Crónica política

El gremialismo peronista

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Rogelio Alaniz

 

Sería injusto decir que todos los dirigentes sindicales son mafiosos, pero también sería injusto decir que la corrupción y el autoritarismo en los sindicatos son hechos excepcionales. Sin ir más lejos, en las últimas semanas las tapas de los diarios se dedicaron a reproducir los rostros de dirigentes sindicales vinculados con operativos delictivos. Algunos fueron dejados en libertad, otros siguen presos, pero la percepción pública sabe con infalible intuición que los que están presos merecen estarlo, mientras que no todos los que están en libertad merecen disfrutar de ese derecho.

No pretendo cargar tintas sobre un sector de la vida política nacional, pero tampoco quiero mirar para otro lado. Recordemos que los períodos más violentos que vivimos desde 1983 a la fecha, tuvieron como protagonistas a los sindicatos. El paisaje es patético: dirigentes misteriosamente asesinados, patotas reclutadas en las cloacas de la sociedad que roban, extorsionan y matan mientras se los presenta como “militantes populares”, burócratas que disfrutan de rentas multimillonarias, burócratas que se parecen más a gángsters que a representantes de los trabajadores, burócratas que se mantienen en el poder desde hace décadas y están dispuestos a seguir allí hasta el final de sus días.

Insisto: reducir la realidad gremial a este exclusivo escenario sería una exageración, pero desconocer que es la realidad dominante será mentir. Muchas personas se preguntan por qué las lacras más detestables de una sociedad encuentran en los sindicatos el dirigente que los conchaba. ¿Cómo es posible que en instituciones que históricamente se han constituido invocando la solidaridad, se expresen las prácticas más aberrantes de la opresión?

Se sabe que hasta en el mundo del delito hay límites que no se cruzan. Don Corleone prohibía el tráfico de drogas; Al Capone respetaba a los ancianos y a los niños. Ninguno de estos códigos parecen ser acatados por las mafias sindicales. Zanola está preso por vender medicamentos truchos a sus afiliados ¡Hay que ser canalla para venderle a los ancianos medicamentos que no los curan y en más de un caso los enferman más! Acá no se trata de una coima o de quedarse con algún vuelto, se trata de ensañarse con los más débiles, con los más desprotegidos.

¿Zanola está solo? Todos sabemos que no. Y el que tenga alguna duda que converse -por ejemplo- con Graciela Ocaña para saber que los negociados con laboratorios y narcotraficantes está extendido en el gremialismo como una peste. Lo más lindo es que cuando se hablan de estas cosas la primera reacción de los sabandijas que acompañan a los burócratas es que se está atacando a la clase trabajadora.

Así lo dijo Zanola, así lo dijo Venegas y así lo dicen Pedraza o Moyano. Transformar reivindicaciones justas en coartadas suele ser uno de los recursos preferidos del gremialismo peronista. Es justo que las obras sociales estén en manos de los trabajadores, pero en la Argentina están en manos de los burócratas, son sus cajas operativas, en más de un caso, el fundamento de sus riquezas.

Una sociedad moderna necesita de sindicatos. Las clases trabajadoras deben estar representadas y esa representación es indispensable para la defensa de sus intereses. Una sociedad sin sindicatos sería una sociedad injusta, pero una sociedad con estos sindicatos es injusta y, además, es una sociedad que está en peligro. Dicho con otras palabras: la Argentina está en peligro, las instituciones de la democracia están en peligro con el hampa instalada en los gremios.

¿Cómo es que llegamos a esta situación? Porque el único sector social que no se reformó desde la recuperación de la democracia, es el sindical. Los partidos políticos, la iglesia, las propias fuerzas armadas, incluso las corporaciones patronales, se han renovado, pero nada de esto ocurrió en los sindicatos.

La derrota de Alfonsín y su ministro Mucci en 1984 la está pagando hoy la clase trabajadora y la sociedad en su conjunto. Leemos en los diarios sobre las movilizaciones en el mundo árabe contra las dictaduras. ¿Cuándo las clases populares se movilizarán para poner punto final a las dictaduras sindicales criollas? Kadafi lleva más de cuarenta años en el poder; el mismo tiempo que Baldassini, por ejemplo. Nos asombramos de las fortunas de los jeques y los sátrapas orientales, pero nos parece normal que Pedraza viva en un piso de Puerto Madero o que sus pares sean dueños de estancias y dispongan de cuentas multimillonarias.

