Artes Visuales


A modo de balance

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“Enseñar a mirar” fue una de las metas de los proyectos que se llevaron a cabo en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez y en el Museo Sor Josefa Díaz y Clucellas.

Foto: Luis Cetraro

Por Domingo Sahda

Ver/Mirar nombran y suponen acciones que habitualmente prefiguran lo mismo, cuando lo cierto es que responden objetivamente a intenciones, procesos y resultados diversos. El Ver, la Visión, define a un sistema orgánico-biológico específico que actúa como mecanismo de conservación y supervivencia de la especie animal, y por ende, humana. El Ver, en tanto un acto de alerta ante el mundo entorno, funciona de modo instintivo, en estado de vigía constante en funciones de atención y resguardo.

Mirar, por el contrario, caracteriza a un acto voluntario que nace del interés, sea natural o provocado, la curiosidad, la intriga que pretende resolverse. Prestar atención, poner “en foco”, implica una direccionalidad impuesta a los órganos de la visión para responder a fines de interés intelectivo, afectivo o volitivo en sus diversos matices.

La primera acción, ver, es cuasi un mecanismo ínsito en la especie. Mirar, por el contrario, es un acto voluntario que conlleva una multiplicidad de acciones interconectadas destinadas, en la mayoría de los casos, a la obtención de un resultado personalizado, de interés subjetivo para cada quien.

En el marco de estos andariveles, se llevó adelante el proyecto de trabajo, que nominado de modo diverso según la institución de cobijo, se concretó en los primeros meses del año 2008 con el nombre de “Mañana con jardines”, en el espacio del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez, repitiéndose el trabajo durante 2010, y haciéndose extensivo en este año al Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas ampliado a los tramos de la educación preescolar y primaria.

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Las pantallas, sea de TV o de PC, son las reales escuelas de la contemporaneidad. Es necesaria la formación de recursos humanos calificados a futuro para enseñar a mirar y leer imágenes, a decodificarlas, negándonos a la manipulación de las mismas hacia nosotros. Foto: Archivo El Litoral

Fundado esencialmente en el concepto de “enseñar a mirar y obtener conclusiones, sean gráficas o escritas y exponerlas, visual y verbalmente ante pares, generando opiniones propias y consideraciones frente a la obra elegida en cada caso, significó superar la idea manida y convencional del “amor por lo bello’ apreciación de lo artístico”, envejecido concepto que no responde a nada que resulte de valor educativo constatable. Absolutamente opuesto al criterio insustancial de “visita a los museos” cual un deambular sin orden ni sentido tantas veces constatado, la propuesta significó, y significa, educar en tanto formar y no instruir en el sentido de llenar de información gratuita a niños y jóvenes. El encuentro y el trabajo con más de 1.500 niños provenientes de distintos establecimientos educativos, de la ciudad y localidades cercanas, de entre 4 y 14 años, por grupos reducidos previamente planificados, en recorridos activos y participativos de más de 90 minutos en cada caso, permiten inferir algunas conclusiones tentativas.

La educación de nuestros niños y jóvenes parece anclada en la “Galaxia Gutenberg”, esto es la Palabra, que mal escrita y peor leída en voz alta y ante terceros es perfil distintivo de una escolarización que a ojos vista desconoce, por las razones que fuere, que la Modernidad Tardía, el siglo XXI es de la cultura de la imagen. Ésta nunca es inocente de por sí. La prueba la dan las pantallas, sea de TV o de PC que son las reales escuelas de la contemporaneidad. Éstas no desaparecerán por cierto, lo que debe aparecer, si es que realmente nos interesa la formación de recursos humanos calificados a futuro, es enseñar a mirar y leer imágenes, a decodificarlas, negándonos a la manipulación de las mismas hacia nosotros. El proverbio chino sentencia que “Una imagen vale lo que mil palabras”. ¿Hay algo que agregar?

La mirada brillante de cientos de “jardineros”, de escolares y de púberes, la producción personal, su reconocimiento in situ testifican la existencia de un potencial intelectivo, afectivo y volitivo que se soslaya en el supuesto de presuntuosos objetivos formativos que sólo existen en los discursos de ocasión, y en las currículas escritas y a medias cumplidas.

Vale acotar que los Museos de Arte no son depósitos de curiosidades incomprensibles, como también corresponde decir que las escuelas no son, en todo caso nunca deberían ser “guardaderos”. Aquí como en tantas otras ocasiones, la mirada alerta, estimulada y protegida de los niños, de los púberes, indica los caminos.

A quien le quepa el sayo que se lo ponga.


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Nos encontramos frente a una escolarización que a ojos vista desconoce, por las razones que fuere, que la Modernidad Tardía, el siglo XXI, pertenece a la cultura de la imagen.

Foto: Archivo El Litoral