El estadio, una “pinturita” para la Copa América; pero adentro se ve muy poco...

La cancha se agranda y el equipo se achica

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Siguen las obras en la zona de los palcos corporativos y se pintó la bandeja norte, donde irán colocadas las nuevas plateas. Foto: Flavio Raina

 

Gamboa debe saber algo: Lerche no lo va a echar así nomás porque sí. Tiene la urgencia de mejorar algo que está mal.

 

Enrique Cruz (h)

Durante la semana, discutíamos con otros colegas sobre qué es preferible: ganar jugando mal o perder jugando bien. Y sostengo que siempre es preferible ganar, pero que jugando mal es muy probable que a la larga o a la corta se empiece a perder.

Ni más ni menos, esto es lo que le pasa a Colón. Ni contra Quilmes, ni ante Banfield ni mucho menos ayer, el equipo tuvo un rendimiento aceptable. Con Quilmes y Banfield, sin gustar “ni ahí”, se sacaron 4 puntos sobre 6. Fue algo más emparentado con la suerte o la providencia que la consecuencia lógica de una buena actuación. Entonces, era sabido que otra actuación así —mala— ante un equipo que aprovechase debidamente esas falencias y ventajas, el resultado iba a ser una inevitable derrota. Como ocurrió ante Gimnasia, dejando secuelas y urgencias para el futuro.

¿Qué hizo Gamboa para revertir los 29 goles que llevaron a Colón a ser el segundo equipo más goleado del torneo pasado?, ¿cuáles son los fundamentos de juego de este equipo?, ¿dónde está el trabajo de presión para recuperar la pelota lo más rápido y lejos posible del arco de Pozo, como el técnico lo pretende?, ¿por qué no Lucas Acosta para jugar de enganche siendo que es el volante más parecido a Damián Díaz que tiene en el plantel?

Es cierto que Pozo atajó muy mal, que Raldes tuvo una tarde-noche para el olvido, que el único que recuperó en el medio fue Prediger, que Quiroga tiró centros improductivos desde tres cuartos de cancha y no volcó los centros provechosos del partido con Banfield. O sea, es muy cierto que buena dosis de la confusión y la impotencia la aportaron las pésimas individualidades que tuvo Colón ayer. Pero el técnico es responsable. Y así como asumió las culpas con mucha honestidad y valentía, se le exige que encuentre respuestas porque alguna vez lo hizo jugar bien al equipo, porque alguna vez supo darle una identidad de juego, porque alguna vez estuvo a punto de pegar el zarpazo y quedar tercero (recordar aquél lunes cuando empató con Independiente en Santa Fe y cortó una buena racha de resultados y recuperación después del desastre de Vélez) y porque todavía tiene, a pesar de los silbidos y cuestionamientos de ayer, una buena dosis de paciencia y confianza que no debe dilapidar.

Lerche no lo va a echar a Gamboa así nomás porque sí. El Negro lo dejó entrever ayer cuando dijo que, llegado el caso, hablará con el presidente y planteará lo que deba plantearse. Tiene que ser un ocaso rotundo e imposible de remontar para que Lerche despida al técnico. Al único que el actual presidente echó —con otra comisión directiva y con otros responsables del área futbolística— fue a Toresani. Los demás técnicos que llegaron a Santa Fe se fueron por iniciativa propia: Falcioni, Astrada y Mohamed. A ninguno se lo despidió, todos renunciaron. Entonces, Gamboa debe trabajar con la tranquilidad del respaldo (que está más allá de la lógica calentura) y con la urgencia y premura de mejorar algo que está mal.

No quiero hacer demasiado hincapié en los refuerzos, porque el esfuerzo por adquirirlos se hizo hace medio año. Y porque siguen surgiendo apariciones de inferiores que ayudan a fortalecer el potencial de un plantel que tiene mucho más de lo que muestra.

Gamboa puede darse el lujo de hacer lo que quiera con el equipo. Pasar de línea de tres a línea de cuatro, jugar con uno y hasta con dos enganches, poner dos delanteros de área o uno que vaya por afuera, jugar con un delantero de área y otro de juego... Es hora de poner manos a la obra. De trabajar, de retocar y de elegir. Y de hacer que el equipo juegue al fútbol. Porque jugando mal, a la larga o a la corta se pierde.