Al margen de la crónica

Por la vida y sin paragolpes

Uno de los dos chicos tirados sobre el pavimento temblaba y gritaba mientras el médico del servicio de ambulancias trataba de contenerlo. Parecía no tener heridas graves, pero en la cara, un brazo y la pierna del mismo lado, había perdido la piel y sangraba. Un señor que había detenido su auto después de casi llevarlos por delante contaba a los gritos que “esos dos venían corriendo por la costanera y que lo pasaron a mil mientras él conducía a 50 kilómetros”. Las dos motos se enredaron cuando trataban de doblar en una dársena y sus tripulantes rodaron por el pavimento. No llevaban cascos y la cabeza de uno había quedado a centímetros del filo del cordón.

En casi todas las ciudades del mundo, calles y avenidas pensadas para una circulación vehicular acorde al siglo pasado, hoy son un corsé que soporta una cantidad de vehículos que aumenta día a día. Motos y bicicletas siguen ese crecimiento y son una solución en lugares donde no hay espacios para estacionar y en los que la cantidad de autos produce inevitables embotellamientos. Santa Fe no es la excepción.

Nervios, imprudencia, alcohol, distracción, son motores de los accidentes que no excluyen a ningún tipo de transporte. La diferencia radica en la protección con la que cada uno cuenta. Quienes se desplazan sobre dos ruedas motociclistas, ciclistas -y hasta patinadores- deben ser conscientes de que su cuerpo es su único paragolpes.

Mucho se hizo en los últimos años para encauzar las conductas en la calle, sobre todo las de los motociclistas. A fuerza de controles con multas e incautaciones, muchos se avinieron, por lo menos, a usar casco. Sin embargo, es imposible que haya un inspector vigilando cada esquina; cada conductor debe comprender que lo que está en riesgo, no sólo es su ciclomotor, sino su vida y la de sus transportados.

Decenas de accidentes registrados cada semana prueban que la imprudencia se sigue conduciendo en dos ruedas. Es común ver familias enteras desplazándose en motos chicas, motos zigzagueando por entre los autos, corriendo “picadas”, cruzando semáforos en rojo, circulando a contramano. Para muchos motociclistas no existe la luz de giro, ni los espejos retrovisores, ni los carriles permitidos para circular, y creen que a las velocidades máximas de circulación, deben respetarlas sólo los autos. En ciudades como Roma o Barcelona, el tema de los ciclomotores es casi un problema de Estado y el mejor paliativo que encontraron es insistir en la educación que mejore el comportamiento de los conductores. En esa tarea, trabajan en conjunto gobiernos, responsables de la salud, ONGs y hasta vendedores de motos y bicicletas. Quienes infringen las normas o conducen con imprudencia, no sólo ponen en riesgo sus vidas sino las de terceros y por eso las autoridades deben, además de prevenir, castigar a los infractores, por todo lo anterior y también porque, hacerse cargo de la atención de un accidentado, es un gasto que afrontan todos los ciudadanos.