Las secuelas en las víctimas del delito en la ciudad

“Arriesgamos la vida por ir a trabajar”

“Arriesgamos la vida por ir a trabajar”

Las cámaras de seguridad abundan en los comercios. ¿Previenen el delito o los transmiten en vivo y en directo?

Foto: Amancio Alem

Cada vez con más frecuencia los empleados de comercios de la ciudad se enfrentan cara a cara con un delincuente, una situación traumática que les cuesta superar. Entre el miedo y el estrés, deben sobreponerse para seguir trabajando. La mirada de un profesional.

 

Salomé Crespo

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Cada vez que ocurre un robo en un comercio o en un hogar de la ciudad se producen efectos reiterados: hay pérdidas económicas, aumentan las estadísticas, vuelve la discusión sobre la inseguridad como sensación o realidad y los medios de comunicación cubren páginas y horas de aire. Pero, ¿qué ocurre con las personas que viven en carne propia un episodio que, en la mayoría de los casos es violento y con armas de por medio? ¿Cómo supera un comerciante, la conmoción que significa ver su vida amenazada y volver a levantar la persiana, al otro día, para seguir trabajando?

En manos de Dios

Anahí García narra con detalles el día en que un ladrón entró a su casa y le dio a su hijo de 26 años un balazo en el abdomen. Lo tiene grabado en la memoria, el recuerdo le eriza la piel aunque “el peor momento de su vida” ocurrió hace un año en la panadería Santa Teresita -Facundo Zuviría 4900-, una empresa familiar en la que trabaja junto a su esposo y su hermana. Se toma el pecho, respira hondo y continúa su relato: “El segundo tiro que le apuntó a la cabeza no salió, gracias a Dios”.

Lo que siguió es imaginable: la urgencia por llegar al hospital José María Cullen, una operación, la vida en riesgo y finalmente la recuperación. De nuevo “gracias a Dios y a San Expedito”.

“Quedamos todos muy mal por varios meses hasta que logramos pensar que teníamos que seguir, el miedo paraliza y no se puede vivir así. Después de lo que pasamos con mi hijo, mi cuñada quedó afónica por los nervios, le hubiese podido pasar a cualquiera”, reflexiona Anahí.

Las otras experiencias de asaltos que vivió se asemejan: “Están drogados, tienen miradas muy fuertes y un semblante duro”.

“Trabajamos mal, alertas todo el tiempo, hay gente a la que ya miro con una actitud de sospecha. Estoy asustada pero trato de olvidarme porque tengo que seguir haciendo mis cosas. Estoy parada atrás del mostrador y a veces me encuentro con que estoy pendiente de quién va a entrar”, relata con la mirada fija en el techo.

Según la comerciante, desde hace cuatro o cinco años los robos son corrientes, con armas blancas o de fuego, tanto a la mañana como a la tarde.

No renunciar ante el temor, sobreponerse más allá de los hechos es lo que se reitera en el relato de Anahí, aunque para algunos es difícil de sostener. “Tuve una empleada que, en una época complicada, quería cambiar de trabajo porque tenía miedo. Sentía que ponía en riesgo su vida y era madre de un bebé”, comentó.

14 robos en 5 años

Pablo Bertolozzi es propietario de un quiosco en la esquina de Facundo Zuviría y Hernandarias desde hace 12 años. Ahí trabaja junto con su esposa y hasta donde puede recordar llevan 14 robos; la mayoría ocurrieron desde 2005. “Desde que la policía camina por la avenida diría que estamos más tranquilos pero creo que ya le están perdiendo el miedo, calculan por dónde andan y van de nuevo”, dice sobre el comportamiento de los malhechores.

“Después de un robo, el primer mes estás todo el tiempo mirando para afuera o directamente parado en la vereda y todas las caras son raras. No quiero quedarme adentro del local pero tampoco puedo estar afuera porque esto es un quiosco. Con el tiempo te olvidás y se vuelve a la rutina”, menciona Pablo y le entrega unas pastillas de menta a una señora.

El quiosquero se define como “frío”, lo que según dijo le ayudó a superar los malos momentos más rápidamente que a su esposa, a quien le robaron y no pudo volver a trabajar por tres meses. “En conclusión tendría que decir que ya estoy acostumbrado, me asaltaron seis veces a mano armada, entonces es como que ya se qué hacer, qué decir, sé como comportarme, le das todo y listo”, dice con el gesto que se le marca a alguien que cae en la cuenta de que termina de decir algo realmente triste. También se denomina resignación.

