hubo que desarmar la silla de ruedas, pues la combi ni tiene un lugar amplio para el equipaje, y casi hubo que desarmar a Myriam para poder ser ubicada en un incómodo asiento de dicha combi. En Ezeiza fue imposible rearmar la silla, que fue tan golpeada y maltratada como Myriam, por lo que la empresa aérea chilena no sólo la proveyó de una, sino que se la prestó para que se la lleve y la tenga hasta que fuese reparada la suya. Son solidarios, con hechos: le prestaron la silla, la subieron a un avión mucho más alto que cualquier ómnibus, y no les faltaron calefacción ni la atención que se merece cualquier ser humano con discapacidad.

Fue toda una odisea. Cara y a la vez gratuita, inesperada, humillante. Myriam aún está en cama, reponiéndose física y anímicamente de este comportamiento vergonzoso y denigrante. La empresa “lamenta la mala disposición de los choferes”. Pero la solidaridad faltó. ¿Vamos “por el buen camino”?