En la rambla de Montevideo

El castillo sigue esperando al muerto

Descendiente de una familia muy pobre, Humberto Pittamiglio hizo fortuna en la capital uruguaya y construyó su extraño palacio en los primeros años del siglo XX. Poco antes de morir, lo donó a la ciudad, pero dejó escrito en su testamento que volvería a morarlo después de su resurrección. Ferviente cristiano, inclinado hacia lo esotérico y, además, alquimista, su historia es tan curiosa como la de su casa.

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Una reproducción de de la Victoria Alada de Samotracia se destaca en el acceso al castillo, flanqueado por dos anodinos edificios modernos.

Foto: Agencia EFE

 

Shaní Gerszenzon

Agencia EFE

En la rambla montevideana, el Castillo Pittamiglio lleva un siglo cautivando a vecinos y turistas con siniestras esculturas, torres desparejas y leyendas sobre su difunto dueño, un excéntrico alquimista que, aunque lo legó a la ciudad, prometió en su testamento volver a morarlo después de resucitar.

Puertas que no conducen a ninguna parte, ventanas ciegas, símbolos ocultos e inquietantes pasillos laberínticos: todo en él parece esconder un misterio, aunque el mayor de sus enigmas sigue siendo su arquitecto y morador, el ingeniero y alquimista Humberto Pittamiglio (1887-1966), hijo de emigrantes italianos.

En 1910, el joven Pittamiglio, de 23 años, compró unos terrenos en Punta Trouville, frente al Río de la Plata, para asentar su casa, su laboratorio y su templo.

Desde entonces, cientos de leyendas han rodeado al castillo, donde se llegó a decir que estuvo escondido el Santo Grial y donde, según los vecinos, se llevaban a cabo ritos satánicos y grandes orgías.

Aun hoy, flanqueado por dos anodinos edificios de apartamentos, despierta pasiones encontradas gracias a un estilo arquitectónico imposible de clasificar que asoma desde su fachada, en la que se mezclan una réplica de la escultura de La Victoria de Samotracia, muros de ladrillo y símbolos masónicos grabados en piedra.

“Su padre era zapatero y su familia, muy pobre, pero él consiguió prosperar hasta convertirse en un prestigioso arquitecto”, explicó a EFE la escritora uruguaya Mercedes Vigil, autora de un libro sobre Pittamiglio titulado “El alquimista de la Rambla Wilson”.

Fueron su carácter reservado, su inclinación por lo esotérico y su ferviente religiosidad los que lo llevaron a abrazar el arte de la alquimia, una antigua práctica que transforma los metales en oro y que encierra una filosofía basada en la búsqueda de la inmortalidad a través de la pureza del alma.

“Los vecinos le temían, porque lo veían pasear a altas horas de la madrugada con su larga capa de forro carmesí”, recordó Vigil, quien, como oriunda del montevideano barrio Punta Carretas, donde se ubica la edificación, oyó desde joven las historias que del lugar se contaban.

Se le achacaron cultos satánicos, pero, en realidad, lo que en su casa se fraguaban eran experimentos con metales, estudios de química y matemáticas, y una búsqueda constante a través de la meditación de la luz que le daría la juventud eterna.

“Era muy cristiano y llegó a ser muy amigo del Papa Pío XII, de quien se dice que le dio el Santo Grial para que lo guardara en su casa”, agregó la escritora sobre uno de los mitos.

El interior de su castillo, donde en la actualidad funciona un centro cultural y en el que se realizan visitas guiadas, “despierta toda clase de emociones a quienes lo visitan”, remarca la directora del centro, Patricia Olave.

A cada paso, el visitante se encuentra con símbolos ocultos, escudos camuflados e imágenes fantásticas, imposibles de descifrar y entender sin la ayuda de un experto.

El número ocho, la flor de lis, el cuadrado, el círculo y el octágono, todos ellos figuras y signos significativos para la alquimia, están a la vista en baldosas y ventanas, pero también ocultos entre los ladrillos, codificados en los frisos y latentes en los escalones de la mansión.

“La alquimia es en sí misma un arte oculto, secreto, y por eso se sabe sólo una parte de lo que hay detrás de sus símbolos”, afirmó Olave a EFE.

Pittamiglio encontró que ese aspecto de la alquimia casaba también con su estilo de vida, marcado por la necesidad de esconder su homosexualidad ante una sociedad de principios de siglo XX especialmente conservadora.

De su casa Humberto logró hacer un templo, donde se dedicó a buscar la paz que ansiaba, aunque para ello pasó prácticamente toda su vida ideando y construyendo en él nuevas salas, torres y patios.

“El castillo nunca se terminó, siempre se siguió construyendo, creándose nuevos ambientes y plantas”, señaló la directora del centro cultural.

Tal vez por eso Pittamiglio, que diseñó su propia tumba para que, una vez cerrada, no se pudiera reabrir, dejó escrito en su testamento que al resucitar regresaría al edificio para vivir de nuevo entre sus paredes y, quizá, finalmente terminarlo.

El castillo sigue esperando al muerto

Toda la construcción, que incluye torres desparejas, puertas que llevan a ninguna parte, está plagada con símbolos ocultos, escudos camuflados e imágenes fantásticas relacionadas con la alquimia, imposibles de descifrar y entender sin la ayuda de un experto.

Foto: Agencia EFE

El personaje

Inteligente, dedicado y estudioso, además de “extraño”, Humberto obtuvo en 1918 el título de Arquitecto e Ingeniero, expedido por la Facultad de Matemáticas y Ramas Anexas de la Universidad de la República.

Por ese tiempo se dedicó a la política, y entre marzo de 1915 y diciembre de 1918, ocupó el cargo de edil de la Junta Económico Administrativa de Montevideo, durante el gobierno de Feliciano Viera.

A su gestión se debe la actual ubicación de la Estatua de la Libertad, en la Plaza Cagancha, en la Avenida 18 de Julio.

En 1916, fue elegido Presidente de la Comisión Departamental de Instrucción Primaria, y en 1919 ocupó el cargo de ministro interino de Obras Públicas, destacándose su humanismo por la presentación de un proyecto para la construcción de viviendas económicas en la zona de la Unión.

Fue un hábil empresario, y se asoció con el Ingeniero Adolfo Shaw, en una de las empresas constructoras más importantes de la época en el país (Adolfo Shaw S.A.). Fue amigo del presidente Baltasar Brum, con el que había compartido aventuras en los tiempos de estudiante.

Otro personaje notorio en la vida y obra de Pittamiglio fue Francisco Piria, un visionario empresario que fundó la actual Piriápolis, y que fue su maestro en los misterios de la Alquimia. En esta época, cambió su nombre Umberto, agregándole una H, por el simbolismo que esa letra tiene para los alquimistas.

Humberto Pittamiglio falleció en Montevideo, el 28 de setiembre de 1966, soltero y sin hijos, víctima de una bronconeumonía. Legó sus bienes a instituciones filantrópicas y del Estado, dejando el castillo de la rambla a la Intendencia Municipal de Montevideo, solicitando en su testamento que parte del edificio fuera destinada a museo de acuarelas, óleos, grabados y esculturas; hasta su retorno.