Rascadores, masajeadores y alrededores

El estrés, el cansancio, y lisa y llanamente mimitis aguda o crónica, generan demandas específicas de masajes descontracturantes. Hay muchas formas de hacerlo pero también mucho chamuyo, mucho verso, mucho producto y mucho todo. A ver, ahí, ahí, ahí, ahhhh....

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Rascadores, masajeadores y alrededores
 

Mi tío Alberto, cuya superficie de lomo era similar a la de un portaaviones, si bien tenía brazos largos, no podía llegar al centro de su espalda, así que resolvía la cuestión en la tranquera misma, con alambre o con lo que tuviera: se refregaba con fruición y luego quedaba tranquilo y equilibrado. No había estrés por supuesto, ni cosas raras. Si por entonces a uno le dolía la espalda, o quería masajes -una mariconada para la época-, te daban unos plantines de lechuga o unas semillas de rabanito y la pala: sobraba tierra para descargar allí cualquier preocupación o cuita. Después de dos horas de puntear y putear, no te quedaban más dolores y sólo esperabas el momento de irte a dormir, bien lacio...

Los tiempos cambiaron, el abuelo se murió, el campo se vendió y ahora vienen unos hermosos productos y aparatos que suplen el artesanal auto rascado.

Yo creo que básicamente toda la batería de productos y personas que hacen que te sientas mejor, son sólo reemplazantes de tu pareja que no hace, o no quiere hacer, o no hace lo que debe hacer, que es encargarse el o ella misma de tu espalda.

Entonces aparece el masajeador no sé qué de llame ya: una cosa espantosa que enchufás y que te zarandea inmisericorde tanto como soportes la desapasionada tortura de una cosa que se mueve sola hasta que te aburras. Y, uno se aburre... ¿Qué sentido tiene estar contracturado y descontracturarse solo?

Aparecen también esos productos semiorientales para masajear: rolitos de madera, manoplas con púas redondeadas, el famoso knut o látigo con puntas de metal y otras beldades más o menos sadomasoquistas, más o menos legales, más o menos placenteras.

Requieren la mayoría de ellas del accionar de un humano, con lo cual si no asumiendo por completo la tarea de hacerte masajes, al menos hay alguien allí para lanzarle nuestros ah, oh, ahí sí y otros. Lo demás puede venir por añadidura.

Luego tenés las máquinas de ejercicios, que tienen posiciones y libros con fotos donde te recomiendan tales posturas para lograr mejorar tu físico, tu estado físico, tu autoestima. Lo malo es que siempre en las propagandas y en las fotos los modelos son modelos, tipos que toda la vida tuvieron unos abdominales memorables y unos lomos de novela. Y uno es la cosa amorfa que es. Resultado: al rato la máquina de lo que sea queda abandonada para siempre y vos también. Seguís con la misma contractura de siempre y la misma ausencia de mano humana confiable que accione para sacártela. A la contractura, me refiero.

También vienen esos alambres para la cabeza y uno parece que tiene una cáscara de banana metálica subiendo y bajando por la cabeza, tratando de no meter una de los puntas en el ojo o en el pabellón de la oreja, porque un patinón inadecuado puede hacerte doler.

Luego tenés todos los que se especializaron y sos masajistas de verdad, estudiaron dónde corno están tus puntos sensibles y conflictivos -porque resulta que ahora no es que tenés la espalda hecha bolsa, sino que estás pasando por una situación personal adversa: huaaaa....- y te cobran cincuenta mangos la sesión para dejarte nuevito y listo para volver a estresarte de nuevo, con la rapidez que te caracteriza. El masajista pasó a ser tan necesario como la enfermera y el tipo entra más en tu casa que tu hijo o tu vieja. Y no diré más.

Eternamente, de lo que se trata es de estar mejor, de poder soportar las agresiones constantes de un exterior invasivo -huaaaa, de nuevo-, de que por fin ese cretino de tu marido se entere que si no se encarga él personalmente, otro lo hará. Yo, por ejemplo, siento que de escribir tan rápido y contra el plazo de entrega, contra las admoniciones mismas de mis jefes, siento como una contractura enorme en la espalda, acá, justo acá, mirá...