El último bandido rural

Apoyado en una exhaustiva investigación periodística y en el testimonio de algunos protagonistas, el libro “Isidro Velázquez, el último bandido rural” del periodista y escritor Pedro Jorge Solans viene a llenar los espacios vacíos de la una leyenda vigente.

TEXTO. JORGE BOCCANERA (TELAM). FOTO. GENTILEZA EDITORIAL CONTINENTE.

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La portada del libro publicado por el sello Continente.

 

Correntino nacido en 1928, Isidro Velázquez emigró a los 20 años al Chaco en busca de trabajo e intempestivamente -la razón, se dice, habría que rastrearla en el hostigamiento policial- pasó de padre de familia tranquilo y atildado a ser un hombre fuera de la ley.

Acompañado primero por su hermano Claudio y luego por Vicente Gauna, “los Velázquez”, así se van a conocer popularmente, actúan durante 15 años (de inicios de los ‘50 al ‘67) asaltando comercios y secuestrando estancieros, aunque muchos aseguran que la policía los tomó de chivos expiatorios adjudicándole muchos delitos que no podía resolver.

Los aparatosos operativos policiales para detenerlos fracasan una y otra vez, al punto de que la gente llega a adjudicarle a Isidro poderes mágicos; así, los Velázquez no encuentran protección sólo en la espesura del monte que conocen como la palma de su mano, sino entre los indios tobas y las poblaciones rurales olvidadas.

DE REBELDE A ÍDOLO

Isidro Velázquez, el hombre que distribuía dinero, alimentos y mercancía entre los pobres, se movió entre quienes lo veían como “el vengador” y el estigma del poder local que lo consideraba un bandido violento. De su parte, el periodista chaqueño Pedro Jorge Solans lo define en su libro como “un rebelde silvestre”, “un hombre que acuñó los deseos de una población rural que estaba sometida a los peores tratos que se le conoce a la esclavitud capitalista”.

El autor del libro que acaba de editar el sello Continente, tenía sólo ocho años cuando de la mano de su padre formó fila el primero de diciembre de 1967, para entrar a una comisaría: “Cuando fusilaron a Isidro y a Gauna yo vivía en Quitilipi, Chaco, el epicentro de la psicosis social montada contra los rebeldes. Esa noche toda la población fue invitada por la policía a ver los cadáveres triturados a balazos; los mostraban como trofeo”.

Es el momento preciso, dice, en que se consuma la santidad popular: “Es un ídolo para los sectores marginales, con epicentro en las poblaciones rurales que demuestran su devoción cada 1º de diciembre en las tumbas del cementerio de Machagai y en la fiesta del sapucai en el cruce de Pampa Bandera, donde lo mataron. Allí se lo evoca y se baila chamamé, y asisten de cinco a diez mil personas”.

“La gente lo reivindica porque intuye en él una manera de resurrección popular -agrega Solans-, alguien que venció a la injusticia, intentó distribuir la riqueza pese a no tener conciencia política, enfrentó la crueldad policial y encarnó la venganza de los peones rurales”

A su parecer esta leyenda es la que más aporta a “la chaqueñeidad, a la identidad de los pueblos jóvenes como son el chaqueño, el formoseño, el misionero, el norte santafesino y en cierta medida el correntino y parte del Paraguay”.

Algunas condiciones naturales hacían de Isidro un ser especial: “Tenía una inteligencia aguda, un nivel intelectual construido a base de experiencias vividas desde chico en el monte; habilidades y destrezas adquiridas en su contacto con la naturaleza; conocía a la perfección los sonidos del monte, el canto de los pájaros, los movimientos de los animales, a lo que sumó habilidades con las armas de fuego y las jineteadas”.

PARTE DE LA HISTORIA

Si bien sobre el personaje hay algunos escritos sustanciales (entre ellos “Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia” de Roberto Carri, desaparecido en la última dictadura militar) el libro de Solans aporta no pocos datos hasta hoy desconocidos.

Entre éstos, la vinculación del personaje con la guerrilla del Che Guevara a partir de uno de sus contactos, “el Negro Casco”, quien se traslada de Santiago del Estero al Chaco con la misión de conseguir una reunión entre Velázquez y Guevara.

Solans certifica este “acercamiento” de Casco: “Se fue del Chaco con las manos vacías, nunca pudo ver a Isidro, aunque quizá Isidro lo haya visto a él y no le haya gustado la partida”. Casco morirá luego en la experiencia guerrillera que pretendió continuar la lucha de Guevara en Teponte, Bolivia.

Por fuera del libro, Solans abunda en Isidro y el entorno político de la época: “En su etapa de iniciación, gente de Montoneros trataba de entablar relación con él a través del trabajo político que realizaban en el Norte de Santa Fe, justo en la zona que fue coto de La Forestal, como Villa Guillermina, Villa Ana, Villa Ocampo”.

Completa la leyenda un cuaderno desaparecido -se conocen apenas unas hojas sueltas- en el que Isidro narra sus aventuras con dibujos que semejan precarias historietas. Isidro se lo había entregado al cartero Ruperto Lula con un mandato: que el día en que cayera, lo difundiera porque allí, dijo, estaba su verdad.

Pero Lula se lo prestó a otra persona cercana a Isidro: la maestra Leonor Marianovich, y el cuaderno se perdió en las requisas policiales que le hicieron a la mujer.

La maestra, acota el periodista, “fue torturada por el comisario Wenceslao Ceniquel y sus hombres. Todos ellos involucrados en los años ‘70 en torturas a militantes políticos del Chaco”.