Panorama económico y financiero
Aunque favorable, la abundancia de divisas no es una vacuna anticrisis. Basta mirar la anatomía del superávit comercial.
“Mucho donde elegir”, óleo del ex dibujante de Disney, Carl Barks (1983). Foto: EFE
Sergio Serrichio
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Si hay algo en lo que coinciden economistas locales y analistas internacionales es que, a corto y mediano plazo, seguirán lloviendo dólares. Tanto el comercio como las finanzas apuntan en ese sentido.
En el primer caso, si bien este año el superávit comercial será inferior al del año pasado (en los primeros nueve meses cayó 22 %, y es probable que al cabo del año la diferencia sea aún mayor), el saldo seguirá estando bien por arriba de los 10.000 millones de dólares.
El superávit de 2009 -16.888 millones de dólares, un primado histórico- fue excepcional, más por la recesión interna que por la crisis mundial. Ese año, las importaciones cayeron mucho más abruptamente que las exportaciones; 33 vs. 21 por ciento. Lo inverso ocurre ahora. A pesar de los muy buenos precios de las exportaciones, el monto en dólares de las compras al exterior creció en los primeros nueve meses del año casi el doble que el de las ventas: 46 vs. 24 por ciento.
El hecho es que el comercio exterior seguirá arrojando, por lo menos hasta 2011, un importante excedente. Los altos precios internacionales de las materias primas y de los alimentos y una campaña (2010/2011) en la que la Argentina podría superar por primera vez en la historia los cien millones de toneladas, harían que el año próximo los saldos exportables agrícolas arrimen, por sí solos, unos 33.000 millones de dólares.
Mientras, la canilla financiera seguirá abierta, derramando dinero (en especial, dólares) por el mundo. La fenomenal expansión monetaria con la que Estados Unidos intenta escapar a la recesión, las políticas de crédito con las que la Unión Europea auxilia a sus socios en riesgo (antes Grecia, ahora Irlanda y Portugal, en una lista que también incluye a Italia y España y a la que se pueden seguir agregando candidatos) y el rebote de esa masa de liquidez contra China, el país más superavitario y principal detentador de reservas del mundo, pero cuya moneda, el yuan, sigue siendo inconvertible, garantiza que seguirá habiendo abundancia de fondos en busca de oportunidades y rendimientos más altos en mercados emergentes.
Tradición de superávit
Por tradición histórica, la Argentina es un país de comercio superavitario: en los casi cien años de 1910 a 2009, sólo en 27 se registraron saldos negativos. Pero esos saldos fueron a menudo insuficientes para enjugar dos corrientes de fondos en dirección opuesta: los pagos en concepto de dividendos, marcas, patentes, royalties y, en especial, la vigencia de un deporte nacional, la fuga de capitales.
El concepto genera algunos malentendidos. Muchas veces, la “fuga” es, en rigor, atesoramiento en activos distintos de la moneda argentina. Por caso, en las estimaciones estadísticas oficiales, los proverbiales “dólares en el colchón” aparecen junto a la tenencia oculta de activos en el exterior de una empresa o particular, bajo el rubro “formación de activos externos”. Porque el problema no es el exceso de fe en el dólar o en los países a cuya moneda o jurisdicciones se confían los ahorros, sino la falta de confianza en las instituciones y en la moneda argentinas. Ahí nomás, están los más de 40.000 millones de dólares “fugados” entre 2007 y 2009.
Por esa misma razón, la abundancia (actual y prospectiva) de dólares no es una vacuna contra cualquier tipo de crisis. La inflación es el fenómeno más evidente de una fundada desconfianza en el peso, aunque el gobierno la siga negando, se enrede en declaraciones y contradeclaraciones y obligue al jefe de Gabinete a desdecirse a sí mismo.
La deuda impaga
Sobre ese fondo, debe verse también el reciente anuncio presidencial de que la Argentina empezará a negociar con el Club de París para regularizar unos U$S 6.700 millones de deuda impaga con ese consorcio de países acreedores. Que el Club haya aceptado quitar al FMI del medio es ciertamente un logro político oficial. De hecho, es la principal razón de que la presidenta haya anunciado por cadena nacional no la conclusión de una negociación, sino el inicio de la misma. Algo insólito, pero a la vez comprensible.
Si el acuerdo se logra en 2011, como anticipó la presidenta, el gobierno canalizará por allí parte de la lluvia de dólares y tendrá un argumento más en su tironeo con la oposición en el Congreso para justificar el uso de reservas del Banco Central (en vez de los fondos del Tesoro) en el pago de deuda.
El beneficio político e institucional sería la plena reinserción internacional. Y el comercial, la reapertura al crédito de largo plazo de las agencias de comercio e inversión de los países desarrollados que aseguran a sus empresas contra el riesgo de sus inversiones en el exterior. Es de esperar, eso sí, que no sea para reactivar proyectos costosísimos y de dudosa prioridad, como el llamado “Tren Bala”.
La inflación es el fenómeno más evidente de una fundada desconfianza en el peso, aunque el gobierno la siga negando, se enrede en declaraciones y contradeclaraciones y obligue al jefe de Gabinete a desdecirse a sí mismo.