Traduciendo la luz

Por Roberto Daniel Malatesta

“Estudios de la luz”, de Pablo Anadón. Editorial Pretextos. Valencia, España, 2010.

“Creo no haber escrito un solo verso sin que antes no se haya producido en mí algún tipo de experiencia epifánica”. Esto nos dice Pablo Anadón desde el prólogo de su nuevo libro Estudios de la luz. Nos preguntamos ¿de qué experiencia epifánica nos habla? No se trata de nada nuevo bajo el sol, no se trata de algo que sólo un ser “interesante” o “atípico” pueda hacer para deslumbrarnos o desconcertarnos, las experiencias epifánicas a que se refiere Pablo Anadón, y da muestras acabadas su poesía, son aquellas que todos, vos y yo, día a día hemos estado viviendo. A veces el resultado surge luego de años de contemplación; otras nacen de un momento a otro. El método no consiste en compilar extrañezas sino en saber conciliar lo cotidiano, y a veces llano, de una vida, con lo maravilloso. Los hijos, la casa, el amor que se desgasta y derrumba, el amor que sobrevive y renace en otro ser, una noche junto al fuego, un viaje... la vida misma.

“Heme aquí, paladeando estas palabras / Como sorbos del agua más dulce y transparente”. Estos versos nos dirán mucho del estilo de Anadón, de lo que él se propone con su poesía; esa sensación de que la palabra es un agua dulce o un vino y ese sabor se iguala al respeto que el poeta tiene por la sonoridad del verso, lo cual construye uno de los fundamentos de su poesía. Es notable cómo aparecen en este libro sonetos rimados -si bien la métrica era una cualidad de libros anteriores, el recurso de la rima no había sido muy utilizado-, en estos Estudios de la luz vemos un poeta más clásico avanzar sin ningún temor a teorías, siempre catalogadas de ultramodernas, que propician lo atonal y la destrucción del verso.

Decimos que el agua es dulce, y esto en cuanto a lo sonoro, y lo sonoro viene a atenuar ese otro elemento siempre presente en la poesía de Pablo Anadón, esa infinita tristeza, esa melancolía casi a modo del romanticismo inglés, que marca la escisión que sufre el poeta de la vida, y que lo hiere en forma constante. De esta forma la sonoridad juega como elemento de compensación con la tristeza del verso. Y lo que hiere es calmo, y en la calma la luz se traduce.

Yendo de lo general a lo particular, para reforzar el punto precedente, observamos en su libro El trabajo de las horas, un poema “Hotel Hispania”; el mismo título se repite en un poema de este nuevo libro, no obstante sólo se trata del título, otro es el poema. En aquel del libro anterior el hombre que busca en ese refugio una “relativa paz conmigo mismo” presiente cambios en su vida, y para seguir con sus palabras “... de otra cosa / que no entiendo muy bien qué significa”, en el nuevo poema, ya en forma de soneto, aquel interrogante se devela, aunque sólo en parte: “... También yo / Soy otro... / Signos: son lo que soy, lo que he dejado / De ser y ya no entiendo...”. Vemos entre estos dos poemas a ese hombre escindido de que hablábamos; una compenetración con lo penoso de la vida, que marca etapas, temática que sobresale en poemas como “El ruido de la segadora” y “La casa”. Tono que irá modificándose en la última parte del libro, donde “la noche se ilumina”, y no estará de más observar cómo se puede tratar un poema. “El mensaje”, cuyo tema disparador es un mensaje de texto, con un lenguaje tan apartado del fugaz y raquítico lenguaje de la tecnología. Esto es, la poesía perdura en aquellos que no la han dejado escapar.

Para mencionar, y finalizar con esto, el tema de la “luz”, hemos de decir que adquiere en el libro un abanico de significados que se funden, como ya lo hemos notado, en la vida personal, mas habría que hacer la acotación de que esta “exposición” nunca alcanza a ser “sobreexposición” o “exteriorismo”, sino que por encima de todo ello el poeta busca hermanarse con su interlocutor, el lector, para el cual procura un espejo en donde pueda reflejarse. La luz es para todos la misma. Una poesía que se propone traducir la luz, la luz cotidiana, leve y oscilante, la que nos mancha y nos bendice. La misma luz.

Foto de Miguel Grattier.

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