En el tradicional Vía Crucis

Una multitud en Rosario para

acompañar al Padre Ignacio

Una verdadera multitud que algunos calculan en alrededor de 300.000 personas -y los más austeros, en más de 100.000- participó ayer en Rosario del Vía Crucis que encabezó el Padre Ignacio, con visitantes que llegaron desde todo el país. Hubo emocionadas muestras de fe.

Una multitud en Rosario para acompañar al Padre Ignacio

El Vía Crucis por las calles rosarinas, con miles de fieles que luego recibieron la bendición del Padre Ignacio. Foto: Télam

 

De la redacción de El Litoral

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Rosario, (Télam, DyN, Redacción).-

Una multitud de fieles católicos participó en Rosario del tradicional Vía Crucis organizado por el popular Padre Ignacio Peries, quien al término del recorrido de 6 kilómetros, impartió la bendición a las miles de personas que llegaron desde diferentes lugares del país. La caminata, que partió anoche desde la Iglesia Natividad, de Concolorcovo y Ortega, en el barrio Rucci, se extendió durante más de tres horas durante las cuales la gente exteriorizó profundas muestras de fe y pasión por la crucifixión de Jesús.

Pese a la noche húmeda, y un cielo cargado de nubes amenazantes, más de 120 mil personas -algunos de ellos se convocaron en cercanías de la parroquia Natividad del Señor, de la que el padre Ignacio es su titular.

Minutos antes de iniciar la procesión, el conocido cura -oriundo de Sri Lanka- dijo que para la gente cristiana, el Vía Crucis significa “el sentir y vivir la misericordia de Dios”.

Cada estación del Vía Crucis fue vivida con intensidad por los peregrinos, mientras los cánticos, melodías religiosas, y rezos se alternaban con el relato y las meditaciones del padre Ignacio sobre el significado de los misterios dolorosos de Cristo.

Los caminantes portaban tres enormes cruces de madera, y luego de recorrer un trayecto de 6 kilómetros, arribaron a Palestina y Camino de los Granaderos, donde se montó un gran escenario desde el cual, el padre Ignacio impartió su bendición final a la multitud.

El popular sacerdote, a quien se le atribuyen poderes sanadores, pidió que “Jesús bendiga y proteja a los enfermos, los ancianos, los niños, las mujeres embarazadas, las personas solas y solos; y a todos aquellos hombres y mujeres que tienen problemas en sus matrimonios”.

Luego solicitó a los presentes que levanten sus manos con las fotografías de sus seres queridos para que a ellos también les lleguen sus bendiciones.

En el marco de un absoluto silencio de la multitud, el sacerdote impartió su bendición final, al señalar: “Levanten las manos al cielo para que Dios nunca los abandone; no importan sus pecados, sus equivocaciones. Jesús nunca te condena, te ama”. El mismo silencio, seguido de espontáneos aplausos, se verificó cuando el Padre Ignacio se refirió a su salud: “Estoy bien -dijo-, sólo le pido que recen para que pueda seguir dando lo mejor de mi vida”.


/// análisis

El milagro de la fe

Darío Pignata

A los 40, pinta el viejazo. Entonces, uno se pregunta ¿a qué mundo trajimos los hijos que intentamos criar, educar, acompañar? Es la misma Argentina donde un tipo que viola sistemáticamente a sus hijitos de 5 y 6 años camina por la calle “por su buen concepto social” al tener título de ingeniero. Es la misma Argentina donde matan a golpes a nuestros abuelos —jubilados o no— en la calle o en sus hogares para asaltarlos. Es la misma Argentina que sube al podio menos buscado: junto a Chile y Uruguay, primeros en consumos de marihuana y cocaína. Es la misma Argentina donde la cantidad de pobres llegaría a 10 millones de personas y al menos duplica lo informado por el Indec, ya que un 26 % de la gente estaría en esa condición, de acuerdo con un estudio elaborado por la Universidad Católica Argentina (UCA). Es la misma Argentina que “mueve” 2 millones de turistas en toda la Semana Santa.

En esta misma Argentina, cientos de miles de personas recorren 14 estaciones en el Vía Crucis del Padre Ignacio en Rosario. Hombres, mujeres, niños. Sanos y enfermos. Pobres y ricos. Son cuatro horas de pura fe. Cuando este moreno nacido en el humilde pueblo de Balangoda, en Sri Lanka, sube a la tarima para la bendición final se escucha el silencio en medio de una multitud. Pide que “Jesús bendiga y proteja a los enfermos, los ancianos, los niños, las mujeres embarazadas, las personas solas y solos; y a todos aquellos hombres y mujeres que tienen problemas en sus matrimonios”.

Despeja las dudas de su salud, de sus fuerzas: “Todo lo que les doy en nombre de Dios me vuelve por 100”. El reloj volviendo de Rosario marca las 3, el despertador puesto a las 7 para ir al diario: ahí me acuerdo que llevo la mitad de mi vida en esta redacción de El Litoral. El cansancio no existe. Lo que no mata, fortalece. El milagro de la fe todo lo puede.

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