Es verdad que el drama de la corrupción y la violencia sindical no es sólo argentino. No nos olvidemos que la película “Nido de ratas”, dirigida por Elía Kazán, alude al sindicalismo yanqui, un sindicalismo que siempre estuvo manejado por la mafia. Nuestros gremialistas no descubrieron la corrupción y el crimen, pero esta certeza sinceramente no me consuela. Ellos no fueron los inventores del monstruo pero han sido los mejores alumnos y, en más de un caso, los más aventajados, al punto que comparado con el estilo de vida de Moyano, Pedraza, Zanola o Cavalieri, el señor Hoffa es un nene de pecho.

El autoritarismo sindical no es un invento argentino, como tampoco es un invento criollo su estructura interna. Como es de público dominio, nuestros gremios fueron organizados por Juan Domingo Perón tomando como modelo “La Carta di Lavoro” de Benito Mussolini. Durante el primer peronismo el gremialismo fue una burocracia subordinada, no al Estado sino al líder. Después de 1955 se transformó en un formidable factor de poder. Los burócratas no la pasaron mal en los años de la resistencia. Por el contrario, gozaron de los beneficios de todos los regímenes civiles y militares. Es mentira que hayan luchado por el retorno de Perón. Es más, cuando alguna vez se jugaron fue para pergeñar la estrategia de un peronismo sin Perón, todo ello bajo la singular consigna -digna del maestro- de que “hay que estar en contra de Perón para salvarlo a Perón”.

El pacto sindical militar denunciado por Alfonsín en su momento no fue un invento. Si tuvo eficacia electoral es porque, mas allá de las pruebas jurídicas, a la sociedad la dominó la certeza de que los principales aliados de los militares en los negociados y la represión ilegal, fueron estos burócratas que nacieron en 1943 bajo el calor de una dictadura militar y nunca dejaron de creer en esa alianza corporativa.

Por supuesto que en el universo de los sindicatos existen mártires y verdugos, santos y pecadores. Algunos hacen las cosas mejor que otros, incluso se preocupan y obtienen mejoras reales para los trabajadores, pero más allá de las biografías personales y de los modestos logros, lo que siempre se impone es una estructura gremial creada para asegurar privilegios y eternizarse en el poder. Los burócratas sindicales son pequeños dictadores que en su escala ejercen el poder con la impiedad de un déspota. Como todos los déspotas del mundo, se creen indispensables y eternos. Ellos y su familia.

La tarea democratizadora en el mundo del trabajo no es sencilla porque las estructuras y la cultura dominante se alían para sostener el status quo. No deja de llamar la atención que los peores vicios de una sociedad: el hampa, la droga, crezcan como flores venenosas en la vida interna de los sindicatos. Daría la impresión que el principal obstáculo que tienen las clases populares para organizarse y hacer valer sus derechos es esa tendencia a introyectar los vicios más detestables de las clases altas. Siempre se supuso que las clases populares estaban llamadas a triunfar porque encarnaban las virtudes del futuro. La realidad ha demostrado exactamente lo contrario.

No es casualidad que la experiencia de la CTA haya fracasado. En el marco de esa cultura gremial era previsible que la única diferencia entre los viejos burócratas y los aspirantes a nuevos, fuera exclusivamente discursiva. Los hechos fueron elocuentes: a la hora de jugar el poder los señoritos de la CTA se portaron igual que los burócratas que decían criticar. Es que no se trata de personas o de temperamentos, se trata de culturas enquistadas históricamente. Vandor era troskista cuando se inició como dirigente, Pedraza era un combativo y Yasky un modesto maestro de escuela. En la otra vereda, los orígenes de Moyano eran fascistas y los de Venegas más o menos parecidos, pero en todos los casos, a la hora de defender lo mismo, es decir las billeteras y los negocios, están todos juntos.

La democracia en los gremios debería ser hoy el principal reclamo de la clase trabajadora y de la sociedad . Elecciones limpias, periodicidad en los mandatos, controles institucionales. No es tan difícil. Lo hacen difícil a propósito porque les conviene. El problema es serio porque sin democracia sindical la democracia como tal está en riesgo.