Gabriel tiene su peluquería al lado del quiosco de Pablo. Cerca del mediodía le cortaba el cabello a un vecino que se sumó a la conversación diciendo que la puerta del local estaba cerrada con llave “por los robos”.

“Abro con desconfianza, miro las caras mil veces”, dice Gabriel queriéndose convencer de que una apariencia podría prevenirlo de algún mal momento. “La vez que me tocó se llevaron herramientas de trabajo pero lo peor es que se vive con miedo”, dice, cambia de mano el peine y sigue “me doy cuenta de eso cuando me voy de la ciudad a pescar a algún pueblo. Me sirve como terapia, si no estoy como perseguido”.

No es ficción ni una sensación

Uno de los ventanales de la Compañía Avícola -Facundo Zuviría y Hernandarias- da a la avenida; del otro lado Marcelo Perassi, gerente de la empresa, tiene su oficina.

“Hace dos semanas estaba sentado acá y de un momento para otro vi cómo pasaron dos tipos armados


“Yo me tengo que ocupar de hacer pan”

Jorge Portells (h) es titular de la cadena de panaderías Balear. El historial de robos de la panificadora es nutrido.

En diálogo con El Litoral el empresario comentó que la empresa resolvió por estos días extender a todos los locales el sistema de vigilancia por cámaras. Además, abonan adicionales a personal policial que custodian la casa central.

Sobre el monitoreo el empresario no dudó en asegurar que “son disuasivas, por eso los robos disminuyeron un poco en los locales, pero creo que en realidad no se detiene sino que se corre a otras zonas”.

Portells conserva en su oficina un sobre que contiene copias de las denuncias de cinco atracos que ocurrieron en la sucursal de Curva Richieri en Santo Tomé y adjunto, el certificado médico donde consta el tratamiento psiquiátrico que debe cumplir la empleada para superar las consecuencias de los asaltos.

“Envié las copias con una carta al Ministro de Seguridad, Alvaro Gaviola, para ver si podíamos hacer algo para cambiar la situación, intentar más trabajo de prevención, ponernos a su disposición pero ni siquiera recibieron el sobre. Volvió con un sello que dice “rechazado’, creo que es falta de interés y de predisposición”, aseguró el empresario.

Según Portells las panaderías son fáciles porque siempre tienen efectivo en las cajas y son atendidas mayormente por mujeres “que a veces son más fáciles de persuadir, abusan de eso, entonces somos un bocado”.

“Más allá de la pérdida económica, hay un miedo en la gente de sufrir un daño inminente. Yo me tengo que ocupar de hacer pan y que me salga lo mejor posible”, reflexionó.

por el bulevar tiroteándose con la policía que los corría. Los empleados que estaban en la vereda se tiraron al piso y cuando todo pasó no lo podíamos creer, parecía una película”, concluyó. A la Compañía Avícola ingresaron dos veces a robar y, ambos hechos, marcaron un antes y un después en la vida de todos. “Los empleados quedaron muy shockeados, asustados y no querían venir a trabajar, esa es la realidad. Tuvimos que licenciarlos para que bajen los decibeles y recapaciten pero lo cierto es que nos decían que estaban arriesgando la vida por venir a trabajar, ese era el concepto”.

Para Perassi nadie pone en peligro la vida por cumplir con lo que hace para vivir sino que el problema es que “la inseguridad se está volviendo cotidiana”.

—¿Es normal vivir así?

—“Creo que nos vamos acostumbrando porque no es solamente en el trabajo, también vas al supermercado y te podés encontrar con un delincuente. Se vive con temor y en alerta permanente, mirando todo lo que pasa. Se extraña la época en la que se andaba tranquilo por la calle”.

—¿Se habla de ese malestar con los empleados?

—“Claro que sí. Además, lo primero que hicimos fue tomar las precauciones que estaban a nuestro alcance: colocamos cámaras de seguridad y alarma, contratamos vigilancia privada e iluminamos el sector. Lo cierto es que no notamos un cambio porque nosotros podemos tomar esas medidas pero las cuestiones de fondo son responsabilidad de los dirigentes”.

(Viene de página 10)

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“En el momento que te roban se te terminan las ganas de seguir pero mientras no te hagan nada feo se continúa porque hay que hacerlo, me dedico a esto”.

Pablo Quiosquero

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“Si hay ahorros se compran de nuevo las cosas que te roban para poder seguir laburando, de lo contrario nos las prestamos entre los colegas”.

Gabriel Peluquero